René Olivares Jara
Antes de
comenzar quisiera agradecer a los organizadores: a Red Inveca y al Instituto
Iberoamericano, que han hecho posible el que podamos reunirnos investigadores de
distintas áreas sobre un tema más o menos en común que, como es mi caso y el de
muchos de ustedes, sale de lo meramente profesional y cobra un sentido mucho
más personal. No sólo estudiamos los cruces culturales, sino que vivimos en
ellos. Lo que escucharán a continuación surge precisamente de esa situación. Se
trata de una parte de un trabajo en progreso centrado en la traducción como una
forma de mediación cultural, en el que intento integrar algunas disciplinas que
me han atraído el último tiempo: los estudios literarios, la teoría sobre la
traducción, la lingüística y la filosofía del lenguaje. No pretendo distraerlos
más de la cuenta en los aspectos teóricos, pero sí me gustaría abordar cómo la
traducción puede ser entendida como una forma de comprensión del otro, que
tiene como fin último una mejora de la convivencia, en su sentido profundo, es
decir, vivir con ese otro que consideramos distinto dentro de un espacio común.
Ahora, la
perspectiva que deseo asumir como concepto de “traducción” aquí, excede lo que
tradicionalmente entendemos como tal, es decir, como el traslado del
significado de un texto de un idioma a otro. Sin querer desvalorizar esta
dimensión de la traducción, podríamos decir que es limitada, en el sentido de
que sólo se remite a una actividad concreta relacionada con los textos. Más
bien, lo que quiero abordar hoy asume la traducción como un hecho más amplio en
el que el “traductor” opera como un agente cultural que busca acercar ideas y
costumbres a una comunidad en particular y cuyo texto no necesariamente es el
trasvasije de otro. Puede ser un texto original, pero que intenta una
explicación de ese otro grupo humano que se considera extraño, para “traducirlo”,
acercarlo y hacerlo entendible a los miembros de su propia comunidad. Pienso en
situaciones como los cronistas en otros países dando cuenta de esa cultura
extranjera a sus compatriotas. Pienso en el crítico que intenta explicar cierto
movimiento de ideas ajeno a sus pares. Y pienso en aquellos que abordan algún
aspecto cultural constitutivo de aquella comunidad ajena e intenta aclararlo a
la propia. Sin duda me quedo corto de ejemplos, dado el escaso tiempo,
pero puedo apuntar a la pasada a Rosamel del Valle escribiendo sus crónicas
desde Nueva York entre 1946 y los años 60’s, en un momento en que esa ciudad
parecía ser para los chilenos “de otro mundo”. Al decir de Leonardo Sanhueza
“era nuestro corresponsal en la luna”. En el segundo caso, podemos ver a Rubén
Darío hablando a los latinoamericanos vía Buenos Aires sobre esos “Raros” como
Lautréamont, Max Nordau o Paul Verlaine en 1896 y que ayudó a conocer a los
simbolistas franceses. Ya el mismo nombre señala la extrañeza y las
dificultades de comprender a esta camada de escritores franceses tan distintos
a los que en nuestros países en esa época se estaba acostumbrado. Y ya en un
tercer lugar, y aquí es donde pretendo adentrarme hoy, están los escritores
como Mark Twain, quien con su texto The
Awful German Language –que podríamos traducir como La horrible lengua alemana– intenta explicar y explicarse las
características de este idioma y, con él, de la cultura y la sociedad de este
país. Es en esta concepción “amplia” de la traducción que veremos con mayor
claridad ese espacio en que las identidades entran en diálogo, situación que
Grínor Rojo se encarga de advertirnos, no tiene por qué ser siempre cordial,
sino que también puede poseer un grado mayor o menor de tensión, incluso de
contradicción. Mientras que toda traducción “tradicional” guarda la distancia
cultural en los “silencios” –pienso aquí en la selección de los temas, el
idioma a tratar, si se trata de una traducción directa o no, etc.– todos los
ejemplos que he dado tienen en común que el diálogo entre las culturas posee
marcas identificables en los textos mismos. Ellos se exponen a sí mismos como
un cruce de idiomas y culturas. Como si se tratara de una caja de resonancia,
muestran y amplifican las características idiomáticas y culturales junto con
los problemas y desafíos que este encuentro de mundos implica, por lo que
explicitan su situación como instrumentos de mediación cultural. Hablemos,
entonces, de La horrible lengua alemana
y cómo postula una forma especial de acercamiento al otro.
