jueves, 27 de diciembre de 2007

Ya no hay más excusas


El año está a punto de terminar. La mayor parte de las cosas que nos reclamaban atención y consumían nuestra sangre han terminado o nos han dado un respiro por un tiempo. Es increíble a veces el trecho entre lo que se desea y lo que se hace producto, precisamente, del tiempo que se dispone. Si fuera por mí, hace rato habría leído la ruma de libros que se acumulan en mi velador, habría ido a ver a unos cuantos amigos que parecen olvidados cuando son todo lo contrario, habría terminado de traducir unos poemas que me fascinan, pero que hasta ahora no he podido compartir o habría terminado mi libro.

Hay quienes dicen que el tiempo no existe o, si es que existe, es relativo, o -dándole una vuelta de tuerca más- su misma relatividad es la prueba de su inexistencia. No seré yo quien diga la última palabra, pero sin duda son muy reales las 40 horas cronológicas de mi vida que le vendí semanalmente al colegio y sin duda también creo que para ellos fue algo totalmente relativo. Es que las cosas son según el cristal con que se mire y, cuando el tiempo falta, generalmente ese cristal suele estar algo más que turbio.

Pero seamos sinceros. Muchas veces el reloj marcha y lo vemos avanzar embobados por su regularidad sin ningún apuro. Dejamos que las horas o los días se vayan, sin apuro, pero que se vayan. No importa la urgencia del caso ni las oportunidades que se mueren mientras estamos recostados y con los ojos abiertos o haciendo como que están cerrados. Aunque el mundo nos reclame, la vida está en otra parte. Tal vez no sepamos dónde, pero de seguro no a donde nos piden que vayamos.