lunes, 15 de septiembre de 2025

Carta - Océano

 Alberto Rojas Giménez

 



Hombre del mundo,
ancló en mis ojos la tristeza,
tarde de las tardes, en la tarde de América.
 
Soledad de la infancia
ardida al fondo amarillo de los pueblos.
En aquel tiempo morían mis parientes.
Eran negras las persianas que atraían el día
y opaca la voz de mi madre recordando las cosas.
 
Yo era el poeta vestido de niño,
en el año triste en que los niños rompen las flores.
Ningún hombre me dijo nunca que debía cantar.
Corría la luna por detrás de las nubes.
El sol quemaba los frutos y el lomo de los cerros.
Mis manos buscaban luciérnagas
en la sombría humedad del invierno.
 
Primera canción de las palabras torpes,
simple como el agua, yo no sabía jugar.

Miedoso de la lluvia, orador silencioso,
allé mi primer amigo al fondo de un espejo.

Una mano invisible apagaba los veranos.
Ellos, los hombres tímidos, elegancia del pueblo,
esperaban la novia a la puerta de la iglesia.
Todo cayó de golpe.
Varió el nombre de los periódicos.
Alguien decía que había nuevos edificios.
Aprendió mi memoria el curso de los trenes
y supe que las viejas mujeres de mi país
guardaban sus monedas en la esquina de un pañuelo.

Todo cayó de golpe, comenzaba la edad doliente.
En el viento múltiple,
en el viento que pierde la voz de los náufragos,
esparcí la hoguera rosada de los sueños.
Ahora, junto al Elba y es en Hamburgo,
animo en las palabras el collar de mis años.
Otoño del norte. Anclados en la bruma
son los edificios negros barcos sonámbulos.
 
Distante tierra mía, país de bosques en incendio!
En la noche extranjera que retiene mis pasos,
hombre del jersey, tiendo hacia ti las manos.

En aquel tiempo morían mis parientes.
Infancia de luto a la sombra de las lilas.
Jugaba mi hermana a la luz de las lámparas.
Siempre estaba a mi espalda
el retrato del padre asesinado.
Había un cerro, me acuerdo, sosteniendo una cruz.
Era el mes de mayo y hombres de rostro pintado
bailaban en torno castigando la tierra.
Un río corta el pueblo. Cada mañana traía
el cadáver de una doncella.
Infancia triste rayada de oraciones.
En la noche el galope de los caballos
amedrentaba mi sueño y el sol tardaba en llegar.
Hubo una vez un circo.
Una mujer verde se balancea en mi memoria
colgada de un trapecio.
Admiré los peces dorados en el agua de plata.
Lloraban los campanarios al caer de las tardes
Hay un volantín dormido en el cielo de mi infancia.
Adolescencia acodada al marco de las ventanas,
comenzó por entonces la canción que hoy continúo.
Era la vieja historia del arcoiris y la palabra amor.
Vi cruzar sin asombro el primer aeroplano
y subí sobre mi casa para tomarlo en las manos.
Era la edad doliente del deseo y la espera.
Vestido de negro acompañé el primer funeral.
Entonces vieron mis ojos el retrato de los héroes
adornando las vidrieras de todas las farmacias.
La casa se llenó de convidados.
Escribí la primera carta.
Me llevaron hasta un puerto para mostrarme el mar.

Alumno sin talento, desgracia de las madres,
caían a mis pies pájaros de papel marchito.
Era la fuga del tiempo y yo tenía quince años.
Fui el adolescente de los cinematógrafos;
Lector incansable de las novelas tristes.
Decía a menudo: “Cansado ... quiero irme...”.
Guardaba en mi cartera el retrato de una niña.
Digo todo esto como si estuviera
sentado a mi mesa con un naipe en las manos.
Soy el mismo y entre tu sonrisa
y la sonrisa de aquélla levanto mis años.
Perdido, sediento, insatisfecho.
Extranjero enamorado de las cosas y su canto.

Te sumerjes en el día, mi recuerdo te alcanza.
Un cisne de nieve se ahoga
en el remanso de tu alma.

Aquí estamos. Donde el sol no levanta.
Desvanece la sombra tu clara presencia.
Alta ciudad, vasta ciudad de la vida multánime.
Largas barcas de plata duermen sobre el Sena.
La mala estación acongoja los parques.
Sobre este muro en ruinas, alguien escribe la palabra desamparo.
Asoma la lluvia en la noche profunda
y un pájaro de hielo desciende hasta mis manos.

