lunes, 25 de febrero de 2019

Algunos pensamientos sobre la ciencia del Onanismo


Un discurso brindado ante los miembros del “Stomach Club”, París, 1879.

Mark Twain

(Traducido por René Olivares Jara)



Mark Twain en la época en que fue escrito este texto.


Mi dotado predecesor les ha advertido en contra de la “maldad social: el adulterio”. En su hábil trabajo él agota este tema. No deja absolutamente nada más para ser dicho sobre él. Pero continuaré su buen trabajo por la causa de la moralidad advirtiéndoles sobre aquella especie de recreación llamada “autoabuso” a la que percibo ustedes son muy adictos. Todos los escritores sobre salud y moral, ambos antiguos y modernos, han luchado con este majestuoso tema. Esto muestra su dignidad e importancia. Algunos de estos escritores han tomado un lado, algunos el otro.

Homero, en el segundo libro de la Ilíada, dice con fino entusiasmo: “Dadme masturbación o dadme muerte”. César, en sus comentarios, dice: “Para el solitario es compañía, para el abandonado es un amigo, para el envejecido y el impotente es un benefactor. Aquellos que están sin dinero son aún ricos, tienen todavía en aquello esta diversión majestuosa.” En otro lugar este experimentado observador ha dicho: “Hay momentos cuando lo prefiero a la sodomía.”


Ilíada, de Homero




Julio César



Robinson Crusoe dice: “No puedo describir lo que le debo a este delicado arte.” La reina Isabel dijo: “Es el baluarte de la Virginidad.” Cetewayo, el héroe Zulú, enfatizó: “Una sacudida en la mano vale por dos en el arbusto.” El inmortal Franklin dijo: “La masturbación es la madre de la invención.” Él también dijo: “La masturbación es la mejor política.”

Miguel Ángel y todos los otros viejos maestros –“Viejos Maestros”, deseo enfatizar, es una abreviación, una contracción– ha usado un lenguaje similar. Miguel Ángel le dijo al Papa Julio II: “La autonegación es noble, la autocultura beneficiosa, la autoposesión es masculina, pero para el alma verdaderamente grande e inspiradora, ellas son pobres y mansas comparadas con el autoabuso”. El Sr. Brown, aquí, en uno de sus últimos y más agraciados poemas, se refiere a él en una línea elocuente que está destinada a vivir hasta el final de los tiempos: “Nadie lo conoce, pero lo ama; nadie lo nombra, pero lo alaban.”
 


Miguel Ángel (detalle del retrato hecho por Daniele da Volterra)



Tales son las expresiones de los más ilustres de los maestros de esta renombrada ciencia y sus apologistas. El nombre de aquellos que lo censuran y se le oponen es legión. Ellos han hecho argumentos fuertes y expresado amargos discursos en su contra. Pero no hay espacio para repetirlos aquí con mucho detalle. Brigham Young, un experto de incontestable autoridad, dijo: “Comparado con la otra cosa, es la diferencia entre la luciérnaga [lightning bug] y el relámpago [lightning].” Salomón dijo: “No hay nada que recomendar, salvo su bajo precio.” Galeno dijo: “Es vergonzoso degradar a tales usos bestiales aquella gran extremidad, aquel formidable miembro, el cual nosotros, devotos de la Ciencia, apodamos el Maxilar Superior –cuando lo doblan del todo, lo que es raro. Sería mejor decapitar al Superior que usarlo así. Sería mejor amputar el os frontis que ponerlo en tal uso.


Galeno (129-201/216), famoso médico del mundo antiguo.



El gran estadista, Smith, en su reporte al Parlamento, dice: “En mi opinión, más niños han sido desperdiciados de esta manera que de cualquier otra.” No puede ser negado que la alta antigüedad de este arte la da derecho a nuestro respeto. Pero al mismo tiempo pienso que su nocividad demanda nuestra condenación. El Sr. Darwin estuvo afligido a sentirse obligado a renunciar a su teoría de que el mono era el vínculo que conectaba al hombre con los animales más inferiores. Pienso que se apuró demasiado. El mono es el único animal, excepto el hombre, que practica esta ciencia. Por lo tanto, él es nuestro hermano. Hay un lazo de simpatía y de relación entre nosotros. Démosle a este inocente animal una audiencia adecuada y él inmediatamente pondrá a un lado sus otros asuntos y se afilará. Y verán por sus contorsiones y su expresión de éxtasis que él toma un interés inteligente y humano en su actuación.



