lunes, 21 de diciembre de 2020

El león y la liebre (Cuento de Tanzania)

Pamela Uribe Valdés (traducción y edición)

 



 

Hace mucho tiempo una liebre llamada Soongoo’ra caminaba por el bosque en busca de comida. Al mirar hacia arriba a través de las ramas de un árbol de calabazas se dio cuenta que en la parte superior del tronco había un agujero con una gran colmena. Apenas la vio, decidió regresar al pueblo en busca de alguien que lo acompañara y lo ayudara a sacar la miel.

A medio camino se encontró con Boo'koo, la gran rata, que en ese momento estaba afuera de su casa. Éste, como digno caballero, lo invitó a entrar. Soongoo'ra aceptó la invitación y aprovechó para comentarle sobre la colmena, sin embargo, le dijo que su padre fallecido se la había dejado y que le gustaría compartirla con él.

Boo’koo entusiasmado, aceptó la oferta, así que ambos animales partieron de inmediato.


En cuanto llegaron al gran árbol de calabazas, Soongoo’ra señaló la colmena y le dijo que subieran. Los dos animales treparon por el árbol cada uno con un montón de paja, luego la encendieron para ahumar a las abejas y, de esta forma, sacar y comerse la miel.

En medio del banquete se apareció al pie del árbol el gran Simba, el león. Al escuchar aquel ruido les preguntó quiénes eran los que estaban en las ramas de aquel árbol comiendo la miel de su colmena.

Soongoo’ra le susurró a Boo’koo que no hiciera caso al viejo león porque estaba  loco. Sin embargo, aquel silencio enfureció a Simba quien rugió: ¿Quién eres tú, digo? 

Boo’koo se asustó muchísimo y respondió: ¡Solo somos nosotros! Al verse descubiertos, la liebre ideó un plan de escape. Primero, la gran rata debía envolverlo en la paja que todavía les quedaba, posteriormente la misma rata debía llamar al león para distraerlo y, de este modo, lograr que Simba se apartara del camino. Finalmente, él envuelto en paja saltaría desde lo alto y lo ayudaría a escapar desde el suelo.

Boo’koo hizo todo lo que la liebre le había pedido, sin embargo, cuando Simba se apartó y Soongoo’ra cayó al suelo, ésta en lugar de ayudarlo se arrastró hasta escaparse. A los pocos minutos Simba volvió a rugir: ¡Baja, te lo ordeno! y, sin ayuda, la rata grande bajó.


Tan pronto como estuvo al alcance de Simba, el león lo agarró y le preguntó: ¿Quién estaba ahí arriba contigo? A lo que Boo’koo respondió que Soongoo’ra, la liebre, era quien había saltado primero.

El león estaba algo incrédulo, pues no había visto a ningún animal bajar, sólo había visto la caída de un montón de paja. Pero tenía tanta hambre que no quiso perder el tiempo con explicaciones, así que sin nada más que preguntar, se lo comió. Luego buscó a la liebre, pero no la encontró.

Tres días después, Soongoo’ra visitó a su conocido Ko’bay, la tortuga, y lo invitó a comer un poco de miel de la colmena que supuestamente le había regalado su padre.

La tortuga con entusiasmo, pero a la vez con cautela acompañó a la liebre al panal del gran árbol de calabazas. Cuando llegaron, treparon cada uno con un montón de paja, ahumaron a las abejas y comenzaron a comer.

Al poco tiempo el gran Simba, dueño de la miel, apareció nuevamente preguntando quienes eran los que estaban arriba.

 

Soongoo’ra le susurró a Ko’bay que se callara, pero cuando el león repitió enojado su pregunta, Ko’bay comenzó a sospechar y dijo: Hablaré. Me dijiste que esta miel era tuya; ¿Tengo razón al sospechar que pertenece a Simba?

Cuando el león volvió a preguntar por la identidad de los ladrones, Ko’bay respondió: ¡Solo somos nosotros!

El león les exigió que bajaran a lo que nuevamente la tortuga respondió: ¡Ahora bajamos!

Soongoo’ra al verse atrapado otra vez le pidió a la tortuga lo mismo que le había pedido a la gran rata haciéndole la misma promesa: Te espero abajo.