Este texto aparece
como parte del “Apéndice” de su libro de 1879 A Tramp Abroad, que relata semificticiamente el viaje que Mark
Twain hizo a Europa en 1878, en especial su paso por Alemania, Suiza e Italia.
Si algunos conocen este texto, sabrán que en él, este autor hace una crítica bastante jocosa del idioma alemán y es una especie de texto "hito" para los germanistas acá en Alemania, pero sobre todo en el mundo anglosajón. Sus quejas se refieren
especialmente a fenómenos que creo todos o muchos de nosotros hemos vivido o
sufrido también al momento de aprender este idioma: palabras kilométricas,
verbos que se separan, frases interminables con el verbo al final, tres géneros
gramaticales repartidos al parecer sin lógica, ocho formas de hacer un plural
y, por supuesto, los “casos” y sus declinaciones. Como Twain dice en el libro
que les comento:
«Algunas palabras alemanas son tan largas que tienen
perspectiva (…) Uno puede abrir un periódico alemán en cualquier momento y
verlas marchar majestuosamente a través de la página. Y, si tienes algo de
imaginación, pueden verse las banderas y escuchar la música también.»
Y aquí
tienen un ejemplo de eso.
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Una palabra completa |
Es por eso que
no nos debe extrañar cuando asegura que:
«Mis
estudios filológicos me han convencido de que una persona dotada podría
aprender inglés (excluyendo ortografía y pronunciación) en 30 horas, francés en
30 días y alemán en 30 años.»
De todos
modos, leer este texto desde la perspectiva de una mera queja es sin duda
superficial. En el fondo, La horrible
lengua alemana manifiesta una alabanza contenida a lo que el mismo Twain
llama «el idioma de los cuentos de hadas». Incluso llega a afirmar que «Hay
canciones alemanas que pueden hacer llorar a un extraño al idioma.» Es la
expresión de la consciencia de una inteligencia enfrentada a su propio límite
de comprensión. Piensen ustedes. Se trata de uno de los autores más reconocidos
de EE.UU. y que pese a todos sus esfuerzos tiene la sensación de que no poder dominar
la lengua alemana.
Por lo
mismo, si ahondamos un poco más, notaremos que la labor que hace Twain con este
texto es un intento de comprensión del
otro, en este caso, de los alemanes de finales del siglo XIX. Detrás de las
anécdotas, detrás de las exageraciones y las quejas, Twain clasifica, compara,
ofrece soluciones, no sólo en el plano meramente lingüístico, sino, en un
sentido más amplio, en un plano cultural. Él quiere conocer a ese otro que se
“oculta” a plena vista detrás de un idioma cuya dificultad oscurece sus
características. En un mundo en el que las redes de información, así como los
medios de transporte eran mucho más lentos que hoy en día, Twain es un
“emisario” de la cultura anglosajona de Estados Unidos en un país “lejano”,
extraño y por descifrar. Su lector, de hecho, no es el público alemán, sino sus
compatriotas. Lo que intenta en definitiva es una “traducción cultural” del
medio en el que se encuentra y su texto manifiesta la extrañeza y la describe
hasta un punto de hacerla comprensible, ya sea por la burla o la admiración.
Ahora bien, ¿para qué tomarse tantas molestias?