La multitud enreda tu nombre.
Es nuestra la calle más triste.
Hotel pobre. Vida tan pobre.
Delante de nosotros caen hojas amarillas.

Ah, mujer de pena, dulce mujer mía.
Aviones taciturnos nacen con el día,
y cada día nos trae una flor ya marchita. 

Yo hice los viajes más alegres y los más tristes viajes.
Detrás de mis sueños está la América en flor.
Los marineros danzaban sobre el Mar Caribe.
Tocador solitario
era tu pena y no el viento inflando tu acordeón.

Hangar nocturno. Es entre tus paredes sombrías que mi corazón despierta
Rayo, quemo las horas en la lumbre de mi cigarro. 
Un vaso de vino ahoga toda explicación.
 
Tú mismo, el de entonces, ahora cruzas los bulevares
y el antiguo desaliento te amarra toda acción.

De allá abajo llegan las voces. Las cartas. El periódico de las noticias.
Pablo y Tomás robando a los nativos.
Una casa en abandono. También la revolución.
 
Aquí los hombres tienen un semblante de tiza.
El alma del invierno oculta los infantes.
Automóviles en delirio empujan el crepúsculo.
Y una luna cautiva blanquea las terrazas.
 
Es a la claridad de las lámparas que yo te amo, compañera de esta hora.
 
De nosotros huye la tarde.
Una palabra de pena baja de tus labios
al recordar las guitarras del país de Tarzán.

Ésta es nuestra calle. Hotel Nantes. Aquí te amo.
Eres alta. Hueles a manzanas.
Hay un cigarro muerto junto a la chimenea.
Encierras dentro de ti campanas de Stuttgart.
 
Todo lo he visto y los cementerios.
Voz desconsolada de las fotografías.
Cuantas veces solo frente a los andenes.
Cartas amarillas, abanico de tedio.
Desplegaba en la noche una mala noticia.
Era el insomnio y exprimía en mis versos
la vieja tristeza del poeta romántico.
Siempre estás conmigo y yo todo lo he visto.
Viejos árboles marcaban el límite.
Camino de palabras, hilo del telégrafo,
hilvanando los nombres de las capitales.
Viaje que el olvido conserva.
Trasmundo del espejo a su orilla me inclino.
Más abajo la calle y aquí en el aposento,
pálido, despeinado, escribo y me acompañas.
Es la hora del abandono y vigilas el beso.
Te he llamado en los bosques y a mi lado sonríes.
No recuerdes. Eran rojos los techos.
Árboles de humo. País que me ofrecías
tan sola y tan pobre entre tus hermanas.
Guardo del olvido, aparece en el sueño,
mi mujer pensativa sobre un puente de hierro.
 
Las revistas, el periódico, en el café lo he visto.
Todo estaba, aniversario y los negros caracteres.
Tu nombre mismo al pie de tu retrato,
mariposa dormida al borde de mi vaso.
Se iban las mandolinas y las estrellas estaban.
El bosque se apartaba en la fecha dichosa.
La mano doméstica extinguía la lámpara.
Noche de Walpurgis, Alemania del alma!
 
Entre tus senos el lagarto verde.
No puedo explicar tus pies crepusculares,
amor inconcluso, alcancía de esperanzas,
mujer, vaso conteniendo el día,
vamos en el viaje sin objeto, inmóviles sin embargo.
Corren las diligencias y el humo de los trenes
envejece tu perfil, cae la frente entre mis manos.
 
Aprendiendo a contar, no es esto lo que quiero.
Aprendiendo a escribir, tampoco, es lo mismo.
Lengua extranjera, lago, poesía.
La montaña rosada que mi voz acaricia.
Siempre vuelvo hacia ti, razón de mi silencio.
En la larga velada el relato sin tregua.
Un nombre, una fecha y el cabello blanco,
al fin de los días deletreando mi canto.
Dame ese cuaderno, es la ebriedad sin límite.
Caminando encontrarás la geografia cerrada.
Después, el sombrero en el suelo, los vestidos marchitos,
entre el vino y el tabaco los amigos te esperan.
Olvido las historias, canción de las islas.
Todo estaba a tu lado, hechicera nocturna.
Levantabas la mano para detener el curso
de los astros fragantes como frutos maduros.
Aquella noche tu padre cantaba en la taberna.
Si hubiera que decir cómo te quise entonces!
Ibas por el bosque y en tu cabellera,
regalo del bosque, aprisionabas luciérnagas.
Guardaban tus ojos el secreto dichoso
y una palabra tuya libertaba los barcos.
Destruías el maleficio, cambiabas el rumbo del viento,
todo lo podías y te perdí por entonces.
Apoyado en mi fusil, centinela del alba,
atraía el silencio mientras tú te alejabas.
He visto después en los trenes que parten,
agitar el adiós que agitaban tus manos.
 
