Alberto Rojas Giménez
Miedoso de la lluvia, orador silencioso,
allé mi primer amigo al fondo de un espejo.
Una mano invisible apagaba los veranos.
Ellos, los hombres tímidos, elegancia del pueblo,
esperaban la novia a la puerta de la iglesia.
Todo cayó de golpe.
Varió el nombre de los periódicos.
Alguien decía que había nuevos edificios.
Aprendió mi memoria el curso de los trenes
y supe que las viejas mujeres de mi país
guardaban sus monedas en la esquina de un pañuelo.
En la noche extranjera que retiene mis pasos,
En aquel tiempo morían mis parientes.
Jugaba mi hermana a la luz de las lámparas.
Siempre estaba a mi espalda
el retrato del padre asesinado.
Era el mes de mayo y hombres de rostro pintado
bailaban en torno castigando la tierra.
el cadáver de una doncella.
amedrentaba mi sueño y el sol tardaba en llegar.
Una mujer verde se balancea en mi memoria
colgada de un trapecio.
Admiré los peces dorados en el agua de plata.
Hay un volantín dormido en el cielo de mi infancia.
Adolescencia acodada al marco de las ventanas,
comenzó por entonces la canción que hoy continúo.
y subí sobre mi casa para tomarlo en las manos.
Era la edad doliente del deseo y la espera.
Vestido de negro acompañé el primer funeral.
Entonces vieron mis ojos el retrato de los héroes
adornando las vidrieras de todas las farmacias.
La casa se llenó de convidados.
Escribí la primera carta.
Me llevaron hasta un puerto para mostrarme el mar.
Alumno sin talento, desgracia de las madres,
caían a mis pies pájaros de papel marchito.
Era la fuga del tiempo y yo tenía quince años.
Fui el adolescente de los cinematógrafos;
Lector incansable de las novelas tristes.
Decía a menudo: “Cansado ... quiero irme...”.
Guardaba en mi cartera el retrato de una niña.
Digo todo esto como si estuviera
sentado a mi mesa con un naipe en las manos.
Soy el mismo y entre tu sonrisa
y la sonrisa de aquélla levanto mis años.
Perdido, sediento, insatisfecho.
Extranjero enamorado de las cosas y su canto.
Te sumerjes en el día, mi recuerdo te alcanza.
Un cisne de nieve se ahoga
en el remanso de tu alma.
Aquí estamos. Donde el sol no levanta.
Desvanece la sombra tu clara presencia.
Alta ciudad, vasta ciudad de la vida multánime.
Largas barcas de plata duermen sobre el Sena.
La mala estación acongoja los parques.
Sobre este muro en ruinas, alguien escribe la palabra desamparo.
Asoma la lluvia en la noche profunda
y un pájaro de hielo desciende hasta mis manos.
La multitud enreda tu nombre.
Es nuestra la calle más triste.
Hotel pobre. Vida tan pobre.
Delante de nosotros caen hojas amarillas.
Ah, mujer de pena, dulce mujer mía.
Aviones taciturnos nacen con el día,
y cada día nos trae una flor ya marchita.
Detrás de mis sueños está la América en flor.
Tocador solitario
era tu pena y no el viento inflando tu acordeón.
Hangar nocturno. Es entre tus paredes sombrías que mi corazón despierta
Rayo, quemo las horas en la lumbre de mi cigarro.
y el antiguo desaliento te amarra toda acción.
De allá abajo llegan las voces. Las cartas. El periódico de las noticias.
Pablo y Tomás robando a los nativos.
Una casa en abandono. También la revolución.
El alma del invierno oculta los infantes.
Automóviles en delirio empujan el crepúsculo.
Y una luna cautiva blanquea las terrazas.
Una palabra de pena baja de tus labios
al recordar las guitarras del país de Tarzán.
Ésta es nuestra calle. Hotel Nantes. Aquí te amo.
Eres alta. Hueles a manzanas.
Hay un cigarro muerto junto a la chimenea.
Voz desconsolada de las fotografías.
Cuantas veces solo frente a los andenes.
Cartas amarillas, abanico de tedio.