El costo y el beneficio
Traducir
presupone la existencia de algo valioso, por lo menos para el mediador, y que
le da sentido al esfuerzo que implica una empresa como ésa. Traducir es
costoso. Incluso si se arremete una traducción literal. Agreguemos a eso
nuestra visión más amplia de este ejercicio. La traducción no es sólo el
reemplazo de una palabra por otra en un sistema de signos. Es la transformación
de una mirada sobre el mundo, sobre la historia y sobre la propia cultura que
el traductor debe dar cuenta, muchas veces agregando un nivel estético, en el
caso de las obras literarias. Las palabras no significan, sino que revelan. Y
la luz o la sombra que proyectan varían de lengua en lengua.
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Martín Lutero (Lucas Cranach, 1529) |
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Von Juden und ihren Lügen (1543)
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¿Cuál sería
el sentido de traducir hoy en día Von
den Juden und ihren Lügen (Sobre los
Judíos y sus mentiras), de Martín Lutero. El mero gesto de traducirlo es
asumir ejercer un impulso, provocar una reacción, en este caso, promover el
antisemitismo. Si el traductor cree que esto vale la pena, es porque asume el
contenido de una obra como esa. Es “apropiarse” de ella en pos de una meta
social determinada. El “valor” que propongo para la obra de Twain –y que creo es posible postular para la
traducción en un sentido amplio como meta social– reside en el objetivo último
que Twain propone en el texto y que creo se patentiza en la cita de su
comienzo:
«Aprender un poco emparenta el mundo entero.»
Proverbios
XXXII, 7
Sé que
muchos de ustedes, debido al espíritu científico, estarán motivados a corroborar
las fuentes de esta cita. Pero no gasten su tiempo en este caso, porque el
capítulo XXXII de Proverbios no
existe. Falso, pero no por ello menos cierto. Lo que está detrás de esta “cita”
es la idea de que el aprendizaje entraña el re-conocimiento en el otro. Es
darnos cuenta que esa otra persona, de otro país, con otra cultura y otro
idioma, tal vez uno tan difícil que no nos permite entendernos mutuamente, esa
persona, quizás tenga algo mucho más común con nosotros mismos. Precisamente
ese era la meta de Twain con La horrible
lengua alemana. No buscará sólo “traducir” el idioma, sino que buscará “traducir”
y, al mismo tiempo, “conocer” a ese otro en una dimensión que de otro modo se
le escaparía. Ahora, esta función no es algo meramente personal. La difusión de
un texto pretender abarcar este acto de conocimiento hacia un grupo humano
mayor hacia el que se dirige y con el que el escritor se identifica.
Aquí
quisiera detenerme en dos conceptos importantes para abordar la traducción
desde esta perspectiva “cultural”: la relación que el lenguaje tiene con la identidad y con la experiencia.
Identidad y Experiencia
La realidad
y sus leyes físicas es la misma para todos y el cerebro funciona prácticamente
igual para todas las personas. Sin embargo, los distintos grupos humanos han
configurado de distintas maneras las formas de cómo dar cuenta de su mundo por
medio del lenguaje. Es decir, han pensado y expresado su realidad de maneras
distintas. Según Ethnologue en el año
2018 la cifra de lenguas vivas es de 7100. A eso hay que sumarles los 9231
idiomas ya extintos. Esta diversidad lingüística puede explicarse por la
diversidad de las condiciones materiales a las que se enfrentan las comunidades
humanas y que dan paso a su vez a los distintos sistemas de socialización,
creencias, formas de vida y, sobre todo, a la manera en cómo interpretan su
entorno. En definitiva, el lenguaje, dentro de su carácter arbitrario, refleja
las experiencias de esos individuos y los socializa, generando dos
consecuencias complementarias: 1) La generación de un repertorio de
experiencias; y 2) la conformación de una comunidad, de una identidad
colectiva.
En el
primer caso, podemos ver las diferencias en cómo los grupos representan tanto
su experiencia actual como la de sus miembros en épocas anteriores. Por
ejemplo, la forma en cómo piensan el tiempo: verticalmente en chino, de
derecha a izquierda entre los pueblos semitas, el aymara señala el futuro
hacia la espalda y mira hacia el pasado e incluso hay pueblos como los Pormpuraawan
en Australia, en la que el tiempo se señala no desde el cuerpo, sino como
coordenadas absolutas: el tiempo “fluye” desde el este hacia el oeste.