Si sólo tú volvieras de aquel tiempo disperso
trayéndome el nuevo rostro que has sacado del tiempo!
Se cruzan sobre este lado del mundo las altas oscuras palmeras nocturnas.
Lago sombrío, allí se sumerge un barco cargado de rumores.
Lejos de ayer, lejos aún del día nuevo y repetido
todavía la esperanza, el deseo persistente.
 
En medio de la noche en que toda forma se ahoga,
lluvia impalpable y negra comparable sólo al olvido,
en mitad de la noche, lejos, tierra que sostiene tus pasos,
no te alcanza mi voz, tus lágrimas son distantes.
Imágenes del cine, todo me viene, libro de estampas vivientes.
El río, sus árboles negros, tu palabra, su pasajero asilo.
La multitud que invade el crepúsculo, los trenes,
donde tú vas, presencia mía inapartable,
donde tú vas, silenciosa, ensimismada,
encima del tiempo que la distancia altera.
 
Mi recuerdo te alcanza frente a los días festivos
y en el alba que yergue sus puñales de ceniza.
Apareces en la hora de pobres esperanzas
o levanto tu imagen en la voz de los niños.
Lejos de ti, aún resido en tus ojos.
Agrupo allí la sombra que tu fatiga reclama.
Vigilo el silencio que ahuyentas con mi nombre
y es cierto que mis manos distantes e invisibles
crean, cada noche, un sol bajo tu lámpara.

 

Alberto Rojas Giménez (c. 1920)

 

 

Poema Publicado originalmente en La Opinión, Santiago, 10 de junio de 1934, pág. 3. 

 

Créditos de las imágenes.

Valparaíso de Ladislao Cheney: (c) pinturachilena.cl
Fotografía del poeta: (cc) Memoria Chilena 

lunes, 25 de agosto de 2025

Horas de Sol (Selección)

 Juana Inés de la Cruz

(Winétt de Rokha) 

 


 

 

 

La Frivolidad de las Palabras
 
    Se ha levantado una bruma, fria como la inconmovible monotonia del vivir, triste como mi pensamiento.
    Llega a mí en ecos dolorosos la frivolidad de las palabras. Ha cesado todo murmullo y me pregunto si tocarán a muerto. Cuando la lengua enmudece es porque el pensar se abisma sin comprender.
    Gritar para hacer prevalecer una idea no conduce a nada. ¡Es tan necio aquello de querer parecer comprensivos ante los que no nos comprenden!
 