Los signos de excesiva indulgencia en este pasatiempo destructivo son fácilmente detectables. Ellos son: disposición para comer, beber, fumar, encontrarse cordialmente, reír, bromear y contar historias indecorosas; y, principalmente, un anhelo de pintar imágenes. Los resultados del hábito son: pérdida de la memoria, pérdida de la virilidad, pérdida de la alegría y pérdida de la progenie.



De todas las variadas formas de relaciones sexuales, esto lo hace menos recomendable. Como un entretenimiento es demasiado fugaz; como una ocupación, es demasiado agotadora; como una exhibición pública, no hay dinero en ella. Es inadecuada para la sala de dibujo y en las sociedades más cultivadas hace mucho tiempo que ha sido desterrada de la junta social. Ha sido, al menos en nuestros días de progreso y mejoramiento, degradada a la fraternidad con la flatulencia. Entre los mejores criados, estas dos artes son ahora consentidas sólo en privado –aunque por consentimiento de toda la compañía, cuando sólo hay hombres presentes, todavía es permitida en buena sociedad remover el embargo en el suspiro fundamental.


Un "suspiro fundamental" (Manuscrito medieval)


Mi ilustre predecesor les ha enseñado que todas las formas de “maldad social” son malas. Quisiera enseñarles que algunas de estas formas son más evitables que otras. Así, en conclusión, digo: “Si deben apostar sus vidas sexualmente, no jueguen demasiado una mano solitaria.” Cuando sientan un levantamiento revolucionario en su sistema, echen abajo esa columna Vendôme de alguna otra manera. No la boten agitándola.


Plaza Vendôme y su columna.



Algunos pensamientos sobre la ciencia… es un texto que Mark Twain leyó en una de las reuniones del Stomach Club durante su estadía en París en 1879. Este club estaba integrado por escritores y artistas estadounidenses que residían en Francia, por lo que se daba un espíritu de camaradería en el exilio entre sus miembros. Debido a la informalidad de las reuniones, seguramente Twain se aventuró a presentar este discurso que, debido a su tema, permaneció inédito hasta 1952 con una tirada de 100 copias. Es por esta misma situación que apenas se le conoce en español, por lo que hemos querido presentar esta versión, al parecer la primera -no me atrevería a asegurarlo- lo más fiel posible al espíritu del autor, que tanto parece saber sobre el tema.




Créditos de las imágenes
Todas las imágenes pertenecen a Wikipedia, excepto:
Retrato del autor: "Humor in America
"Suspiro fundamental": Pinterest (Marginalia)
Plaza Vendome y su columna: Oficina de Turismo y Congresos de París
 

lunes, 4 de febrero de 2019

Identidades en diálogo: La traducción como espacio de comprensión del otro


René Olivares Jara


Antes de comenzar quisiera agradecer a los organizadores: a Red Inveca y al Instituto Iberoamericano, que han hecho posible el que podamos reunirnos investigadores de distintas áreas sobre un tema más o menos en común que, como es mi caso y el de muchos de ustedes, sale de lo meramente profesional y cobra un sentido mucho más personal. No sólo estudiamos los cruces culturales, sino que vivimos en ellos. Lo que escucharán a continuación surge precisamente de esa situación. Se trata de una parte de un trabajo en progreso centrado en la traducción como una forma de mediación cultural, en el que intento integrar algunas disciplinas que me han atraído el último tiempo: los estudios literarios, la teoría sobre la traducción, la lingüística y la filosofía del lenguaje. No pretendo distraerlos más de la cuenta en los aspectos teóricos, pero sí me gustaría abordar cómo la traducción puede ser entendida como una forma de comprensión del otro, que tiene como fin último una mejora de la convivencia, en su sentido profundo, es decir, vivir con ese otro que consideramos distinto dentro de un espacio común.



