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(c) NativLang "Does time work differently in different languages? - Hopi Time" |
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Este reloj hebreo se mueve "al revés". |
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(c) NativLang "Does time work differently in different languages? - Hopi Time" |
En el
segundo caso, el dominio de una lengua es una de las formas más evidentes de
distinción entre un “nosotros” y un “ellos”. El dominio de una lengua marca la
pertenencia a un grupo determinado. Como se sabe, los antiguos griegos
distinguieron entre los “bárbaros”, los incivilizados, como aquellos que no
hablaban griego. Para ellos, todos esos pueblos –todos menos ellos– no habían
desarrollado del todo el pensamiento y eso se traducía en un lenguaje
incomprensible. Esta incomprensión del otro, asociado con una conformación de
una identidad colectiva se repite en otras comunidades. Es así como muchos
pueblos eslavos tienen distintos nombres para “Alemania”: niemcy (polaco), německo
(checo), njemačka (serbocroata), niméččyna (ucraniano), etc., todos ellos
provenientes del protoeslavo nemet,
que significa mudo. La idea detrás es
de que los alemanes “no hablan”. Son distintos a los que hablan eslavo.
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Los distintos nombres de Alemania, (cc) Wikipedia. |
En los dos
casos, debemos estar atentos a las consecuencias sociales que pueden implicar.
Las menciones a las distintas configuraciones del tiempo son ejemplos de la
hipótesis de Sapir-Whorf, la que propone la influencia del lenguaje en el
pensamiento, aunque el “grado” de esta influencia varía según quien la
sostenga. En su versión más “fuerte”, el lenguaje determinaría la forma de
pensar de las comunidades que lo hablan. Si bien “vivir en el lenguaje” es algo
a lo que muchos de mis compañeros y colegas literatos aspiran, lo cierto es que
asumir totalmente esta postura “aisla” a las comunidades y justifica sus
diferencias. Acá hablamos de las formas de comprender el tiempo, pero ¿qué pasa
con fenómenos lingüísticos como la jerarquía? ¿Qué pasa con los bárbaros en un
mundo cada vez más globalizado? Está de más decir que yo mismo me cuento entre
estos bárbaros. Un chileno mestizo discutiendo estos temas en una ciudad europea hablando un idioma derivado del latín. De este modo, si el otro piensa distinto, la “lógica” de su
mundo nos es ajena y no podríamos entender su actuar, así como ellos no podrían
entendernos a nosotros. La identidad lingüística, vista así, sella toda forma
de convivencia. No hay diálogo posible.
Visto de
esta manera, la traducción no debe dar cuenta del mero significado de las
palabras como aparecen en el diccionario, sino que también debe abordar las
experiencias colectivas que subyacen en aquellos términos de una determinada
cultura. Es evidente que esta meta es imposible de satisfacer siempre. Es por
eso que en cada traducción está la sombra de la ya célebre frase “traduttore,
traditore”. Sin embargo, siempre ha existido la necesidad de comprender ese
mundo ajeno. Aunque sea imperfectamente.