Ko’bay aceptó, sin embargo, sospechó que la liebre quería huir y dejarlo para aplacar la ira del león. Por lo tanto, en cuanto la liebre saltó la tortuga gritó: ¡Allá va Soongoo’ra!

Así que Simba atrapó a la liebre y, sosteniéndolo con su garra, le preguntó qué podía hacer con él. La liebre, como siempre muy astuta, le recomendó que si quería devorarlo antes debía ablandarlo azotándolo contra una roca. El león aceptó la sugerencia, así que lo tomó de la cola, lo giró en el aire y lo lanzó contra una roca. Soongoo’ra, acostumbrado a saltar, aprovechó el impulso y escapó de un gran salto.

Simba, engañado y decepcionado, se volvió hacia el árbol y le exigió a Ko’bay: que bajara también.

Cuando la tortuga llegó al suelo, el león se dio cuenta que ese animal realmente era bastante duro. Pensó un buen tiempo en la manera más rápida de hacerlo comestible. Finalmente, la tortuga le sugirió que la única manera de sacar su caparazón era frotándolo contra el barro.

Al escuchar esto, Simba llevó a Ko’bay al agua y comenzó a frotarle la espalda. Lo que el león ignoraba era que las tortugas son muy rápidas en el agua, así que, sin darse cuenta, ésta se escabulló y dejó al león frotándose su propia garra.

Cuando por fin se dio cuenta que había sido engañado dos veces en un mismo día, Simba se prometió buscar a la liebre y no descansar hasta devorarlo. Así que partió inmediatamente en busca de Soongoo’ra. En el camino preguntó a todos los animales por una liebre de ese nombre, pero nadie pudo entregarle información sobre él. Finalmente uno respondió que vivía en la cima de la montaña, pero que hacía un momento había salido con su esposa.

Sin perder el tiempo el león subió a la montaña. Al encontrar la casa vacía se escondió dentro a la espera de la liebre y su esposa para devorarlos. La pareja que caminaba de regreso a casa notó muy pronto las marcas de las zarpas de león. En cuanto Soongoo’ra las vio se detuvo de inmediato y le pidió a su esposa que regresara a la casa de sus amigos. Al comienzo ella se negó rotundamente, sin embargo, la liebre la persuadió hasta que ella accedió a retomar sus pisadas de regreso.

Al llegar justo en frente de la casa la astuta liebre pensó que allí dentro debía estar el león esperándolo. Entonces con cautela, gritó: ¿Cómo estás, casa? ¿Cómo te va? Después de un momento, comentó en voz muy alta: ¡Bueno, esto es muy extraño! Todos los días, al pasar por este lugar, digo: ¿Cómo estás, casa?, Y la casa siempre que está vacía me responde: “Bien, ¿y tú?”. Seguramente debe haber alguien adentro hoy".

Cuando el león escuchó esto, respondió: Bien, ¿y tú? Entonces Soongoo’ra se echó a reír y gritó: ¡Oh, gran Simba! Estás dentro y apuesto que quieres comerme. ¿Pero primero dime dónde has oído hablar una casa?

El león, al ver cómo lo habían engañado, rugió enojado: ¡Espera que te atrape!

Mientras la liebre respondió: ¡Oh!, creo que tendrás que hacer una larga espera.

Acto seguido Soongoo’ra se echó a correr a toda velocidad con Simba tras sus espaldas. El viejo león no fue capaz de seguir los saltos del conejo. Después de un rato se detuvo exhausto sin querer saber nada más de aquel pequeño bribón y regresó a su casa, a custodiar su panal bajo el gran árbol de calabazas.

 

Créditos de las imágenes:

"Liebre" por Albert Dürer (editado con filtro); Las otras imágenes sacadas de "Piqsels", excepto la tortuga y la liebre corriendo, sacadas de Wikipedia.

martes, 8 de diciembre de 2020

Lovecraft y Lovecraft Country

 Miguel Acevedo


 

 

“Hay una grandeza melancólica y operística en la obra más apasionada de Lovecraft... curiosa poesía elegíaca de pérdida indecible, de desesperación adolescente y de una soledad existencial tan penetrante que perdura en la memoria del lector, como un sueño, mucho después de que los rudimentos de la trama lovecraftiana se hayan desvanecido”.

