lunes, 15 de mayo de 2017

En torno al Arte II

Edgardo Anzieta




El arte “conquistó” su autonomía –que no su independencia– cuando, en cierto modo, se liberó de los rastros directos, huellas y cicatrices de la religión, el peso estructural de sociedades concentradas en la necesidad, que también arroja fatalidad; su propaganda (in)directa del poder era prestigio y allí falta siempre únicamente un  paso para que se convierta en lujo: su promesa de (omni)potencia se expresa en su contrario, la manifiesta expresión de su (im)potencia que lo hace, incluso, fungible, pero, más que nada, desechable. Fungibilidad astuta, que en sí misma, testimonia límites de la relación arte-poder.


La acusación de inutilidad que se encierra es motivo recurrente –emocionante– de todo artista. El mercado dimensiona y “valora” en dinero (presencia-ausencia) las responsabilidades, culpabilidades, desvelos y desventuras del creador: la autonomía al interior del mercado no es sinónimo de independencia; desde luego, no suele ser siquiera aledaño y sí captor.

Cuando la especie reclama con desespero el reino de la libertad, el arte con su autonomía resulta insuficiente, en casos, estéril: conquistada y padecida la autonomía, la producción y el mercado hacen negocio y plusvalía y ubican por delante y en el centro del proceso el consumo –ya no el uso– y el arte desde el trauma se “desvanece” en su propuesta (anti)utilitaria; en otra vuelta de astucia, suele el artista “escoger” ese desvanecerse como herramienta para dar cuenta de lo que (le) sucede. No todo lirismo, en última instancia, hace culpabilidad autosatisfecha, escape frontal. Delicadeza y ternura abren otros espacios y de esas moradas les proviene su imperio.


Nuevos tiempos le piden al arte recuperación de un uso pero ya no desde la concentración necesitada de la sociedad; exigen concentración liberadora que el arte sólo puede rendir o lograr desde un movimiento doble tanto de extrema humildad como de alta conciencia: la (anhelada) correlación de ciencias, artes, filosofía. Concentración distinta de la de su no muy lejano pasado (presente). Si allá  el arte era funcional a la religión, el prestigio y podía devenir (mero) lujo, todo con su cortejo de servilismo, vanidad, angustia, falsificación y dolor, combinados de honda sutileza, personalidad, riesgo, inconsciencia y reclamo, acá y en medio de la feroz plusvalía precisa su propia liberación, hasta independencia, porque ya (se) exige la unidad del fenómeno humano en tanto naturaleza y de la naturaleza en cuanto –ya– fenómeno humano.

Si resultó “familiar” del trabajo – ejemplares y mutuos tormentos – ahora se le propone llegar a una unidad superior que comprenda la especialización general y particular de lo humano, del trabajo advenido; dicha especialización clama por universalizar la comprensión de esa totalización: el arte aporta conciencia en la medida que atrae instantes del devenir humano, en esfuerzo fragmentario y abarcador, porque en ese tal vez que es siempre promesa y angustia, arroja a la misma conciencia – y desde ese momento creciente de la conciencia que es la intuición – todo lo que le adeuda al trabajo, como una gran recuperación y devolución de humanidad y como, por ende, gran recuperación de lo natural, en batalla singular con la escisión de la que en parte emergió pero a la que con desesperada y eficaz pericia refuta.



Para leer  la primera parte, pincha aquí.

Las imágenes pertenecen al artista Guy Laramée. Para ir a su sitio web, pincha aquí.




Edgardo Anzieta (Chillán, 1954), poeta y ensayista chileno. En el año 2012 publicó el libro Antología del Pan más Blanco. El artículo que aquí hoy publicamos es la segunda parte de un ensayo todavía inédito llamado En torno al arte.

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