Mi idea
inicial era, precisamente, ofrecer una mirada panorámica de ese diálogo
imperfecto entre las identidades colectivas que se despliegan entre Alemania y Latinoamérica
tomando el caso chileno desde el siglo XIX, principalmente en cinco momentos: 1) La llegada de los colonos alemanes a Chile en el siglo XIX; 2) Los años
20-30 (consolidación o integración en la sociedad local); 3) los años 60
(consolidación de una “imagen de Latinoamérica”); 4) Crisis político-sociales (Dictadura)
y las dos Alemanias y 5) La situación actual. Sin duda se podría afinar este
panorama, pero me sirve como un marco procedimental. De todos modos, al poco andar
con la escritura, me di cuenta que excedería con creces el tiempo que me han
dado, así es que he decidido abrazar en la práctica la imperfección y tan sólo
mencionaré estos momentos para dejar la inquietud a los interesados en caso de
que surjan preguntas después de la presentación. Ahí podemos abordar el contenido
general de estos “momentos”, las simetrías y asimetrías de las relaciones, la
conformación de un modelo cultural y como la “lectura” desde ambos lados del
Atlántico se conforman y se transforman en relación con ellos. Ahora bien, no
por imperfecto, vamos a dejar las cosas así no más. Mi idea es ofrecer una visión
general de lo que aquí propongo, tomando un solo hilo de esa madeja: Enrique
Lihn y su poema “Nunca salí del horroroso Chile”.
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A partir de Manhattan (1979) |
Nunca salí del horroroso Chile
Para poder comprender
este poema, es necesario señalar brevemente las circunstancias en que fue
confeccionado: en 1977 Enrique Lihn recibe una beca Guggenheim y al año
siguiente viaja a Estados Unidos. Esta experiencia en el extranjero motivará la
escritura de su libro A partir de
Manhattan (1979). En este movimiento físico del poeta se
pone también en acción en sus textos un viaje hacia la memoria, el que enlaza
la poesía con las artes plásticas, así como la mención a otros lugares de
significación personal, entre ellos, su infancia en Chile y estadías previas en
Europa. Recordemos que en los años 60’s Enrique Lihn pasó una temporada especialmente
en París gracias a otra beca, esta vez, de la UNESCO. La estadía europea
motivará la escritura de Poesía de Paso (1966).
Volviendo a Estados Unidos, es aquí que el poeta, rodeado de extraños hablando
en otro idioma, nos dice:
Nunca salí del horroroso Chile
mis viajes que no son imaginarios
tardíos sí –momentos de un momento–
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso
Nunca salí del habla que el Liceo Alemán
me infligió en sus dos patios como en un regimiento
mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible
Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor:
el miedo de perder con la lengua materna
toda la realidad. Nunca salí de nada.
Como pueden
apreciar en estos versos, la experiencia personal está unida a la identidad del
hablante a un punto tal, que le imposibilita la integración a ese “nuevo mundo”
al que llega. El alemán de la infancia y sus connotaciones autoritarias –muy
alejadas de las que encontramos en Mark Twain– así como el español, encierran
al individuo. Aquí pienso en Wittgenstein cuando advierte:
«Los límites de mi lenguaje significan los límites de
mi mundo.»
(“Die Grenzen
meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt.” Tractatus
logico-philosophicus,
5.6.)
El contexto
lingüístico extraño implica para Lihn una imposibilidad. Su poema es la
expresión de un fracaso en internalizar una experiencia. Él está físicamente en
EE.UU., pero mentalmente nunca salió del país sudamericano. Y, para colmo, ese
espacio del pasado está cargado de negatividad. Vaya donde vaya estará
condenado a vivir en ese lugar. Lo que sería una solución, el manejo de esa
otra lengua, en este caso el inglés, implicaría para él el «miedo a perder la
lengua materna» y con ella «toda la realidad». Se encuentra alienado del mundo
en el que vive, pero asumir otro espacio lingüístico, significa alienarse de sí
mismo. En un poema sobre Madrid presente en el mismo libro, explica un poco más
este punto:
No sé qué mierda estoy haciendo aquí
viejo,
cansado, enfermo y pensativo.
El español con el que me parieron
padre de tantos vicios literarios
y del que no he podido liberarme
puede haberme traído a esta ciudad
para hacerme sufrir lo merecido:
un soliloquio en una lengua muerta.
