jueves, 26 de mayo de 2011

Chronicae Germaniae 2




Desde un país un poco más verde que el nuestro


Tenía la idea de escribirles sobre algún tema más relajado que los anteriores y algo más ad-hoc con el calor que se hace cada vez más presente en Alemania: el nudismo. Pero mientras armaba lo que quería contarles me enteré de la aprobación de Hidroaysén. Así que los piluchos tendrán que esperar.

Sé que a estas alturas es un gesto de buena crianza el decir que estoy en contra de la construcción de 5 represas en la Patagonia y de su subsecuente línea de transmisión que atravesará el país pasando por lugares “protegidos”. También sé que es empalagoso y hasta pedante mencionar cifras detalladas de estudios que no he leído pero de los que he escuchado. Pese a ello, creo que es válido preguntarme, ¿qué estamos haciendo con nuestro país? ¿Somos nosotros los que lo hacemos?

Chile tiene un complejo bipolar. Por un lado, nos sentimos abandonados en una isla perdida en el culo del mundo; pero por otro, y tal vez por lo mismo, somos prepotentes con nuestro entorno y con el lugar en donde habitamos. Sin embargo, aunque podamos odiarnos muchas veces por cómo somos, Chile, como espacio geográfico, está lejos de ser un espacio hostil. Tanto el desierto como los hielos del sur tienen una belleza propia independiente de su beneficio económico. No podemos recaer en la locura de haber cedido parte de la Patagonia a Argentina en el siglo XIX por el poco valor que se le daba a ese territorio. Hoy repetimos el gesto, pero con otro matiz. En vez de regalarlo, ahora lo hacemos pedazos en pos del “desarrollo”.

Alemania es un país pequeño y con mucha más población que Chile y que ha sido arrasado  más de una vez por guerras y políticas devastadoras. Acá se ha instalado en el discurso público y privado una preocupación por el medioambiente. Pero no sólo por una moda, sino por el interés de vivir en un ambiente mejor o, por lo menos, preservar lo que ya se tiene. En Alemania también se han tomado decisiones a espaldas de la población y esto ha llevado a protestas más o menos masivas y constantes en contra de ellas. No hace mucho hubo una movilización generalizada en la ciudad de Stuttgart por un proyecto llamado “Stuttgart 21” que pretende cambiar la dirección de la Estación Central de esa ciudad, debiendo para ello cortar una gran cantidad de árboles de un parque aledaño. La negativa fue tan fuerte y los intereses económico-políticos aun mayores, que hubo una represión sin precedentes en el Estado Federado de Baden-Wüttenberg. Personas “de familia” fueron golpeadas por la policía de manera desproporcionada en relación con el tono de las protestas, lo que llevó a un descontento aun mayor. Finalmente, la población pudo cambiar al gobierno local, pero “Stuttgart 21” todavía puede ser realizado.



Este tipo de manifestaciones se replica a lo largo del país, como en Potsdam, donde vivo, en donde algunos vecinos se han organizado para cambiar las rutas aéreas debido al ruido que producen los aviones. Más que una moda, este tipo de protestas son una defensa de una calidad de vida.

Puede que sea injusto comparar a Chile con un país ya desarrollado como Alemania, pero es importante tener en cuenta cómo se han afrontado los problemas medioambientales. Da lástima pensar en lo que ocurrió con el Parque Intercomunal de La Reina cuando fue dividido para que pasara una calle. Los defensores de esa iniciativa alegaban que era poco el terreno comprometido, pero no se trata de la cantidad, sino del hecho mismo de preferir un progreso vaciado de contenidos humanistas. Finalmente prevaleció esta postura y pese al malestar de algunos vecinos, todo cayó en la indiferencia.

Las autoridades chilenas han decidido que debemos “desarrollarnos”. Pero no nos han dicho para qué, e igualmente importante, quién gana con ese desarrollo. No intento decir que hay que vivir en la selva, como parecer sugerir el Presidente y otros secuaces, cuando manifiesta que no se puede prohibir todo tipo de energía. Esto es una verdad a medias, porque tampoco puede ser en serio que se pretenda realizar un proyecto tan absurdamente gigante y tan invasivo. Dudo mucho que realizando Hidroaysén lleguemos a ser tan desarrollados como Estados Unidos. Y si llegáramos a serlo, habría que tener en cuenta que pese a su riqueza, es un país lleno de pobreza.

Hay personas que les debe dar lo mismo que se haga Hidroaysén porque no han estado ahí, o están a favor porque es necesario el trabajo o la energía. Como valores abstractos, sin duda que son necesarios. Pero, ¿cuánta gente trabajará y por cuánto tiempo? ¿Será el vecino de un pueblo pequeño el que contraten como especialista en redes eléctricas? Lo dudo. En Lota quisieron hacer un parque industrial teniendo en mente la contratación de personas del lugar. Pese a ello, todo se malogró porque se necesitaba personal calificado y terminaron esos puestos en manos de gente venida de Santiago. 

