Desde el país de
los piluchos
Por alguna razón no tan desconocida,
aunque nacemos desnudos, al poco tiempo nos llenan de ropa y conservamos ese
hábito hasta la muerte. Y aunque en un principio esto tiene que ver con
mantenerse abrigado y no enfermarse, lo cierto es que la ropa se queda con
nosotros como una segunda piel que le indica al mundo –voluntaria o
involuntariamente– el sexo, la clase social, la edad y hasta la religión de
quien la usa. Incluso, en algunos lugares, no llevar la ropa que te corresponde
o no llevarla de una determinada manera no es algo sólo de mal gusto, sino que
puede estar penado por la ley. La ropa no es sólo telas de colores. La ropa nos
define socialmente. Es parte de lo que somos.
El primer mes de vivir en Alemania fue
un constante descubrimiento de calles, edificios, monumentos, negocios y
pequeños lugares. Pero cuando me interné con Nidia en el Tiergarten (Jardín de
los animales) de Berlín para capear el calor del verano alemán bajo la sombra
de los tilos, se nos apareció una señora completamente desnuda que se
refrescaba el cuerpo con una especie de ducha. Alrededor de esta Venus un poco
ajada, una horda de piluchos tomando el sol, como gatos satisfechos, ventilando
su humanidad con la normalidad del living hogareño. Pero no estábamos en el
interior de una sala. Estábamos en un parque en medio de la ciudad que es como
si el Parque O’Higgins (aunque con muchos más árboles) estuviera en plena
Alameda a la altura del Paseo Ahumada. Me costaba creer que tan cerca de la
calle y a unos minutos del Brandenburger Tor (Puertas de Brandenburgo) y del
Siegesäule (Columna del Triunfo) uno pudiera empelotarse sin más y a nadie le
importara. Porque estar desnudo en Alemania está alejado del erotismo que tanto
asociamos al cuerpo. Estar desnudo no es una incitación al sexo. Es una forma
de liberarse por momentos de lo que la sociedad nos exige. Además, no son
actrices ni modelos lo que se desnudan. Son dueños y dueñas de casa, personas
comunes. Estos gatos satisfechos apenas se miran. Sólo quieren atrapar el
esquivo sol alemán en su piel marmórea.
Brandenburger Tor |
Siegesäule (detalle de la parte superior) |
Para sorpresa mía, ésta es una costumbre
centenaria entre los alemanes. Mientras en la Inglaterra Victoriana los
súbditos apenas asomaban sus muñecas y mostrar un tobillo era altamente recriminado,
en esta tierra había clubes en donde tomar sol desnudos. Como todo
totalitarismo, los nazis recelosos de cualquier muestra de libertad, censuraron
este tipo de actividades. Pero las prohibiciones no son hábitos. Y el cuerpo es
más que las leyes. Vamos siempre desnudos, aunque intentamos mentirnos usando
trapos encima.
Cada verano, apenas se asoma el sol entre nube y nube, aparecen los
piluchos en algún lugar de las ciudades destinados para ellos. Les llaman FKK,
es decir, Freikörperkultur (cultura
del cuerpo libre). En Potsdam, donde vivimos con Nidia, hay una playa en el
Neuer Garten (Jardín Nuevo) en una orilla del Heiliger See (Lago Sagrado) y muy
cerca del afamado Palacio Cecilienhof. Los turistas van a ver el hermoso edificio
de estilo inglés donde se hizo la Conferencia de Potsdam, en el que las
potencias ganadoras de la II Guerra Mundial decidieron el futuro de la vencida
Alemania, y después siguen sacando fotos por el parque. Pocos saben, porque
pocos descubren en realidad donde están, que a unos escasos metros del palacio,
toman sol los piluchos. No hay cámaras para ellos. Aunque es posible que no les
importe. A ellos sólo les interesa el sol y refrescarse de cuando en cuando en
las aguas del pequeño lago. Ahí están las familias todas desnudas con sus niños
jugando al sol. Los amigos bebiendo cerveza y comiendo un bretzel. Ahí están
los jóvenes cambiándose el traje de baño sin taparse con toallas o pensando que
alguien los mira con un deseo hiriente. La maldad está en el ojo del que mira,
no en la desnudez del otro. Y aunque no se puede andar desnudo a toda hora y en
toda ocasión, por unos momentos, no nos mentimos y nos sentimos un poco más
libres.
FOTOS (c) Nidia Lizama Fica
FOTOS (c) Nidia Lizama Fica