lunes, 28 de agosto de 2023

El Insurrecto

 Franco Caballero Vásquez




¿Quién soy y qué hago aquí de nuevo? ¿Por qué me regalaron esta porquería de chaqueta? Mientras subo la escalera mecánica miro hacia atrás y veo esta misma chaqueta repetida en ocho cuerpos distintos, y se ven tan mal. Veo repetir esos botines de mujer otras diez veces más, y así con las carteras, y las bufandas, y la forma de usar las bufandas, y así con los colores, y la forma de caminar, y la forma de hablar y ¿por qué cresta todos tienen ese tono hueón de saludarte? suena tan falso; aunque si no lo usas el otro se siente ofendido o siente que ha recibido un trato poco amable. ¿De qué está compuesto el modo vulgar de querer entrar en un círculo común?, y más encima temer de no pertenecer a él.

Tantas casas iguales en los barrios “altos”, familias aspiracionales les digo yo, o aspiraracionalidades. Más penosos son esos que ya pasaron los cuarenta y siguen hablando banalidades. Los aborrezco, tienen hijos y esposas. Y se ríen de mí porque no veo noticias, porque me encuentran romántico. Qué penosa la vida desechable. Otro auto que pasa rápido por mi lado. Qué cuma es manejar rápido. Otro gimnasio con treinta personas en bicicleta y trotadoras, varios con audífonos, las mismas zapatillas y el típico buzo ajustado. Me acuerdo de mi amigo que salía a correr cerca de su casa en Santiago y la gente se asustaba cuando lo veían porque pensaban que los iba a asaltar porque sus zapatillas no eran Nike, ni su polerón tenía colores fluor.

Y vamos paseando otra vez con esos station tan grandes a toda velocidad. Es cierto, no debería caminar por el medio de la avenida, pero no me importa, los encaro, les grito, los miro fijo con una mirada quemante y juzgadora. ¿Qué problema tiene que quiera mirar el cielo desde el medio de la calle?

¿De dónde sacan tanta plata? ¿Es que acaso todos acá tienen altos puestos de trabajo? Miro por fuera estos tristes bares donde la música suena tan fuerte y cada grupo interactúa entre ellos, nadie escapa de su personalidad, nadie se revela ante sí mismo, siguen tan compuestos; se contienen aún gobernados por la soltura del alcohol, quizás eso genera violencia. ¿Hasta cuando la sociedad va a cuidar de su estabilidad ilusoria? ¿Hasta cuándo van a soportar este peso enorme que tiene el mercado? ¿Esa homogeneidad? ¿Por qué me hablai así hueón? Yo no soy como los demás, háblame claro, sé honesto conmigo, revela tu emoción y exprésamela.

Otro auto más que pasa rápido cerca mío y lo empapelo a chuchás. ¿Qué se creen? Rápidos van a sus casas a prender la tele, comprar comida, estudiar con los niños, sacar un par de cuentas, dos pastillas y a la cama.

Cruzo a la vereda, no soy un loco, me lo confirmo, pero al mismo tiempo que lo hago escucho gritos de alevosía dentro mío. Miro hacia atrás y en plena esquina de esta gran avenida en la que hay mucha confluencia, donde está el jumbo, el Bice, el Sodimac y un carrito de completos, un borracho está al medio de la calle dirigiendo el tránsito. Comienza a llover y sigue de pie gritando con alegría y ayudándole al semáforo a realizar su trabajo. Es de los míos, pienso. Los autos siguen pasando rápidamente, como si no se percatasen que mi “hermano” está sacando su corazón entre sus cuerpos flotantes y grises en transcurso. Explota el cielo, llueve intensamente como si reconociera mi rabia, mi ahogo, mi desesperación. Me saco la mochila y la tiro lejos, no me importa recordar si es que tenía algo valioso dentro de ella como para descartarla de mi vida para siempre. Quizás unos escritos, unas ideas, que hasta ahora atesoraba tanto, pero en realidad están en mí, si no se guardan en mí, entonces sepultaré mi memoria y me perderé en el vacío de lo que ocurre. Mi mirada es un volcán eufórico. Mi cómplice existencial, el borracho, apenas de pie, comienza a sucumbir, el peso del agua lo agota y pierde fuerzas. Le tiritan las piernas, se cae, se levanta, se balancea. “!!!!!!Resiste!!!!!!!” Grito con todas mis fuerzas. Lloro y me subo arriba de una reja “¡¡¡¡¡¡Resiste!!!!!!!” El ahogo me gobierna, corro hacia la plaza que está aquí a la vuelta, tomo un camote del porte de mi mano, la lluvia no me atormenta, corro a toda velocidad y se la tiro con mis fuerzas viscerales al ventanal del Banco Bice Vida. Es viernes.