Desplegaba en la noche una mala noticia.
Era el insomnio y exprimía en mis versos
la vieja tristeza del poeta romántico.
Siempre estás conmigo y yo todo lo he visto.
Viejos árboles marcaban el límite.
Camino de palabras, hilo del telégrafo,
hilvanando los nombres de las capitales.
Viaje que el olvido conserva.
Trasmundo del espejo a su orilla me inclino.
pálido, despeinado, escribo y me acompañas.
Es la hora del abandono y vigilas el beso.
Te he llamado en los bosques y a mi lado sonríes.
Árboles de humo. País que me ofrecías
tan sola y tan pobre entre tus hermanas.
Guardo del olvido, aparece en el sueño,
mi mujer pensativa sobre un puente de hierro.
Todo estaba, aniversario y los negros caracteres.
Tu nombre mismo al pie de tu retrato,
mariposa dormida al borde de mi vaso.
Se iban las mandolinas y las estrellas estaban.
El bosque se apartaba en la fecha dichosa.
La mano doméstica extinguía la lámpara.
Noche de Walpurgis, Alemania del alma!
No puedo explicar tus pies crepusculares,
amor inconcluso, alcancía de esperanzas,
mujer, vaso conteniendo el día,
vamos en el viaje sin objeto, inmóviles sin embargo.
Corren las diligencias y el humo de los trenes
envejece tu perfil, cae la frente entre mis manos.
Aprendiendo a escribir, tampoco, es lo mismo.
Lengua extranjera, lago, poesía.
La montaña rosada que mi voz acaricia.
Siempre vuelvo hacia ti, razón de mi silencio.
En la larga velada el relato sin tregua.
Un nombre, una fecha y el cabello blanco,
al fin de los días deletreando mi canto.
Dame ese cuaderno, es la ebriedad sin límite.
Caminando encontrarás la geografia cerrada.
Después, el sombrero en el suelo, los vestidos marchitos,
entre el vino y el tabaco los amigos te esperan.
Olvido las historias, canción de las islas.
Todo estaba a tu lado, hechicera nocturna.
Levantabas la mano para detener el curso
de los astros fragantes como frutos maduros.
Si hubiera que decir cómo te quise entonces!
Ibas por el bosque y en tu cabellera,
regalo del bosque, aprisionabas luciérnagas.
Guardaban tus ojos el secreto dichoso
y una palabra tuya libertaba los barcos.
Destruías el maleficio, cambiabas el rumbo del viento,
todo lo podías y te perdí por entonces.
Apoyado en mi fusil, centinela del alba,
atraía el silencio mientras tú te alejabas.
agitar el adiós que agitaban tus manos.
trayéndome el nuevo rostro que has sacado del tiempo!
Se cruzan sobre este lado del mundo las altas oscuras palmeras nocturnas.
Lago sombrío, allí se sumerge un barco cargado de rumores.
Lejos de ayer, lejos aún del día nuevo y repetido
todavía la esperanza, el deseo persistente.
lluvia impalpable y negra comparable sólo al olvido,
en mitad de la noche, lejos, tierra que sostiene tus pasos,
no te alcanza mi voz, tus lágrimas son distantes.
Imágenes del cine, todo me viene, libro de estampas vivientes.
El río, sus árboles negros, tu palabra, su pasajero asilo.
La multitud que invade el crepúsculo, los trenes,
donde tú vas, presencia mía inapartable,
donde tú vas, silenciosa, ensimismada,
encima del tiempo que la distancia altera.
y en el alba que yergue sus puñales de ceniza.
Apareces en la hora de pobres esperanzas
o levanto tu imagen en la voz de los niños.
Lejos de ti, aún resido en tus ojos.
Agrupo allí la sombra que tu fatiga reclama.
Vigilo el silencio que ahuyentas con mi nombre
y es cierto que mis manos distantes e invisibles
crean, cada noche, un sol bajo tu lámpara.
![]() |
Alberto Rojas Giménez (c. 1920) |
Poema Publicado originalmente en La Opinión, Santiago, 10 de junio de 1934, pág. 3.
Créditos de las imágenes.