Joyce Carol Oates


La serie de HBO Lovecraft Country, creada por Jordan Peele y JJ Abrams, y basada en el libro de Matt Ruff, ha sido todo un éxito. La producción cuenta con una notable factura técnica, efectos especiales del más alto nivel y unos carismáticos protagonistas, donde destacan potentes personajes femeninos. La acción es trepidante y su alegato contra la segregación racial en los años cincuenta llega a ser conmovedora. Nada que no se pudiera esperar de Peele, el cerebro tras las impactantes películas de terror ¡Huye! y Nosotros.

Pero cabe preguntarse, pese a las constantes alusiones a Lovecraft, su cosmogonía literaria o a otros escritores de su círculo, como Clark Ashton Smith: ¿hay algo del terror cósmico del Soñador de Providence aquí? 


H. P. Lovecraft


Estamos frente a un caso muy particular: en esta serie televisiva, las alusiones a Lovecraft o a los Mitos de Cthulhu son explícitas, así como a otros elementos de la literatura fantástica y las revistas pulp de la primera mitad del siglo XX en los EE.UU. Pero las naves espaciales, los tentáculos del abismo y las criaturas de pesadilla más parecen una parafernalia (de la mejor calidad) para un agudo e inteligente discurso político y social antirracista, que al mismo tiempo carece del sentido de la maravilla de esas revistas y cuentos que asombraron y siguen asombrando a millones de lectores.

La prosa de HPL tiene, según mi punto de vista, tres grandes ejes literarios: sus narraciones oníricas del estilo del ciclo de Randolph Carter; los Mitos propiamente tales, el que sería su mayor aporte a la literatura de terror del siglo pasado; y esos cuentos extraños y macabros, una de cuyas cimas es "El grabado de la casa", con esa construcción perdida en la soledad de los bosques de Nueva Inglaterra habitada por un hombre ominoso. Cualquiera de esos ejes transmite una sensación de extrañamiento, de estar frente a algo profundamente ajeno y peligroso, que ni de cerca vemos en la mencionada serie de televisión. Lo que sí vemos son constantes afirmaciones del racismo intrínseco de Lovecraft, el que permearía irremediablemente su escritura.

Hace años que se viene desarrollando una verdadera ofensiva cultural (¿?) contra el autor norteamericano, la que se ha polarizado bastante en algunos momentos. Esta campaña para enviarlo al ostracismo cultural, o derechamente al olvido, no ha tomado tanta fuerza en Chile, donde cada vez más personas descubren y leen a Lovecraft. Pero en los EE.UU. ya lleva años. "El Abuelo", como le gustaba llamarse a sí mismo, no es el único blanco (literalmente) de esta ofensiva, a la que se ha sumado el ataque destemplado contra otros pilares de la ciencia ficción moderna, como John W. Campbell. Los argumentos de los censores son más o menos similares: eran hombres blancos racistas, exponentes de una posición cultural imperialista (esto último en el caso de Campbell). La valoración crítica de su obra, entendiendo por crítica "la función central de discriminar, sobre todo entre la buena escritura y la mala" (como señala S. T. Joshi) brilla por su total ausencia.

Jordan Peele

 

Peele ya ha mezclado la denuncia social con el cine de terror, por ejemplo en la tremenda cinta ¡Huye! (2017), donde combina el racismo de refinados círculos sociales de la clase ilustrada blanca, mitos urbanos y un humor negro absolutamente corrosivo. En Nosotros (2019) crea una verdadera mitología en base a algunas leyendas urbanas estadounidenses, presentándonos la epopeya terrorífica que tiene que vivir una familia negra (interpretada por Lupita Nyong'o y Winston Duke). Así que está clarísimo su talento para renovar el género, e incluir una agenda contra el racismo en su obra. Pero en Lovecraft Country esta mezcla no cuaja. Y si lo hace como producto audiovisual, es a costa de las raíces literarias que la serie afirma tener.