(El joven corriendo se estrella contra la entrada principal del banco, saca la piedra y con la misma empieza a golpear fuertemente el cajero automático. Comienzan a sonar alarmas, suena un trueno, se cae, se levanta, se balancea, se tira como si fuese un piquero a los autos que pasan raudos por la avenida; una moto alcanza a frenar, con la misma piedra que no ha soltado corre hacia al motorista y lo impacta contra el casco, la persona cae y no se levanta, nadie se baja, se oye el grito del joven “¡¡¡¡resistencia!!!!”. Corre directo hacia el jumbo, entra al supermercado a toda velocidad, la gente mira asustada, se estrella contra los tomates y las cebollas. Toma un repollo y lo revienta contra la cara de un hombre de corbata, le cae encima, lo escupe, dos guardias se lanzan sobre los dos, intentan sacárselo de encima, el joven grita y grita “¡¡¡Rebelión!!!”. Los guardias le rajan la polera, se golpean, caen encima de los refrigeradores de la carne, rompen la barrera de vidrio, alguien sangra; de una patada tira a un guardia hacia atrás, logra zafarse del otro y corre por los pasillos, algo busca, la gente cae en la misma desesperación y corren a todas partes como si arrancaran del loco. Nuestro héroe aparece con un aerosol y un encendedor, comienza a tirar pequeñas llamas por todas partes, a todo lo que se le cruce en su arranque desenfrenado, vuelven los guardias, pero antes ya ha pateado a otro universitario que paseaba por el pasillo de galletas con audífonos y que no se había percatado del alboroto. En brazos de unos de los hombres de seguridad caen encima de una señora con su hija escolar, derriban el stand de dvds, chocan contra los jabones, el jumbo es todo un griterío, logra arrancar, sale a la calle nuevamente, lanza una molotov, que se imaginó y se hizo realidad, al banco Bice. Con un palo empieza a golpear los autos estacionados, dispara a los restaurants que bordean el supermercado con una hechiza que cayó al suelo de alguien que corría. La gente pierde el control, la lluvia cae y pareciera que no llueve, que hay sol y toda la tierra se está revolucionando ante el cielo. Saca un hacha y corre ensangrentado, empapado por completo con la ropa rajada y descalzo, golpea y golpea los semáforos. La gente graba con sus celulares, los carabineros llegan a atraparlo, lo toman de un brazo, con el otro sigue golpeando el semáforo, lo amarran, le patea la cabeza a uno, le pegan, pero no suelta el hacha que le cuelga de una mano, lo muerden, lo azotan y él grita “¡¡¡¡¡¡testigos de lo falso!!!!!!!” “¡¡¡Corruptos de la mentira!!!” “¡¡¡¡¡Esclavos del engaño!!!!!!” se escuchan disparos a lo lejos, sigue lloviendo fuertemente, el cielo se viene abajo, chocan unos vehículos, se muere una persona, alguien golpea a otro sin mayores motivos, se suicida una estudiante, un perro muerde a un niño, explota una de las cajas de pago en el jumbo, el joven grita esposado bajo la lluvia “¡¡¡¡¡¡¡Qué se rebele lo verdadero!!!!!!” “¡¡¡¡¡¡¡Que lo real sangre y se eleve!!!!!!” Llora mientras llueve muy fuerte y el joven solloza “No lo acepto, no lo tolero, no puedo entenderlo (entre llantos) no puede ser que sea así, no puede ser, no tenía que ser así, no es correcto, no es sano, no puede ser (lo desnudan y sigue llorando) ¿de dónde surge la belleza si nadie tiene corazón para recibirla?; ¿de dónde nace lo auténtico en el desfile de la careta?”.

Se oye un trueno. No hay luz, se oyen sirenas, bocinas, los autos están detenidos y avanzan lentamente entre el taco que genera el caos. Todo se mimetiza en gris y se ve brillar de lejos el cuerpo desnudo y pálido del joven luchador encima del auto policial. Se revienta un neumático, explota una ampolleta, se cae una paloma, se oyen más disparos, se derrama un sándwich y se hunde un bote en el río Claro)

En la entrada del carro de completos hay una mochila mal cuidada, con el cierre malo. Cerca de la mochila un cuadernillo mojado y abierto tiene escrito:

“El adicto vuelve a la droga como el estudiante a los libros. Se cierra el velo de una novia inquieta. Te quise en lo mundano buscando lo cierto. Arrepentí el don de mi talento en la furia limpia de mi corazón idealista. Cubrí con perdones el sabor de mi rebeldía. Gota a gota cae la última noche, tras cada pestañar se oscurece mi invierno. Pierdo, perdemos, duermo. Pierdo, perdemos, muero.”