Ahora, la perspectiva que deseo asumir como concepto de “traducción” aquí, excede lo que tradicionalmente entendemos como tal, es decir, como el traslado del significado de un texto de un idioma a otro. Sin querer desvalorizar esta dimensión de la traducción, podríamos decir que es limitada, en el sentido de que sólo se remite a una actividad concreta relacionada con los textos. Más bien, lo que quiero abordar hoy asume la traducción como un hecho más amplio en el que el “traductor” opera como un agente cultural que busca acercar ideas y costumbres a una comunidad en particular y cuyo texto no necesariamente es el trasvasije de otro. Puede ser un texto original, pero que intenta una explicación de ese otro grupo humano que se considera extraño, para “traducirlo”, acercarlo y hacerlo entendible a los miembros de su propia comunidad. Pienso en situaciones como los cronistas en otros países dando cuenta de esa cultura extranjera a sus compatriotas. Pienso en el crítico que intenta explicar cierto movimiento de ideas ajeno a sus pares. Y pienso en aquellos que abordan algún aspecto cultural constitutivo de aquella comunidad ajena e intenta aclararlo a la propia. Sin duda me quedo corto de ejemplos, dado el escaso tiempo, pero puedo apuntar a la pasada a Rosamel del Valle escribiendo sus crónicas desde Nueva York entre 1946 y los años 60’s, en un momento en que esa ciudad parecía ser para los chilenos “de otro mundo”. Al decir de Leonardo Sanhueza “era nuestro corresponsal en la luna”. En el segundo caso, podemos ver a Rubén Darío hablando a los latinoamericanos vía Buenos Aires sobre esos “Raros” como Lautréamont, Max Nordau o Paul Verlaine en 1896 y que ayudó a conocer a los simbolistas franceses. Ya el mismo nombre señala la extrañeza y las dificultades de comprender a esta camada de escritores franceses tan distintos a los que en nuestros países en esa época se estaba acostumbrado. Y ya en un tercer lugar, y aquí es donde pretendo adentrarme hoy, están los escritores como Mark Twain, quien con su texto The Awful German Language –que podríamos traducir como La horrible lengua alemana– intenta explicar y explicarse las características de este idioma y, con él, de la cultura y la sociedad de este país. Es en esta concepción “amplia” de la traducción que veremos con mayor claridad ese espacio en que las identidades entran en diálogo, situación que Grínor Rojo se encarga de advertirnos, no tiene por qué ser siempre cordial, sino que también puede poseer un grado mayor o menor de tensión, incluso de contradicción. Mientras que toda traducción “tradicional” guarda la distancia cultural en los “silencios” –pienso aquí en la selección de los temas, el idioma a tratar, si se trata de una traducción directa o no, etc.– todos los ejemplos que he dado tienen en común que el diálogo entre las culturas posee marcas identificables en los textos mismos. Ellos se exponen a sí mismos como un cruce de idiomas y culturas. Como si se tratara de una caja de resonancia, muestran y amplifican las características idiomáticas y culturales junto con los problemas y desafíos que este encuentro de mundos implica, por lo que explicitan su situación como instrumentos de mediación cultural. Hablemos, entonces, de La horrible lengua alemana y cómo postula una forma especial de acercamiento al otro.


















Este texto aparece como parte del “Apéndice” de su libro de 1879 A Tramp Abroad, que relata semificticiamente el viaje que Mark Twain hizo a Europa en 1878, en especial su paso por Alemania, Suiza e Italia. Si algunos conocen este texto, sabrán que en él, este autor hace una crítica bastante jocosa del idioma alemán y es una especie de texto "hito" para los germanistas acá en Alemania, pero sobre todo en el mundo anglosajón. Sus quejas se refieren especialmente a fenómenos que creo todos o muchos de nosotros hemos vivido o sufrido también al momento de aprender este idioma: palabras kilométricas, verbos que se separan, frases interminables con el verbo al final, tres géneros gramaticales repartidos al parecer sin lógica, ocho formas de hacer un plural y, por supuesto, los “casos” y sus declinaciones. Como Twain dice en el libro que les comento:

«Algunas palabras alemanas son tan largas que tienen perspectiva (…) Uno puede abrir un periódico alemán en cualquier momento y verlas marchar majestuosamente a través de la página. Y, si tienes algo de imaginación, pueden verse las banderas y escuchar la música también.»

Y aquí tienen un ejemplo de eso.

Una palabra completa

Es por eso que no nos debe extrañar cuando asegura que: 

«Mis estudios filológicos me han convencido de que una persona dotada podría aprender inglés (excluyendo ortografía y pronunciación) en 30 horas, francés en 30 días y alemán en 30 años.»