 

En producciones televisivas como la reciente The Third Day (miniserie de HBO), el misterio, las situaciones desconcertantes y el franco terror son, en algunos momentos, demoledores. The Third Day es notable en ese aspecto, una serie dramática muy cercana al llamado Folk Horror. Aquí la sensación de desintegración de lo racional y de erosión de la propia realidad alcanza hitos que son difíciles de olvidar. Nos recuerda esa función inquietante del relato de terror, que debería estar en el centro mismo de su propuesta. En fin, es un género que nos habla de la fragilidad de la vida y de la maravilla cósmica que podemos encontrar en los bordes de las ciudades; en ese pueblito de místicos de la serie protagonizada por Jude Law y Naomie Harris, o en los párrafos de algún cuento del visionario Arthur Machen.


 

No voy a esquivar el bulto en un aspecto central de la valoración de HPL: su racismo. Lovecraft fue un racista declarado, que exponía sus desagradables puntos de vista en privado a sus amigos, personales o epistolares, o en publicaciones amateurs como su militante periódico The Conservative. Escribió versos que dan vergüenza ajena como el ya tan citado (incluso por Amnistía Internacional) "On the Creation of Nigger", poema de juventud. En un relato del demencial doctor "Herbert West, reanimador" hay una descripción racista espantosa de un hombre negro. Pero él nunca, nunca, insultó a un negro en la calle, jamás militó en ninguna organización política racista ni en ninguna célula filonazi, y admiraba profundamente el apego de los judíos jasídicos del Lower East Side de Nueva York, a su herencia religiosa y cultural. Se casó con Sonia Greene, judía descendiente de inmigrantes ucranianos. No, no solo se relacionaba con blancos, como nos repiten como loros sin argumentos los buenos pensantes de hoy, con lo que nos demuestran su ignorancia supina sobre el autor norteamericano. Esos que atacan a Lovecraft desde la prensa mainstream, como The New York Times o Esquire, llamándonos a tener cuidado con una obra que al parecer contagiaría el racismo.

Lovecraft y su esposa Sonia Greene (1921)

 

Es peligroso darle por decreto funciones normativas a la literatura y al arte en general, los totalitarismos y varias dictaduras de pacotilla lo han intentado una y otra vez. Pero en EE.UU., país que nunca ha tenido un régimen dictatorial, son cíclicos los intentos de censurar, alimentar hogueras (con libros y cómics), y perseguir a autores y artistas. El tema cambia cada ciertos años (denunciarlos por ser homosexuales, por comunistas, etc.), pero la rueda de la caza de brujas vuelve a girar. Y el prejuicio reemplaza a la función crítica y al debate racional. Hoy estamos en esa fase, y por imitación algunos por estos lares ya denuncian al Profeta de Providence. Aquí la función de la crítica artística de izquierda es penosa, como ha sido su tradición en Chile. Antes Poe y Lovecraft eran, por ejemplo, autores que alimentaban la evasión, indignos de tomarse en serio. Hoy HPL es racista e imperialista de seguro (esto último solo por ser norteamericano). Que al final de su vida haya abandonado sus convicciones chauvinistas y se haya vuelto un socialista moderado, no es un dato de la causa para los creadores de decálogos de conducta y listas de obras prohibidas. Porque hoy la honestidad intelectual no es relevante para algunos.

 

H.P. Lovecraft (1930)

Volviendo a la serie que nos convoca: no basta con ponerle el nombre de Lovecraft a tu producto de consumo visual, o que aparezcan tentáculos y monstruos generados por efectos CGI para que la maravilla de Cthulhu y Yog-Sothoth emerja en la pantalla. El horror cósmico, el cosmicismo lovecraftiano no es algo tan superficial. Pero quizás gracias al éxito de esta serie de TV, veamos luego una adaptación de esa esencia que le haga justicia, en la televisión, el streaming o la gran pantalla. Y que tenga la valentía de jugársela por su tema y enfrentar a los declamadores que hoy, una vez más, enarbolan la bandera de la censura punitiva.


En ese sentido, la película Color Out of Space (2019), de la productora SpectreVision, a pesar de las sobreactuaciones y las payasadas de Nicolas Cage, acierta mucho más en adaptar los terrores sin nombre, graficando con algunas escenas realmente notables esta ficción especulativa sobre la demencia cayendo del espacio y condenando a la nada a la familia Gardner, en una zona rural de Arkham, donde se levantan antiguas granjas en medio de los bosques y cerca de las montañas.

 

 

Créditos de las imágenes: Wikipedia