Camino a la cárcel se oye una canción:

“No soy el único, no, no soy el único, no”

 

 


 

Franco Caballero Vásquez (1986) Nacido en Rancagua, curtido en Chillán, adolecido en Curicó, pervertido en Santiago y nacionalizado talquino. Pedagogo, magíster y doctorante, columnista y editor imberbe.

 

Créditos:
Imagen del encabezado: El caminante sobre el mar de nubes de David Caspar Friedrich (Fuente: (cc) Wikipedia).
Fotogradía del autor: (c) Franco Caballero Vásquez

lunes, 21 de agosto de 2023

Los mensajeros de la Muerte

Hermanos Grimm (compiladores)




Antes de los viejos tiempos, vagaba una vez un gigante por la gran carretera, de pronto un hombre desconocido saltó contra él y gritó: “¡Alto! ¡Ni un paso más!” “¿Qué? –dijo el gigante– Tú, duende que puedo aplastar entre los dedos, ¿tú quieres torcerme el camino? ¿Quién eres tú que te permites hablar con tanto descaro?” “Yo soy la Muerte –respondió el otro– nadie me resiste y tú también debes obedecer mis órdenes.” Pero el gigante se negó y comenzó a pelear con la Muerte. Fue una lucha larga y fuerte. Al final el gigante tomó la delantera y derribó a la Muerte con su puño que derrumbó junto a una piedra. El gigante siguió su camino y la Muerte yacía ahí derrotada y tenía tan pocas fuerzas que no podía volver a levantarse. “¿Qué pasaría –decía– si tuviera que permanecer tirada ahí en la esquina? No moriría nadie más en el mundo y se llenaría con tanta gente que no habría más lugar para estar de pie uno al lado del otro.” Por el camino apareció un joven, fresco y sano, cantó una canción y movió los ojos de un lado a otro. Cuando vio a la medio desmayada, se acercó compasivamente, la enderezó, le administró de su botella una fuerte bebida hasta que recuperó sus energías. “¿Sabes acaso –dijo el extraño mientras se levantaba– quién soy y a quién has ayudado a ponerse nuevamente de pie?” “No, – respondió el joven– yo no te conozco.” “Yo soy la Muerte, –dijo– no perdono a nadie y tampoco puedo hacer excepciones contigo. Pero para que veas que soy agradecida, te prometo que no te atacaré de improviso, sino que quiero enviarte primero a mis mensajeros antes de que yo venga y te lleve.” “Bien, entonces, –dijo el joven– siempre es una ganancia el que yo sepa cuándo vienes y por mientras esté al menos a salvo de ti.” Después siguió adelante, estaba divertido y de buen humor y vivió el día. Sin embargo, la juventud y la salud no duraron mucho. Pronto vivieron la enfermedad y los dolores que lo atormentaban de día y le quitaban la tranquilidad de noche. “No moriré –se dijo–, pues la Muerte recién envió a sus mensajeros: sólo quisiera que los malos días de la enfermedad pasaran.” Tan pronto como se sintió sano, comenzó nuevamente a vivir con alegría. Entonces un día, alguien le tocó el hombro: miró a su alrededor y la Muerte estaba parada detrás de él y dijo: “Sígueme, la hora de tu despedida de este mundo ha llegado.” “¿Cómo?” –respondió el humano– ¿quieres romper tu promesa? ¿No me habías prometido que antes de que vinieras tú querías enviarme a tus mensajeros? No he visto a ninguno.” “Calla –respondió la Muerte– ¿No te envié a un mensajero detrás de otro? ¿No vino la Fiebre, te golpeó, te sacudió y te sometió? ¿El Mareo no te ha aturdido la cabeza? ¿La Gota no te ha pellizcado en todos los miembros? ¿No te rugieron los oídos? ¿El Dolor de Dientes no te royó en tus mejillas? ¿No se te oscureció delante de los ojos? Sobre todo, mi hermano biológico, el Sueño, ¿no te recordaba a mí cada tarde? ¿No te acostabas en la noche como si tú ya estuvieras muerto?” El humano no supo qué responder, se entregó a su destino y se marchó con la Muerte.

 

Traducción de René Olivares Jara

 

Ilustración (versión coloreada): Otto Ubbelohde