En Alemania, pese al avance tecnológico y  económico, existe una conciencia ecológica que es extraña desde nuestro punto de vista. Desde el preferir la comida “bio” (sin elementos artificiales) hasta la energía limpia. Para nosotros, la naturaleza está “allá”, siempre lejos. Los bosques están en el sur y los ríos puros son cosas que sólo podemos imaginarnos. En Alemania los parques y bosques están en la ciudad. Para nosotros la naturaleza siempre está lejos. Por eso o se le valora o se le ignora. Yo prefiero valorarla porque es escasa.

Los frutos del progreso son prometidos para todos, pero sólo pocos los disfrutan. Según este modelo, es necesario derribar lo que sea en pos del crecimiento. Pero esta energía es para las mineras. ¿Qué ganamos con eso? ¿Es para nosotros esa riqueza?  Si el resultado de todo eso fuera en realidad “para todos”, el desastre “podría” valer la pena. Pero ni eso. Estamos en un punto en que Chile podría optar por formas alternativas de energía. Se entiende que son más caras y menos inmediatas en cuanto a su puesta en práctica, pero sí más limpias y menos invasivas. Y como están las cosas en el mundo esto es lo que debiera primar.

En Alemania ha habido una preocupación fuerte desde hace años al respecto. Aunque este país tiene muchos ríos, no tienen mucha pendiente y las represas no tienen las dimensiones de las que se pretenden en Chile. Es verdad que acá existen plantas nucleares, pero con lo de Fukushima se ha redoblado la presión para su cierre progresivo. El lema Atomkraft? Nein, Danke! se ha instalado en la conciencia político-social desde hace años y los sectores políticos con tendencias más ecologistas como Büdnis 90/Die Grünen tienen cada vez más representación.

¿Energía atómica? No, gracias.

 Es por esta conciencia pública hacia el tema que desde hace varios años se vienen desarrollado otras formas alternativas de energía. Es común ver parque eólicos a las afueras de las ciudades y no es raro ver casas con paneles solares. Incluso, pese a no tener volcanes, existe en algunas zonas plantas geotérmicas. En Chile tenemos mejores condiciones para el uso de estos tipos de energía. No se hacen porque a los poderosos no les convienen. ¿Les favorecería que las personas particulares no tuvieran que pagar la luz porque tienen paneles solares? Son caros, es verdad, pero, ¿por qué entonces no ha habido un programa de subsidio aunque sea en zonas remotas con escaso acceso energético? La independencia energética es su temor.
 
Algunos han dicho que la energía de estas fuentes limpias no es suficiente para la demanda de energía. Sin embargo, ¿quién la necesita?  Los intereses de las mineras no son los intereses de los particulares. Esas ganancias sólo llegan a los chilenos muy indirectamente. Ellos se llevan la energía y la riqueza. A nosotros nos dejan los hoyos y el desastre.

Estamos en un momento en que Chile debe escoger estas energías más limpias y menos invasivas al ambiente. La rapidez de la ambición ha hecho que en la práctica se opte por termoeléctricas y ahora por gigantes deformes como Hidroaysén. Se nos promete el progreso, pero no se nos dice cómo es. Se asume que tendremos de todo y que para alcanzarlo a veces hay que ensuciar a cambio de los dólares. China es hoy ese modelo. Pero dudo que Chile, aunque llegara a ensuciar tanto, llegue a ser como China. ¿Y sería bueno ser como ellos? Nuestras aspiraciones debieran ser más aterrizadas. Noruega o Finlandia comenzaron el s. XX con niveles de prosperidad parecido al chileno y hoy cuentan con un sistema social envidiable incluso para los alemanes y otros países del “primer mundo”.

Estamos despedazando el país por promesas vacías. La naturaleza es nuestro patrimonio. El dinero, se lo llevan los poderosos.


Chronicae Germaniae 1




Desde un país con tulipanes y huevos de colores en los jardines


Como tantas otras familias en Chile, la mía es católica “a su manera”. Por eso la “Semana Santa” es para mí más huevos de chocolate que la pasión de Cristo. Y esa no es una queja. Eso me mantuvo en el lado de la magia y no de la tortura con fines divinos. La televisión era (y tal vez siga siendo) una sucesión de películas bíblicas y romanas antiguas, en donde Cristo tiene los ojos azules. En los terminales la gente intenta escapar de Santiago y se queja de los precios de los pasajes y en el mercado, lo hace por los pescados. Los feriados se prestan para ritos cotidianos. El tiempo divino se ha transformado en un espacio para el descanso y que muchas veces está plagado de sinsabores. Una rueda puede girar sin sentido y gastarse.