De todos modos, leer este texto desde la perspectiva de una mera queja es sin duda superficial. En el fondo, La horrible lengua alemana manifiesta una alabanza contenida a lo que el mismo Twain llama «el idioma de los cuentos de hadas». Incluso llega a afirmar que «Hay canciones alemanas que pueden hacer llorar a un extraño al idioma.» Es la expresión de la consciencia de una inteligencia enfrentada a su propio límite de comprensión. Piensen ustedes. Se trata de uno de los autores más reconocidos de EE.UU. y que pese a todos sus esfuerzos tiene la sensación de que no poder dominar la lengua alemana.

Por lo mismo, si ahondamos un poco más, notaremos que la labor que hace Twain con este texto es un intento de comprensión del otro, en este caso, de los alemanes de finales del siglo XIX. Detrás de las anécdotas, detrás de las exageraciones y las quejas, Twain clasifica, compara, ofrece soluciones, no sólo en el plano meramente lingüístico, sino, en un sentido más amplio, en un plano cultural. Él quiere conocer a ese otro que se “oculta” a plena vista detrás de un idioma cuya dificultad oscurece sus características. En un mundo en el que las redes de información, así como los medios de transporte eran mucho más lentos que hoy en día, Twain es un “emisario” de la cultura anglosajona de Estados Unidos en un país “lejano”, extraño y por descifrar. Su lector, de hecho, no es el público alemán, sino sus compatriotas. Lo que intenta en definitiva es una “traducción cultural” del medio en el que se encuentra y su texto manifiesta la extrañeza y la describe hasta un punto de hacerla comprensible, ya sea por la burla o la admiración. Ahora bien, ¿para qué tomarse tantas molestias?


El costo y el beneficio

Traducir presupone la existencia de algo valioso, por lo menos para el mediador, y que le da sentido al esfuerzo que implica una empresa como ésa. Traducir es costoso. Incluso si se arremete una traducción literal. Agreguemos a eso nuestra visión más amplia de este ejercicio. La traducción no es sólo el reemplazo de una palabra por otra en un sistema de signos. Es la transformación de una mirada sobre el mundo, sobre la historia y sobre la propia cultura que el traductor debe dar cuenta, muchas veces agregando un nivel estético, en el caso de las obras literarias. Las palabras no significan, sino que revelan. Y la luz o la sombra que proyectan varían de lengua en lengua.

Martín Lutero (Lucas Cranach, 1529)
Von Juden und ihren Lügen (1543)


















¿Cuál sería el sentido de traducir hoy en día Von den Juden und ihren Lügen (Sobre los Judíos y sus mentiras), de Martín Lutero. El mero gesto de traducirlo es asumir ejercer un impulso, provocar una reacción, en este caso, promover el antisemitismo. Si el traductor cree que esto vale la pena, es porque asume el contenido de una obra como esa. Es “apropiarse” de ella en pos de una meta social determinada. El “valor” que propongo para la obra de Twain –y  que creo es posible postular para la traducción en un sentido amplio como meta social– reside en el objetivo último que Twain propone en el texto y que creo se patentiza en la cita de su comienzo:

«Aprender un poco emparenta el mundo entero.»
Proverbios XXXII, 7

Sé que muchos de ustedes, debido al espíritu científico, estarán motivados a corroborar las fuentes de esta cita. Pero no gasten su tiempo en este caso, porque el capítulo XXXII de Proverbios no existe. Falso, pero no por ello menos cierto. Lo que está detrás de esta “cita” es la idea de que el aprendizaje entraña el re-conocimiento en el otro. Es darnos cuenta que esa otra persona, de otro país, con otra cultura y otro idioma, tal vez uno tan difícil que no nos permite entendernos mutuamente, esa persona, quizás tenga algo mucho más común con nosotros mismos. Precisamente ese era la meta de Twain con La horrible lengua alemana. No buscará sólo “traducir” el idioma, sino que buscará “traducir” y, al mismo tiempo, “conocer” a ese otro en una dimensión que de otro modo se le escaparía. Ahora, esta función no es algo meramente personal. La difusión de un texto pretender abarcar este acto de conocimiento hacia un grupo humano mayor hacia el que se dirige y con el que el escritor se identifica.

