martes, 23 de enero de 2024

Sobre el oficio (selección)

Julio Ramón Ribeyro

 

 




Comencé a escribir en el colegio, a los 12 o 13 años. Mi primer cuento era “La careta” y narraba la historia de un individuo que, para entrar a una fiesta, se coloca una máscara de burro. Cuando la fiesta termina y el individuo sale, no se puede quitar la máscara, se le queda pegada al rostro, y ocurre que, a partir de ese momento, empieza a triunfar en la vida.

 

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Me he desprendido del prejuicio de la erudición. Los latinoamericanos están fascinados por el modelo erudito europeo. Para ellos se trata de una figura cultural que se remonta a muchos siglos. Todos los latinoamericanos incultos quieren llegar a ser como el erudito europeo. El erudito europeo después de todo es un pedante, un necio, un profesor universitario y humanamente no tiene ningún interés.

 

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La erudición de Borges es un cuento chino, como sus cuentos mismos. No creo que Borges sea un erudito. Es un personaje fascinado por la figura del erudito, que él mismo ha mitificado, en lo de Borges hay mucha mitificación, autores y nombres que no existen, que son inventados por él. Su cultura filosófica, histórica y literaria se detiene en una época ya bastante pasada.

 

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Los que viven de la literatura son los fabricantes de libros, aquellos para quienes su obra es solo un medio para adquirir dinero, consideración, poder. Los que viven para la literatura, en cambio, son aquellos para los que el fin supremo es la creación literaria y su vida un simple medio de lograr ese fin. Pienso particularmente en Flaubert, Kafka, Musil…

 

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Una época oscura fueron los meses posteriores a la muerte de mi padre. Es un sentimiento de orfandad, que hasta ahora me acosa. Haber perdido a una especie de guía, y que no he vuelto a encontrar ni en las lecturas ni en las personas… Hago extensiva esta orfandad a la mayor parte de los escritores peruanos. Como que vivieran y escribieran atormentados por la falta de maestros. Y ese culto a César Vallejo, me pregunto: ¿no podrá explicarse, entre otras cosas, como los escritores desamparados creyeran haber encontrado a su padre verdadero?

 

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Sostengo que el libro es un objeto al que hay que poseer. Tiene que haber una relación vital, amorosa con él. Por eso, también los subrayo, los araño, les hago notas marginales. Uno tiene que vivir con sus libros, irse a la cama con ellos, dejarlos marcados.

 

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En los dos o tres primeros años que viajé a Europa, fue cuando comencé a escribir regularmente y con proyectos de hacer libros. Después vino un periodo de incertidumbre, porque tardé en publicar, y el éxito no se presentaba. Me di cuenta que lo importante no era publicar, ser famoso o reconocido, sino hacer lo que a uno le gusta y que uno se sienta bien y que nadie puede hacerlo en tu lugar. Eso era para mí escribir.

 

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Hay una extraordinaria frase de Borges: “La actualidad es siempre anacrónica”. Cuando se quiere escribir sobre la actualidad, ella ya ha cambiado. Nunca he pretendido ser actual. El hecho de vivir fuera del Perú veinte o treinta años, te crea otra visión de lo que puede ser la literatura. No hay relación rígida entre la nacionalidad y la calidad de lo que se escribe.

 

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La literatura no es, a mi juicio, un reflejo de la realidad. La metáfora del espejo no debe hacernos entender la literatura de esa manera, porque no tendría ningún interés reproducir una cosa que ya existe exactamente como es. Ya no habría ahí verdaderamente creación sino copia.

 

 

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La literatura debe ser una recomposición de la realidad. Creo que esa es la labor del escritor. Al escribir, lo que este hace es recoger todos esos materiales, darles una estructura y hacerlos comprensibles al lector. Por eso, insistía en que la literatura es una reconstrucción de la realidad, no solo un reflejo de ella.

 

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Me fastidia la fascinación de los escritores por demostrar que son latinoamericanos. Se han cogido de lo real maravilloso, el barroquismo, el mito; una serie de ideas que utilizan de forma mecánica para dotarse de una identidad que los lectores muchas veces no tienen. Quieren dar una imagen del continente que el lector extranjero espera.

 

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Escribo porque es lo único que me gusta hacer; porque es lo más personal que puedo ofrecer; me libera de una serie de tensiones, depresiones, inhibiciones; por costumbre; por descubrir, conocer algo que la escritura revela y no el pensamiento; por lograr una bella frase; por volver memorable, aunque sea por mí, lo efímero.

