viernes, 10 de mayo de 2024

"Es el hombre animal ferocísimo y dañoso..."

Mateo Alemán


"Es el hombre animal ferocísimo y dañoso, el más indómito y cruel de todos, pues los irracionales cada uno se conserva con los de su especie, y solo él, siendo enemigo aun de sí mismo, lo es también de su prójimo persiguiendo, cautelando, infamando, haciéndose robos y quitando las vidas los unos a los otros no teniendo seguridad ni guardándose fe los amigos, los conocidos, los deudos, hermanos ni el hijo al padre [...] En todas partes [hay] lágrimas, quejas, agravios, tiranías; todos gustan hieles, ninguno está contento, rendidos con el peso de su duro yugo desde que nacen del vientre de su madre hasta que vuelven al de la tierra. ¡Qué de varios pensamientos nos afligen, qué de temores nos acobardan, qué de cautelas nos acechan, qué de traiciones nos asaltan..."

 

Mateo Alemán (1547-1614)


Créditos

Este texto es un fragmento de la obra San Antonio de Padua (1605).
La imagen es un grabado en cobre de Mateo Alemán hecho por Pedro Perret (Wikipedia).

lunes, 6 de mayo de 2024

Arbor (Selección)

 Pablo Rojas Escobar





1

Lanzo mis ramas al cielo todas las mañanas. Pongo una raíz en cualquier parte. Voy con mi corteza herida por los hachazos del rayo y la sierra de la lluvia en los pasillos. Como siempre en primavera, soy fuerte como el sol y amo el aire y el agua.

Por la noche me retiro. Contemplo las estrellas pintadas de mis hojas. La savia que corre por mis venas salta a fines del verano y doy a luz, a mis frutos. Ellos caen como la lluvia, como racimos de mí. A veces caen por días y semanas y muero de dolor.

En otoño suelo llorar la muerte de mis hijos y el frío del granizo me abofetea el rostro y no soporto más mi follaje ca­noso y termino peleando con el viento odioso que no me deja en paz. Termino vencido todos los inviernos, muerto por un segundo, knockeado por la brutalidad de la noche. Pero revivo de esa noche en la mañana, y con el sol que nace abro un ojo en cada capullo para mirar el horizonte.

Es difícil amar el aire cuando es humo y hielo y es traba­joso el arte de vestir hojas y perfumar flores. No busco la belleza deliberadamente, ella aparece y se va. Puedo hacer cientos de flores y frutos, pero ahora sé que tengo que sufrir por ellos y pagar muy caro por verlos partir.

 

 

Cada año tengo que pasar lo mismo. Los dioses me dieron esta rutina. Con el tiempo he mejorado algunas cosas, pero el ánimo del viento o el amor del sol me son por completo indescifrables. Para pasar los días hablo conmigo mismo. Me cuento historias de la primavera pasada o dibujo otros árboles al unir las estrellas una a una.

A veces vienen los hombres y les doy la sombra en el descanso de sus labores. Sus niños se suben a mis ramas. Saltan sobre mí. Uno se trepa hasta la cumbre y saluda. Desde allí con­templa la pradera y se asombra por primera vez de la belleza. Cuando se aman, tatúan sus nombres en mi piel y me contagian sus risas y su dolor.

Algunos inviernos se llevan algunas de mis ramas. Ver­daderamente la muerte de algunos beneficia materialmente a algunos otros. Nunca podré saber si ya no habrá más primave­ras, más momentos de atardecer, lluvia o relámpago. Éste po­dría ser el último invierno y estas mis últimas ideas, mis últimos anillos.

 

3

Hoy desde temprano han llegado los pájaros. Quieren hacer nidos en mis brazos y en mi pecho. Ellos viven cada día con la alegría del último día. Nada les falta, ni el alimento, ni el abrigo, ni la alada libertad. Aprendo de ellos a recorrer el cielo con la mirada. Me agrada darme como hogar. Pronto serán más y más y cantarán de la noche al amanecer.



5

La primavera es una cruel hipocresía. Todos los años nos invita a una fiesta de disfraces para celebrar a la reina de las promesas. Noche y día paso confeccionando mis adornos, ni el viento me ama ni la lluvia me consuela, ni el sol me distrae de mi oficio. Todos trabajamos incansablemente para ella. Y llegado el día las aves más selectas entonan himnos dulces, y elegantes viajeros llegan a mis ramas. Mas todos ellos, acabada la fiesta, me dejan solo nuevamente y se van. Entre una primavera y otra, la soledad; y entre una y otra soledad, la fiesta y la primavera. Algunas noches de fiesta la embriaguez de la vida nos sorpren­de pensando en la eternidad ¡Cuántas veces soñé con la eterna fiesta de la primavera! Pero sólo es ilusión de las estrellas, del viento, la lluvia y el amor. Todo lo demás desaparece, las flores, el canto y el calor del sol. Me consuelo al amanecer pensando en el verano y en los frutos que tendré, hijos de este amor. Y respiro el polen luminoso esparcido en el aire de la mañana y me muevo bailando aún en el viento junto al cóndor y al quieto monte que murmura. Y vuelvo al trabajo irrenunciable de las flores, los perfumes, las tinturas.