Aquí quisiera detenerme en dos conceptos importantes para abordar la traducción desde esta perspectiva “cultural”: la relación que el lenguaje tiene con la identidad y con la experiencia.


Identidad y Experiencia

La realidad y sus leyes físicas es la misma para todos y el cerebro funciona prácticamente igual para todas las personas. Sin embargo, los distintos grupos humanos han configurado de distintas maneras las formas de cómo dar cuenta de su mundo por medio del lenguaje. Es decir, han pensado y expresado su realidad de maneras distintas. Según Ethnologue en el año 2018 la cifra de lenguas vivas es de 7100. A eso hay que sumarles los 9231 idiomas ya extintos. Esta diversidad lingüística puede explicarse por la diversidad de las condiciones materiales a las que se enfrentan las comunidades humanas y que dan paso a su vez a los distintos sistemas de socialización, creencias, formas de vida y, sobre todo, a la manera en cómo interpretan su entorno. En definitiva, el lenguaje, dentro de su carácter arbitrario, refleja las experiencias de esos individuos y los socializa, generando dos consecuencias complementarias: 1) La generación de un repertorio de experiencias; y 2) la conformación de una comunidad, de una identidad colectiva.

En el primer caso, podemos ver las diferencias en cómo los grupos representan tanto su experiencia actual como la de sus miembros en épocas anteriores. Por ejemplo, la forma en cómo piensan el tiempo: verticalmente en chino, de derecha a izquierda entre los pueblos semitas, el aymara señala el futuro hacia la espalda y mira hacia el pasado e incluso hay pueblos como los Pormpuraawan en Australia, en la que el tiempo se señala no desde el cuerpo, sino como coordenadas absolutas: el tiempo “fluye” desde el este hacia el oeste.

(c) NativLang "Does time work differently in different languages? - Hopi Time"

Este reloj hebreo se mueve "al revés".

(c) NativLang "Does time work differently in different languages? - Hopi Time"


En el segundo caso, el dominio de una lengua es una de las formas más evidentes de distinción entre un “nosotros” y un “ellos”. El dominio de una lengua marca la pertenencia a un grupo determinado. Como se sabe, los antiguos griegos distinguieron entre los “bárbaros”, los incivilizados, como aquellos que no hablaban griego. Para ellos, todos esos pueblos –todos menos ellos– no habían desarrollado del todo el pensamiento y eso se traducía en un lenguaje incomprensible. Esta incomprensión del otro, asociado con una conformación de una identidad colectiva se repite en otras comunidades. Es así como muchos pueblos eslavos tienen distintos nombres para “Alemania”: niemcy (polaco), německo (checo), njemačka (serbocroata), niméččyna (ucraniano), etc., todos ellos provenientes del protoeslavo nemet, que significa mudo. La idea detrás es de que los alemanes “no hablan”. Son distintos a los que hablan eslavo.

Los distintos nombres de Alemania, (cc) Wikipedia.


En los dos casos, debemos estar atentos a las consecuencias sociales que pueden implicar. Las menciones a las distintas configuraciones del tiempo son ejemplos de la hipótesis de Sapir-Whorf, la que propone la influencia del lenguaje en el pensamiento, aunque el “grado” de esta influencia varía según quien la sostenga. En su versión más “fuerte”, el lenguaje determinaría la forma de pensar de las comunidades que lo hablan. Si bien “vivir en el lenguaje” es algo a lo que muchos de mis compañeros y colegas literatos aspiran, lo cierto es que asumir totalmente esta postura “aisla” a las comunidades y justifica sus diferencias. Acá hablamos de las formas de comprender el tiempo, pero ¿qué pasa con fenómenos lingüísticos como la jerarquía? ¿Qué pasa con los bárbaros en un mundo cada vez más globalizado? Está de más decir que yo mismo me cuento entre estos bárbaros. Un chileno mestizo discutiendo estos temas en una ciudad europea hablando un idioma derivado del latín. De este modo, si el otro piensa distinto, la “lógica” de su mundo nos es ajena y no podríamos entender su actuar, así como ellos no podrían entendernos a nosotros. La identidad lingüística, vista así, sella toda forma de convivencia. No hay diálogo posible.