 




Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) es un escritor peruano que cultivó la novela, el teatro, el ensayo, aunque alcanzó la consagración gracias a sus cuentos. Los textos que aquí presentamos pertenecen a Sobre el oficio (Carbón Libros, 2023), obra que recopila cien “cavilaciones” de Ribeyro sobre la escritura como actividad y sobre su propia obra.

 

 

 

 

 

 

 

Créditos de las imágenes:

Portada de Sobre el oficio e imagen final del texto: (c) Carbón Libros
Fotografía de Julio Ramón Ribeyro: (cc) Wikipedia.

lunes, 8 de enero de 2024

El tiempo de vida

 

Jacob y Wilhelm Grimm
recopiladores

 


 

Cuando Dios hubo creado el mundo y quiso decidir el tiempo de vida de todas las criaturas, vino el burro y preguntó: «Señor, ¿cuánto tiempo debo vivir?» «Treinta años –respondió Dios–, ¿te parece bien?» «¡Ay, Señor! –contestó el burro– Es mucho tiempo. Considera mi ardua existencia: llevar cargas pesadas desde la mañana hasta la noche, remolcar sacos de granos al molino para que otros coman el pan, ser animado y reavivado con nada más que golpes y patadas. ¡Concédeme una parte de este largo tiempo!» Entonces Dios se compadeció y le regaló dieciocho años. El burro se fue consolado y apareció el perro. «¿Cuánto tiempo quieres vivir? –le dijo Dios–. Para el burro treinta años es demasiado, pero tú estarás satisfecho con eso.» «Señor ­–respondió el perro–, ¿es esa tu voluntad? Considera en lo que tengo que andar y que mis pies no soportan tanto tiempo. Y una vez que haya perdido mi voz para ladrar y los dientes para morder, ¿lo que me queda es correr de un rincón a otro y gruñir?» Dios vio que él tenía razón y le concedió doce años. De ahí vino el mono. «Probablemente quieras vivir treinta años?», le dijo el Señor. «Tú no necesitas trabajar como el burro y el perro y siempre estás de buen humor.» «Ay, Señor –respondió–. Así se ve, pero no es así. Cuando llueve papilla de mijo, yo no tengo cuchara. Siempre debo cometer travesuras divertidas, hacer muecas para hacer reír a la gente y cuando me pasan una manzana y la muerdo, entonces está ácida. ¡Cuán a menudo está la tristeza detrás de la diversión! Yo no soporto eso treinta años.» Dios fue misericordioso y le concedió diez años.

 

Finalmente apareció el ser humano. Estaba contento, sano y fresco y Dios le pidió que decidiera su tiempo. «Vivirás treinta años –dijo el Señor–, ¿es suficiente para ti?» «¡Qué poco tiempo!», gritó el ser humano. «Cuando haya construido mi casa y arda el fuego en mi propia cocina; cuando haya plantado árboles que florezcan y den frutos y piense en ser feliz en mi vida, ¡debo morir! ¡Oh, Señor! ¡Alarga mi tiempo!» «Te añadiré los dieciocho años del burro», dijo Dios. «Eso no es suficiente», replicó el ser humano. «Tendrás también los doce años del perro.» «Sigue siendo demasiado poco.» «¡Vaya! –dijo Dios– Te daré también los diez años del mono, pero no obtendrás más.» El ser humano se marchó, pero no estaba satisfecho.

 

De este modo, el ser humano vive setenta años. Los primeros treinta son sus años humanos, que pasan volando. Ahí él está sano, sereno, trabaja con ganas y se alegra de su existencia. A continuación, siguen los dieciocho años del burro, pues se le impondrá una carga después de otra: debe llevar el grano, alimenta a otros y golpes y patadas son el pago de su servicio fiel. Entonces vienen los doce años del perro, ahí está echado en los rincones, gruñe y ya no tiene dientes para morder. Y cuando este tiempo se acaba, entonces hacen el cierre los diez años del mono. Ahí el ser humano es débil de cabeza y tonto, hace cosas ridículas y los niños se burlan de él.

 


 

 

 

Créditos

"El tiempo de vida" ("Die Lebenzeit") es uno de los cuentos de hadas recopilados por los Hermanos Grimm y aparecidos por primera vez en 1812 con el nombre de Die Kinder- und Hausmärchen (Cuentos de hadas infantiles y caseros), aunque hicieron varias versiones hasta 1858. La versión en español de "El tiempo de vida" que publicamos aquí es una traducción hecha por René Olivares Jara y se basa en el texto aparecido en Grimms Märchen (2015), libro que se basa en las versiones de 1812 y 1815.

Las ilustraciones corresponden a versiones coloreadas en acuarela de los originales monocromos de Otto Ubbelohde.