Jesus de Nazaret (Zeffirelli)

En Alemania, “Semana Santa” coincide en parte con el inicio de la primavera. Después de haber vivido un invierno monocromático de nieve sobre nieve, con ríos y lagos congelados, de parques sepultados sobre un blanco marmóreo, después de días que acaban a las cuatro de la tarde, las ramas que parecían dedos de cadáveres se pueblan de brotes, el pasto reverdece y pueden verse las flores silvestres. Las casas se adornan de tulipanes y narcisos, y por estas fechas cuelgan huevos pintados en las ramas de los árboles en el jardín. “Semana Santa” huele aquí más a exaltación de la naturaleza que a religionismo. Más adelante hablaré de la religión en Alemania. Por ahora, basta saber que vivo en el nororiente de este país, que significa estar en una zona mayoritariamente protestante que por cuarenta años fue parte de un Estado ateo. Pero independientemente de los credos, hay aquí una acentuación de la vida. Algo contraproducente teniendo en cuenta cómo se llama aquí a la “Semana Santa”.

Potsdam en primavera


Uno acostumbra a creer que las palabras tienen una correspondencia total en otros idiomas y por eso uno estaría tentado a traducir “Semana Santa” por “Heilige Woche”. Pero las traducciones no son siempre correctas y pueden  perdernos. En Alemania se le llama en realidad “Karwoche”. Si se le pidiera a un alemán que explicara qué significa, probablemente, sólo sabría mencionar su uso, pero no su origen. Supongo que eso nos pasa también en muchas cosas. ¿Pero  por qué sería importante todo esto? Karwoche es una palabra antigua y debería traducisrse como “Semana del dolor”, “de la tristeza”. Se entiende que así sea por su sentido cristiano de la muerte y resurrección de Jesús, pero contrasta con el entorno natural. Mientras las palabras mencionan el dolor, el mundo sólo muestra la vida.

El mito del dios muerto y resucitado tiene su correspondencia en la naturaleza. Y detrás de los mensajes religiosos, es fácil ver el paganismo latente. Lamentablemente, en Chile hemos heredado una costumbre sin mucha relación con nuestro entorno natural. No existe esa coincidencia con la primavera y la fecha tiene menos sentido por el bombardeo comercial y el desinterés general. Ni siquiera el fetichismo por el pescado tiene sustento. Hacemos las cosas porque sí. Hemos tomado esta fecha foránea, pero no las hemos resignificado siquiera, tan sólo la hemos gastado. Esperamos los huevitos de chocolate, que será lo único que le dé sabor a ese domingo de tedio.

domingo, 1 de mayo de 2011

Un adiós entrecortado

Gonzalo Rojas (1917-2011)



Hay quien dice que la muerte nunca llega sola. No hace mucho que Gonzalo Rojas había muerto, cuando otro grande se ha ido: Ernesto Sábato. Tenía planeado escribir algo sobre nuestro gran poeta nacional, pero lamentablemente se ha colado otro grande en estas notas sobre la muerte.

No son los primeros grandes que se han ido durante los años que ha vivido mi generación, pero sí son las primeras pérdidas conscientes que he tenido. Algunos podrán alegar por Enrique Lihn o Jorge Teillier, o más recientemente Roberto Bolaño, pero en el caso de los dos primeros, por lo menos yo era muy pequeño siquiera para conocerlos, y en el del último, a diferencia de muchos snobs, no leí nada de él hasta ahora. Sé que es una postura tan snob como la anterior, pero mi punto es que no crecí leyendo a Bolaño, pero sí con Rojas y Sábato, así como a muchos que tal vez no estudiaron literatura, pero que los conocen y los hicieron parte de su vida.

Ernesto Sábato (1911-2011)

En el colegio teníamos lecturas que parecían muertas y sus autores los suponíamos, quizás por lo mismo, idos hace siglos. Pero ellos nos dieron una luz desde la oscuridad y por eso nos acordamos de ellos mucho después de habernos olvidado de esos lastres pedagógicos que poco dicen de la vida. Sabíamos que estaban vivos, dándonos señales en sus libros, pero también desde su vida intelectual e incluso vecinal. Como muchos otros, yo vi a Gonzalo Rojas en diversas lecturas e incluso hablé con él. Habrá quien pueda decir cosas censurables de su vida personal, pero quienes compartimos su lado más público pudimos ver la dedicación hacia su audiencia y hacia los poetas más jóvenes, tanto en los recitales de poesía como en sus paseos por las calles de Chillán. En el caso de Sábato, más de una vez escuché la historia de alguna estudiante universitaria que había viajado a Argentina y tocó su puerta para decirle lo agradecida que estaba por su obra. Creo que a estas alturas debe ser una especie de mito urbano, pero los mitos se basan en verdades. Sujetos extraordinarios viven como uno más de nosotros entre nosotros. Nos hablan de la vida, la muerte y el amor, no desde seguridades, sino desde la duda. Ellos vivirán en sus textos, pero su muerte es la pérdida de esa cotidianidad a la que nos tenían acostumbrados. El relámpago seguirá apareciendo y el túnel tal vez no sea el único ni el más solitario y quizás no tan oscuro. Tan solo es que han compartido con nosotros, porque “entre todos escribimos el libro”.



Agradecimiento por las fotos a:

www.elfracaso.cl/ (por la de Gonzalo Rojas)
www.biografiasyvidas.com (por la de Ernetso Sábato)