Desde el país de
los dos Viejos Pascueros
Esta es la
cuarta navidad que paso fuera de Chile. Mis amigos extranjeros me preguntan siempre
en estas fechas si voy a mi país a pasar las fiestas. Yo les digo también
siempre “es muy lejos y sale muy caro”. Cuatro años repitiendo eso. Y ahora me
viene la nostalgia por esa navidad chilena que es un simulacro de las películas
gringas que veíamos por estas fechas en los ochentas. Antes berreaba por esta
fecha impuesta por costumbre en nuestra cultura. Pero a estas alturas, ¿qué es
lo propio? No es que me importe la navidad como algo religioso y no es que no tenga
mis reparos respecto al consumismo. Sin embargo, para mí, lo propio, lo mío, antes
que esa fecha de misas o de compras, es una fiesta familiar y de la
imaginación.
Cuando era niño,
mi padre intentaba hacer coincidir el turno de su trabajo con la navidad,
canjeando fechas futuras y favores concedidos, para estar con nosotros, lo que
no siempre ocurría. Pero cuando sucedía, estaba la familia completa esperando
la medianoche. Más que el regalo era el ambiente. La gente, la charla, la cena
con los ojos pendientes en el reloj y el Viejo Pascuero entrando de alguna
manera sin que lo viéramos (cosa difícil, porque vivíamos en un departamento).
Mi papá de pronto se levantaba de la mesa y avisaba a los niños por la ventana cuando
ya eran las 12 y todos corrían a sus casas a ver si había llegado lo que
deseaban y que habían publicado a los cuatro vientos. No se vaya a equivocar el
Viejito.
En algún punto
de mi infancia, cuando Pinochet era todavía el tirano, importó menos la cena y
la conversación y mucho más los paquetes que se acumulaban en el armario (los
niños son curiosos). La gente iba más apurada por la calle saliendo de tienda
en tienda y se repetía cada año el despacho por televisión sobre las compras de
última hora en medio de calles llenas de caras amargadas. Llegó un momento en
el que, cuando mi papá gritaba por la ventana que eran las 12 de la noche,
nadie corría ya hacia sus casas. Los niños habían crecido y el Viejo Pascuero
había muerto bajo las promociones de las multitiendas.
Por eso me llama
la atención la navidad en Alemania. No es que estén inmunes al consumismo. Hay
y mucho. No hay que olvidar que es una economía de mercado. Pero se mantiene la
idea de que la navidad es un tiempo especial. Y no hablo sólo de la “Noche
Buena”, sino de toda una época diferente al año corriente. Como en el carnaval,
el tiempo regular se detiene y entramos en otro, con un ritmo distinto y, por
lo mismo, con otra cuenta. Me cuesta mucho todavía ubicarme cuando por
televisión se habla del, por ejemplo, “2º de Adviento”. ¿Cómo saber que eso es
el 8 de diciembre?
Este tiempo
previo a la Noche Buena da lugar no sólo a las coronas de adviento y a las
decoraciones navideñas que brotan en cada casa, en cada balcón y en cada
jardín. Aquí se nota también el carnaval, en lo distinto, en el exceso, en esos
edificios que parecen pantallas lisérgicas o en las corridas de cientos de
personas vestidas de Viejos Pascueros. Sólo porque sí, porque se puede y es
divertido. Cerca de mi departamento incluso hay una grúa pluma con un árbol
adornado que brilla por la noche a 50 metros del suelo.
También hay
calendarios de adviento, que tienen unos casilleros con las fechas. Los niños
pueden abrirlos a medida que pasan los días y adentro tienen sorpresas,
generalmente dulces. En Chile eso no funcionaría, porque, ¿quién podría
aguantar no comerse todos los casilleros en un solo día? Para mí, todavía es un
misterio la disciplina de los niños de acá.
Las huellas del
consumismo son notarias en la versión alemana de la navidad. Lo más obvio es
toda la mercadería asociada con adornos y posibles regalos, como las versiones
“adultas” de los mismos calendarios de adviento. Pero el mayor resultado de
esta transformación por el consumo, es la aparición de dos “Viejos Pascueros”.
El 6 de
diciembre llega Nikolaus, el
tradicional. Tiene un traje de un invierno de otra época y su bastón de obispo
y pastor. Ese día les trae algún regalo pequeño a los niños que se han portado
bien. La noche del 24 llega el intruso, igual al otro, pero moderno,
capitalista y transnacional. A falta de nombre le han puesto Weihnachtsmann (“el hombre de Navidad”).
La confusión en los niños alemanes es mucha, porque no distinguen bien cuál es
cuál. Quizás con el tiempo, el Viejo Pascuero consumista y capitalista termine
desplazando a su alter ego Nikolaus,
religioso y ya viejo.
No negaré esa
realidad en la navidad alemana. Pero debo decir que me agrada el sentir ese
“otro tiempo”, la cuenta distinta y el paso al invierno señalado por las ferias
de navidad, el Glühwein (vino navegado alemán) y, cuando ocurre, la nieve que
en Santiago sólo la veía a lo lejos pegada a los cerros y en el color blanco de
los árboles plásticos de navidad. Nuestros Viejos Pascueros estarán ahora
sudando en esas calles bajo el sol de diciembre. Allí estará mi familia de
infancia y abrazaré, entonces, a mi mujer y mi hija en este otro tiempo, el del
porvenir.