Visto de esta manera, la traducción no debe dar cuenta del mero significado de las palabras como aparecen en el diccionario, sino que también debe abordar las experiencias colectivas que subyacen en aquellos términos de una determinada cultura. Es evidente que esta meta es imposible de satisfacer siempre. Es por eso que en cada traducción está la sombra de la ya célebre frase “traduttore, traditore”. Sin embargo, siempre ha existido la necesidad de comprender ese mundo ajeno. Aunque sea imperfectamente.

Mi idea inicial era, precisamente, ofrecer una mirada panorámica de ese diálogo imperfecto entre las identidades colectivas que se despliegan entre Alemania y Latinoamérica tomando el caso chileno desde el siglo XIX, principalmente en cinco momentos: 1) La llegada de los colonos alemanes a Chile en el siglo XIX; 2) Los años 20-30 (consolidación o integración en la sociedad local); 3) los años 60 (consolidación de una “imagen de Latinoamérica”); 4) Crisis político-sociales (Dictadura) y las dos Alemanias y 5) La situación actual. Sin duda se podría afinar este panorama, pero me sirve como un marco procedimental. De todos modos, al poco andar con la escritura, me di cuenta que excedería con creces el tiempo que me han dado, así es que he decidido abrazar en la práctica la imperfección y tan sólo mencionaré estos momentos para dejar la inquietud a los interesados en caso de que surjan preguntas después de la presentación. Ahí podemos abordar el contenido general de estos “momentos”, las simetrías y asimetrías de las relaciones, la conformación de un modelo cultural y como la “lectura” desde ambos lados del Atlántico se conforman y se transforman en relación con ellos. Ahora bien, no por imperfecto, vamos a dejar las cosas así no más. Mi idea es ofrecer una visión general de lo que aquí propongo, tomando un solo hilo de esa madeja: Enrique Lihn y su poema “Nunca salí del horroroso Chile”.

A partir de Manhattan (1979)


Nunca salí del horroroso Chile

Para poder comprender este poema, es necesario señalar brevemente las circunstancias en que fue confeccionado: en 1977 Enrique Lihn recibe una beca Guggenheim y al año siguiente viaja a Estados Unidos. Esta experiencia en el extranjero motivará la escritura de su libro A partir de Manhattan (1979). En este movimiento físico del poeta se pone también en acción en sus textos un viaje hacia la memoria, el que enlaza la poesía con las artes plásticas, así como la mención a otros lugares de significación personal, entre ellos, su infancia en Chile y estadías previas en Europa. Recordemos que en los años 60’s Enrique Lihn pasó una temporada especialmente en París gracias a otra beca, esta vez, de la UNESCO. La estadía europea motivará la escritura de Poesía de Paso (1966). Volviendo a Estados Unidos, es aquí que el poeta, rodeado de extraños hablando en otro idioma, nos dice:

Nunca salí del horroroso Chile
mis viajes que no son imaginarios
tardíos sí –momentos de un momento–
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso
Nunca salí del habla que el Liceo Alemán
me infligió en sus dos patios como en un regimiento
mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible
Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor:
el miedo de perder con la lengua materna
toda la realidad. Nunca salí de nada.

Como pueden apreciar en estos versos, la experiencia personal está unida a la identidad del hablante a un punto tal, que le imposibilita la integración a ese “nuevo mundo” al que llega. El alemán de la infancia y sus connotaciones autoritarias –muy alejadas de las que encontramos en Mark Twain– así como el español, encierran al individuo. Aquí pienso en Wittgenstein cuando advierte:

«Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo.»
(“Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt.” Tractatus logico-philosophicus, 5.6.)



El contexto lingüístico extraño implica para Lihn una imposibilidad. Su poema es la expresión de un fracaso en internalizar una experiencia. Él está físicamente en EE.UU., pero mentalmente nunca salió del país sudamericano. Y, para colmo, ese espacio del pasado está cargado de negatividad. Vaya donde vaya estará condenado a vivir en ese lugar. Lo que sería una solución, el manejo de esa otra lengua, en este caso el inglés, implicaría para él el «miedo a perder la lengua materna» y con ella «toda la realidad». Se encuentra alienado del mundo en el que vive, pero asumir otro espacio lingüístico, significa alienarse de sí mismo. En un poema sobre Madrid presente en el mismo libro, explica un poco más este punto:

No sé qué mierda estoy haciendo aquí
viejo, cansado, enfermo y pensativo.
El español con el que me parieron
padre de tantos vicios literarios
y del que no he podido liberarme
puede haberme traído a esta ciudad
para hacerme sufrir lo merecido:
un soliloquio en una lengua muerta.
“Voy por las calles de un Madrid secreto”

El mundo lingüístico del hablante no puede dar cuenta del mundo material que lo rodea. Hay por tanto aquí un solipsismo que se vuelve extremo al homologar ese espacio de experiencias que es el idioma propio con una “lengua muerta”. Visto así, no hay traducción posible de lo otro y, aunque así fuera, lo hacemos hacia un espacio negativo desde el que se quiere escapar, pero no es posible. La propia identidad, más que un constructo positivo, es desde la perspectiva de Lihn, una especie de cárcel que más que facilitar la experiencia del mundo, la restringe. Ya no es el cuerpo –como en Sócrates–, sino el idioma.

Volvamos ahora a Mark Twain. Como con Enrique Lihn, la lengua propia se vuelve el límite que nos impone la barrera ante el otro. Es desde la incomprensión que surgen juicios y prejuicios que median nuestra experiencia. El autor norteamericano, por su parte, no entiende la afinidad de los alemanes por las palabras gigantes. Hablante de un idioma (casi) sin distinción de géneros, sin declinaciones y con verbos simplificados en su conjugación, es natural que encuentre especialmente extrañas e ilógicas ciertas características del alemán. No entiende la utilidad de los verbos separables, del dativo y los demás casos. Perfectamente podría haber claudicado y asumir, como Lihn, el enclaustramiento dentro de los límites de la propia lengua y la imposibilidad de toda traducción. Sin embargo, ello no sucedió.

Fragmento de "Un Discurso del Cuatro de Julio en Lengua Alemana..."

La queja de Twain es explicativa. Asume sus propios límites e intenta describir, desde esa frontera, lo desconocido. Su texto no se trata ni de un manual de gramática ni de sociología. Es el corolario de una experiencia imperfecta, pero proyectada hacia el otro por el deseo de comprenderlo, de asumir que existe algo valioso en él. Es por este motivo que Twain termina su texto con un discurso dado por él en el Club Anglo-Americano de Heidelberg en 1878. En vez de optar por algo escrito en inglés o en alemán, el autor de Las aventuras de Tom Sawyer crea un texto en el que mezcla ambos idiomas, patentizando ese cruce de fronteras y marcando su experiencia personal con aquel gesto. Termina enfatizando la fraternidad de estadounidenses e ingleses dice:

«Que esas banderas aquí mezcladas en amistad así permanezcan. Que ellas nunca más ondeen sobre anfitriones opuestos o estén manchadas con sangre que estaba emparentada, está emparentada y siempre estará emparentada, hasta que una línea trazada sobre una línea trazada sobre un mapa sea capaz de decir “¡Esto impide que la sangre ancestral fluya en las venas del descendiente.”»

Twain resalta el hecho de que tanto estadounidenses como ingleses, pese a haber sido enemigos poco tiempo atrás, ahora se reconocen como parte de una misma comunidad, evidenciada en la “sangre” que comparten. Pero el resaltar esto en un texto dedicado al idioma alemán nos puede inducir a empujar un poco más esta idea, y asumir que ese “aprendizaje” no está mediado por la mera sangre, sino por aquella voluntad de reconocerse como parte del género humano, pese a las diferencias: “Aprender un poco emparenta el mundo entero.” Hay un vínculo profundo que se mantiene más allá de las diferencias culturales manifiestas en los idiomas. Todos somos, en definitiva, parte de una misma comunidad, o más bien, de una familia.

Limitada y con errores, de todos modos, esta “traducción” es una ventana al mundo alemán del siglo XIX, el que sigue teniendo eco en la Alemania que nosotros, latinoamericanos, vivimos. Aunque puede llegar a ser imperfecta, incluso otros dirán “traicionera”, la traducción, como actividad, nos permite un puente hacia el otro, hacia nosotros mismos. Muchas gracias.


Este texto fue leído en el Simposio Internacional "Atravesando Fronteras: las relaciones culturales latinoamericanas", organizado por la Red de Investigadores Chilenos en Alemania (Red INVECA) en Berlín el 31 de enero de 2019.