“Voy
por las calles de un Madrid secreto”
El mundo
lingüístico del hablante no puede dar cuenta del mundo material que lo rodea. Hay
por tanto aquí un solipsismo que se vuelve extremo al homologar ese espacio de
experiencias que es el idioma propio con una “lengua muerta”. Visto así, no hay
traducción posible de lo otro y, aunque así fuera, lo hacemos hacia un espacio
negativo desde el que se quiere escapar, pero no es posible. La propia
identidad, más que un constructo positivo, es desde la perspectiva de Lihn, una
especie de cárcel que más que facilitar la experiencia del mundo, la restringe.
Ya no es el cuerpo –como en Sócrates–, sino el idioma.
Volvamos
ahora a Mark Twain. Como con Enrique Lihn, la lengua propia se vuelve el límite
que nos impone la barrera ante el otro. Es desde la incomprensión que surgen
juicios y prejuicios que median nuestra experiencia. El autor norteamericano,
por su parte, no entiende la afinidad de los alemanes por las palabras
gigantes. Hablante de un idioma (casi) sin distinción de géneros, sin
declinaciones y con verbos simplificados en su conjugación, es natural que
encuentre especialmente extrañas e ilógicas ciertas características del alemán.
No entiende la utilidad de los verbos separables, del dativo y los demás casos.
Perfectamente podría haber claudicado y asumir, como Lihn, el enclaustramiento
dentro de los límites de la propia lengua y la imposibilidad de toda
traducción. Sin embargo, ello no sucedió.
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Fragmento de "Un Discurso del Cuatro de Julio en Lengua Alemana..." |
La queja de
Twain es explicativa. Asume sus propios límites e intenta describir, desde esa
frontera, lo desconocido. Su texto no se trata ni de un manual de gramática ni
de sociología. Es el corolario de una experiencia imperfecta, pero proyectada
hacia el otro por el deseo de comprenderlo, de asumir que existe algo valioso
en él. Es por este motivo que Twain termina su texto con un discurso dado por
él en el Club Anglo-Americano de Heidelberg en 1878. En vez de optar por algo
escrito en inglés o en alemán, el autor de Las
aventuras de Tom Sawyer crea un texto en el que mezcla ambos idiomas,
patentizando ese cruce de fronteras y marcando su experiencia personal con
aquel gesto. Termina enfatizando la
fraternidad de estadounidenses e ingleses dice:
«Que esas banderas aquí mezcladas en amistad así
permanezcan. Que ellas nunca más ondeen sobre anfitriones opuestos o estén
manchadas con sangre que estaba emparentada, está emparentada y siempre estará
emparentada, hasta que una línea trazada sobre una línea trazada sobre un mapa
sea capaz de decir “¡Esto impide que
la sangre ancestral fluya en las venas del descendiente.”»
Twain
resalta el hecho de que tanto estadounidenses como ingleses, pese a haber sido
enemigos poco tiempo atrás, ahora se reconocen como parte de una misma
comunidad, evidenciada en la “sangre” que comparten. Pero el resaltar esto en
un texto dedicado al idioma alemán nos puede inducir a empujar un poco más esta
idea, y asumir que ese “aprendizaje” no está mediado por la mera sangre, sino
por aquella voluntad de reconocerse como parte del género humano, pese a las
diferencias: “Aprender un poco emparenta el mundo entero.” Hay un vínculo
profundo que se mantiene más allá de las diferencias culturales manifiestas en
los idiomas. Todos somos, en definitiva, parte de una misma comunidad, o más
bien, de una familia.
Limitada y
con errores, de todos modos, esta “traducción” es una ventana al mundo alemán
del siglo XIX, el que sigue teniendo eco en la Alemania que nosotros,
latinoamericanos, vivimos. Aunque puede llegar a ser imperfecta, incluso otros
dirán “traicionera”, la traducción, como actividad, nos permite un puente hacia
el otro, hacia nosotros mismos. Muchas gracias.
Este texto fue leído en el Simposio Internacional "Atravesando Fronteras: las relaciones culturales latinoamericanas", organizado por la Red de Investigadores Chilenos en Alemania (Red INVECA) en Berlín el 31 de enero de 2019.