martes, 18 de abril de 2017

Ludwig Zeller








La obra de Ludwig Zeller (Calama, 1927) se encuentra influida profundamente por el surrealismo y por las ideas de Carl Gustav Jung, en especial por su teoría de los arquetipos y del inconsciente colectivo. Muy cercano poética y personalmente a Humberto Díaz-Casanueva y a Rosamel del Valle, puede considerársele un continuador de esta veta de la poesía chilena.

Los poemas publicados aquí pertenecen al libro Cuando el animal de fondo sube la cabeza estalla (1976), aparecido en Canadá, país en el que Zeller vivió durante mucho tiempo hasta su instalación definitiva en México. Esta obra expresa la profunda unidad entre la experiencia poética y la experiencia vital. En ellos se unen la expresión visual y lingüística de una vivencia profunda y trascendental, asociada muchas veces al mundo onírico. Los textos son acompañados por collages compuestos por imágenes que parecen provenir de libros antiguos de ciencia o aventuras. Ellos complementan y amplían la lectura de los poemas. Además, cada uno de los textos está traducido al inglés y al francés, amplificando la experiencia poética a otras formas de pensamiento. Recordemos la profunda relación entre idea, palabra y ser, que ya tiene una larga tradición. Como dijo Heidegger «El lenguaje es la casa del Ser» («Die Sprache ist das Haus des Seins») y antes de él Wittgenstein: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» («Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt.» Con ello veremos que la diversidad de los medios de expresión nos da la oportunidad de revivir la experiencia poética tanto en la contemplación visual como en las distintas versiones del texto.

En esta oportunidad publicamos los textos en español junto con las imágenes que los acompañan.


PS: Un detalle de la traducción al francés es que pertenece a Thérèse Dulac, viuda del poeta Rosamel del Valle.




Cuando el animal de fondo sube la cabeza estalla





Hoy vienen los fantasmas y en la mesa que gira
Veo crecer las flores bajo el llanto sediento
Del ojo que en el centro del plato está mirando
La alcuza con su aceite y su escorpión.

Los días se cerraron de repente, crecieron grandes hojas
Como piel de leopardos al acecho, preguntaron
Mi nombre en arameo, quebraron las botellas
De centellas heladas, esos restos de amor que pule el mar.

Seguramente está de más, dijeron. Equivocó el reloj
Sus engranajes, voltearon de revés esas poleas
Y entre animales vago –ser de sangre caliente–
En los caminos, muerdo sobre los frenos, soledad.

¿Se apagó el sol? pregunto. Los niños lloran
Y de las cuatro esquinas siento subir burbujas
Que relamen sin tregua los tablones, los bordes macerados
De aquél Arca, bajo un palio de fiebre va el carbón.

No quiero ver quebrarse la guitarra
No quiero ver subir la marmita
Aquél ojo con garras que pregunta de nuevo
Si dos y dos son cuatro, si las aguas hirvieron de verdad.

¿Dónde estamos queridos? Las arenas de insomnio se levantan,
Juntemos los juguetes del terror, encendamos la mecha
Que parta en dos la luna y esperemos mil años…
                                                                              Mi calamar
Mi madre entre la tinta empieza de repente a sollozar.





Último puerto del Capitán Cook



Escrutando sin pinzas las rocas de su mente
Él cree ver de nuevo los paisajes extraños
Y el barco y las tinajas verdes donde la sangre
Oculta daba gritos en la piel de mujeres ya olvidadas.

Pero, ¿quién se recuerda? ¡No hay salida! Y el viento
No soplará jamás sobre estas jarcias, está solo
Y ya no hay nadie más en las cubiertas donde antaño
Los cautivos empapados de lluvia, de pavor y de herrumbre
Cantaban en su jerga hecha de gritos como licor ardiente
Que él querría de nuevo hoy escuchar.

Pero por fin comprende que no ha salido
Nunca de esta prisión y sólo era leyenda
De marineros ebrios la aventura de explorar
Esos cuatro costados de la tierra en que bullía el polvo.

El orgullo lo tienta y su rostro se enfría
Para toda ternura cuando apoyado en el bastón
Contempla lo que guardó por años en secreto, su escudilla
Con lágrimas, las mismas que a torrentes lo volcaron
En la rada materna.

                                      Y mira aquellos huesos calcinados
Que recorrió cantando o maldiciendo, el viento al fin
Que golpea las jarcias como un ala y el mentido camino
Que lo invita a partir junto a los otros que ahora van
A recorrer el mapa de sus sueños, y se pregunta dónde
Y hay silencio, y grita y enronquece hasta ser el lamento
De aquellos peregrinos que arrastran las mareas
Al abismo sin fondo, y para siempre.

 


Para abrir la mente



Enterrado hasta el cuello en las arenas
Oigo zumbar las hélices del grito,
El cielo está cubierto y para siempre
Veo caer la red sobre las aguas.

Siento entonces mover piedras en lo alto
Y unas manos descienden a mi cráneo pintado
Que abierto en dos, muestra su gajo amargo,
Amargo y sin consuelo.

El cuervo de marfil no tiene plumas
Y las aguas descienden al abismo ignorado.
¿No habrá piel, no habrá mano que se abra en la caída?
Con una brasa ardiente me cegaron.

Ya no tengo recuerdos, me quitaron la luz
De esa memoria, sólo quiero bajar, ser uno con la tierra
Y olvidarme, poder cerrar el ojo que me abrieron
Y ya no ver jamás el sol que hierve. 



Un sueño repetido, ¿es sólo un sueño? 
 



