Probablemente no mucha gente conozca a Rodolfo Rojo y, por lo mismo, estas palabras se hacen necesarias.
Don Rodolfo ha muerto. No sé cuándo pasó ni tampoco las circunstancias. Sólo sé qe ya no podrá hablar de poesía con nosotros, aunque quizás ahora tal vez lo haga con su admirado John Donne.
A él lo conocí en la Universidad de Chile en un curso sobre Poesía Inglesa en la que era un experto profesor. Amablemente y con mucha simpatía nos hablaba sobre los poetas anglosajones como si fueran viejos amigos. Don Rodolfo no veía en las letras un campo de batalla en la que en vez de ideas pelearan los egos, sino una manera de vivir. Sin aspavientos, ni exigiendo reconocimientos debidos, se dedicó a comunicarnos esas viejas palabras que en él adquirían nueva vida. Siempre abierto a la discusión, todos nosotros y también él aprendíamos de sus clases. Y aunque muy admirador de sus ciertos autores, no tenía reparo en cortas las cabezas de quien fuese en sus comentarios, pese a que pudiese ser una luminaria académica o poética o lo que fuese, porque le era fiel a su mirada y a lo que consideraba verdadero.
Don Rodolfo sabía que la vida se le iba y nos lo decía. Estaba apurado por vivir, pero tranquilo. Este libro le dio sentido a gran parte de su vida. El mejor homenaje: leerlo.