 

 

6

Qué doloroso oficio el de hacer hojas tiernas de madera seca. Como golondrinas inquietas que quieren escapar, con el pico escarban en mi piel hasta romperme y estallar en verde. Siento una fuerza inquieta recorrerme desde la raíz hasta los brotes, una luz secreta que me hiere hasta las lágrimas y me llena de felicidad. Y pienso en las primaveras pasadas, en mis primeras flores y mi primer cambio de hojas. Y todo ese dolor, toda esa alegría no han sido en vano, pienso. Sé por ejemplo, que la oruga come de mis hojas y sus pies peludos me hacen cosquillas con su lento caminar, y sé que sus mordiscos dimi­nutos me pican tanto como los retoños que me nacen año a año al nacer el sol. Pero sé también que luego duermen entre mis cortezas y una mañana cualquiera veré nacer la mariposa al viento desatada. No podría describir la alegría de una nube de alas coloridas revoloteando entre mis ramas, pequeñas flo­res bailarinas, jugando brevemente. Al otro día desaparecen tan rápido como aparecieron, súbitamente. Cuando se van, todo queda en silencio recordándoles, y pienso si son acaso como la alegría misma, tan ligera, tan breve, tan fugaz.

 

 

 

9

Al atardecer, con la brisa fresca retomo la perdida labor de pintar hojas.

Al llegar los primeros soplos comienzo a remover mis recién doradas ilusiones, y en el aire dejo una palabra que nun­ca volverá a ser dicha.

En ocasiones mis hijos, dulces y maduros caen rodan­do a la tierra hambrienta. El tiempo los devora, siempre verdes en mi mente jugando entre las ramas. Cuánto me cuesta verles caer y desangrarse, cuántos días amándoles entre mis made­ras más calientes y fecundas, y cuánto me cuesta verles partir. Debo dejarlos repartirse y deshacerse para volver a hacerse ár­boles amables, frondosos, frutales, cimbrándose en las nubes, amando las montañas; así los veré un día.

Pero al atardecer los dejo, en las entrañas de la muerte, doloroso como el cóndor en lo alto, solo como el mar consigo mismo, como el viento girando, abalanzándose sobre el campo ondeado. Los dejo viajar al principio, al fuego escondido. Y sien­to que pierdo a alguien para siempre como una nube viajera que jamás volveré a ver.

 

 

13

De pronto siento que todo se acaba. ¿Qué son cien, dos­cientos, trecientos años? Sólo más dolor, más aburrimiento y desesperación. He visto al padre de mi ingrato leñador, y al pa­dre del padre de mi ingrato leñador, quién sabe si acaso he con­versado con el padre del padre de su padre. Pero ya no hablaré con los hijos de sus hijos, y no me importa.

Ya he visto suficiente.

Mi madera se ha cimbrado en los vientos violentos, conocí el rayo, el aguacero y el verano inagotable. Ahora me entrego al olvido, a la orilla del tiempo, y naufrago en la incer­tidumbre.

Comprendo que esta caída es el final. Ya he dejado el dolor para siempre. No habrá más retoños después de talado. Me pierdo en la última sensación de mis raíces.

Hace muchos años un niño me enseño esta canción. Quisiera cantarla mientras caigo, mientras me pierdo entre la ola del follaje desmembrado.

Se me quiebran las ideas en el pecho. La tierra es tan dulce como el abismo y el cielo es ahora más lejano que nunca, porque nunca llegaré a besarle.

No me importa.

Un olor a tierra se levanta con la brisa de la tarde. Todos volvemos al lugar de origen.

 



Pablo Rojas Escobar (Temuco, 1981) es docente, Licenciado en Letras, Magister en Análisis del Discurso. Se ha desempeñado como profesor de Expresión Oral, Lectura y Escritura Académica en algunas universidades de La Araucanía. Actualmente es profesor de Español en la Secundaria East de Chapel Hill de Carolina del Norte en Estados Unidos. En 2007 publicó El bosque está en mis ojos y yo estoy en el bosque en la ciudad de Buenos Aires; y más tarde en 2020, Caminantes en la nieve. Ha publicado cuentos, ensayos y poemas en revistas literarias.

 

Crédito de las imágenes:

Dorftlandschaft bei Morgenbeleuchtung (Einsamer Baum) y Der Sommer, David Caspar Friedrich (Wikipedia).
Árbol caído, Martín Rico y Ortega (Museo del Prado).