 

“Era de noche. Me encontraba recorriendo un matorral de hojas gruesas y polvorientas, uno de esos lugares desérticos y escondidos donde cualquier cosa puede suceder. Examinaba la vegetación y parecíame que los árboles eran espinos y que a sus flores les crecían como ojos hacia adentro; todo estaba quieto, en silencio y al acecho. De pronto me veía rodeado de gatos y la sensación de peligro se tornaba casi intolerable. Agiles y agresivos, su piel me parecía ahora cubierta de uñas y veíanse sedientos de rencor, amenazantes. Los felinos crecían, eran muchos, amarillos y negros y su tamaño alcanzaba al de los leopardos. Toda fuga me parecía inútil.
                Desesperado cogía un palo de dos o tres metros cuya punta ardía como una antorcha y así armado me enfrentaba a la jauría que ahora era un animal tan sólo, que no atacaba, sino que huía entre las ramas. Con este tizón, pensaba, podré quemar cada intersticio, cada hueco en donde pueda esconderse mi enemigo.
                ¿A dónde voy? ¿A dónde lo persigo? Me veo al borde de un abrupto barranco acosando al felino, pero cuando ya estoy a punto de cogerlo, me doy cuenta de que se ha transformado en la figura del león de Belford y es el soporte de hierro de una pequeña balanza, escaño de un parque donde tiene que ser pesado un día eterno. Me río, al ver esto, a carcajadas, pero ellas no tienen eco. La floresta, las rocas del lugar no tienen eco y su respuesta es tan sólo un largo gemido. Entonces, en mitad del sueño, no sé quién soy yo mismo, si el cazador o el gato.”

(Noche, 10 de febrero de 1972, Toronto.)

Repetición del sueño

Hay que entender de tigres, hay que amarlos
Para clavarlos sólo en cruz cuidando de doblar
Sus bramidos hacia los cuatro puntos cardinales,
Se les hunde hasta el fondo de la oreja el tizón
Y si no hablan en un inglés correcto, se repiten
Las sílabas en un sentido inverso, se les mata de a poco,
Por error, por costumbre, como se hace con todo,
Tan sólo por fastidio.

Ya despierto me angustia aquel recuerdo
De un ser que me habla en sueños, me interroga
Y no entiendo.
                        El paisaje se apaga, no hay un eco,
Quizás sea yo el tigre y sea otro el que juega
Persiguiéndome con carbones ardientes.
Los muñones golpean contra el vidrio, no comprendo
Por qué caen las plumas y en los días cegados,
Entre flores de hielo veo un rostro que brota
Todo cubierto de ojos y de espinas.



Poesía y verdad




Hastiado de proverbios, acodado en un nudo
Que crece cual raíz desde su cuerpo,
Ve transcurrir los días, los fragmentos de vidrio
Que ensordecen al sol con sus bramidos.

Un gran garfio tatuado se levanta
Pegado a su esqueleto, anzuelo en lo profundo,
Sin paz, sólo por agua, Un Rostro
Que es su rostro, lo contempla y no entiende.

Extraviado en el humo, siguiendo el hilo
Del carbón recuerda cómo se alza la luz en dos
Mundos distintos: sobre el Rano-Raraku cambia
Su piel la esfinge, las tormentas de piedras venidas
De lo hondo, las cabezas-enigmas que el mar roen
Con su fija mirada, el antiguo grabado que se mustia
En su mano y, adelante, aquella flor de lava, su pregunta.



La Esfinge en Toronto






…Y para esto anduve cuarenta y tantos años,
Tropezando en los muebles, quebrándome en los filos
De todas las murallas que sin párpados
No tienen agua aquí, sólo carbón sediento, sólo ceniza
Polvo que nos lleva…

                                    Y el viento allá en mi infancia
O aquí las ráfagas que rebanan el rostro con su fría
Mirada, y andar y preguntarse adónde en tanto que alguien
Cose en nuestra espalda la sentencia ignorada.

¡Tantos años! Las máscaras se repiten al fondo
De una hoguera en donde arden las últimas abejas;
Mi madre en el balcón movía al viento sus anillos de pelo,
¿Éramos niños hoy, ayer o siempre? Las cifras
Se repiten sobre el tímpano en lenguajes extraños,
Como quien ve en sus palmas crecer aquella estrella
Que entre graznidos se alza, surca el azul y es ave.

Y ahora aquí, desnudo ante la Esfinge
Sin piedad, sin temores como el que se pregunta
Por el curso de un desastre olvidado en los latines
De Plinio el Joven, ese que sin alardes contaba a otros
Su huída bajo el torrente negro que venía en cascadas
Desde el fondo. “No veía el Vesubio, dice, sino esa cicatriz
De fuego y la noche total que había descendido.

Se apagó el sol e indiferente yo leía las páginas de Livio.
Porque así es la vida y el precio verdadero, la arrogancia.”
Y surcamos un túnel y otro y otro, en donde a cada paso
Sólo veo estaciones de mi mente, fragmentos que he vivido,
Cuerpos en los que he sido sólo el alma.

Pero aquí estoy. Tres años bastan para que el sol
Cambie de nuevo cáscaras y alumbre cual huevo
De serpiente a los humanos; llamaradas lascivas nos rodean,
Recuerdo que hay en toda mujer que fué quimera,
Unos zapatos negros en la arena, y el humo azul que canta
En su mirada…
                          Pero, ¿no he adivinado? ¿Estoy a salvo?
En sus ojos diviso la tormenta, ese ramo de lágrimas que caen.

Afuera, rompe el mar. Dentro murmura el viento.
¿He llegado tal vez? ¿Estoy despierto?