*     *     * 
 
    Van las horas cayendo sobre el recuerdo como plumilla de nieve.
    Las alas del sentimiento, cargadas de ironía, no pueden tender el vuelo a las exploradas regiones del pasado.
    El fuego ha vuelto cenizas sus últimas palabras de amor y los últimos ecos de mi pensar cristalizado en el papel.
    Tiembla la llama aún viva del posible canto que llegará hasta él.
    Mis anhelos se me figuran pájaros embalsamados. Ojos sin luz, alas sin movimiento. ¡Oh, esos anhelos nunca llegarán hasta él!
    —«Se operará el milagro de las rosas, dice una voz en la bruma; tu alma alcanzará la gloriosa resurrección del Ideal que ha muerto».
    No, voz extrahumana. El milagro de las rosas se ha operado ya y el que yo espero es otro; acaso sea el Amor creado por mi espíritu entristecido; suave como un corazón que lo acojió y fuerte como los brazos que lo levantaron.
    Un milagro de Amor, un sentimiento que no usurpe el gran nombre comprendido tan solo por aquellos que saben sentirlo bajar desde la cima del Calvario hasta el rincón secreto que llevamos en el fondo de nuestro corazón.
    No responde la voz y la bruma, hada buena, humedece mis mejillas ardientes. ¡Cómo evoco lágrimas de las que hace tanto tiempo no puedo derramar!
    Mi perenne dolor seco y tranquilo, nació de un choque rudo con la vida, se nutrió con convicciones fatalistas y con vulgaridades ineludibles. Antes de formarse y ser un completo dolor fué una forma imprecisa de idealidad. ¡Tantas circunstancias, tantas vagas influencias que descomponen los sentimientos en vulgares estados de alma!
    Si yo pudiera desentenderme de las pequeñeces que me rodean y ellas no me hicieran sufrir, mi dolor inicial seria más bello de lo que es, porque dependería sólo del principio que lo formó.
    Estamos tristes porque el sol no ha brillado y nos inducen a que debemos olvidar esta tristeza para pensar en una más vulgar.
    La frivolidad de las palabras deja incompleto el razonamiento de mi meditación.
    Cuando nuestras almas se comprendieron enmudecimos; nos bastaba el solo pensamiento que nos unía, por razón.
    No recuerdo largas frases de sus labios ni de los míos y aún en aquella tarde trágica en que nos despedimos para siempre, muy poco nos dijimos con la palabra.
    La tierra pareció florecer bajo los pantanos, los árboles sin hojas se cubrían de un follaje de ilusión y nosotros, como pájaros asustados, nos cobijamos bajo él.
    Las enredaderas de invierno, las piedrecillas humedecidas por la última lluvia, oyeron el final de una historia que no habré de contarfce a tí, lector curioso, porque la frivolidad de las palabras le quitaría su belleza.
 
 
 
 
Sed de Ideal
 
    He buscado mi Ideal, fantasma que se transforma a cada instante, como las horas del dia.
    He buscado en los ojos de los humanos, como una obsedida, algo que pudiera fijar mi atención por algún tiempo. He tratado de interpretar la impasible serenidad de algunos y la febril ansiedad de otros. Ojos ha habido que por su verde color no sólo han sido para mí mar, esperanza, sino locura de belleza; ojos negros como la noche que no sólo han sido abismos, sepulcro de ambiciones, sino desesperación de anhelos, cielos infinitos de sin igual pureza, que me han desdoblado trájicamente al obtener en ellos la paz de los sacrificios consumados. En todos ellos ha vagado mi espíritu, brizna pasajera que tiembla al menor soplo, para irse léjos en busca de algo nuevo que lo haga extremecer de placer o de dolor.
    El desasosiego de lo incomprendido, la curiosidad de lo que no se ha vivido: he ahi la vida.
    Cuando pienso que puede llegar un día en que habré de saborear la Belleza encarnada en las humanas pasiones, siento una angustiosa y torturante inquietud.
    Barco sin rumbo es mi existencia que no deja caer el ancla que la fije por un instante. Mañana, me digo, y espero... ¿Llegará un dia en que cruzaré los mares, veré otros ojos y beberé vida?
    Amado mio, ante mis ideales, desapareces, te confundes, eres una cosa tan pequeñita y apénas necesaria, que te comparo a un maletin de viaje que quedara olvidado en un wagon. Me harías falta un instante, pero podría comprar otro mas nuevo y acaso que encerrara muchas cosas que tú no tienes.
    Anoche te miré fijamente y te expresé mi pensamiento. Me llamaste loca, ¡loca! Tienes razon, loca soy porque no puedo seguir viviendo la monotonía del vivir; loca, porque pienso que si me amaras, satisfarías mi capricho, muriendo, para que yo viera tus ojos a través de la inmovilidad trájica de la muerte. Acaso ellos, así como reflejaban anoche las lamparillas eléctricas del salón, reflejarian el mas allá... mejor que aquellos ojos azules que no miran el sol.
    Ya no soy, amor mío, la muñeca que creiste contentar con unos cuantos besos a la caída de la tarde; ya no soi la pequeña mignon que comía bombones en tus rodillas, mientras con sus manecitas ensortijadas te cerraba los ojos; ya no creo en los duendes ni en los espíritus que se empeñan en contarnos cosas de ultra-tumba; pero sí creo en mi fantasía, creo en mi alma que, siempre fiel a esta cabeza de rizos negros con ojos soñadores, tan pronto vaga en las arenas vírgenes de un desierto como en jardines floridos de flores y de fulgores de luna.
 
 
 
 
La Muerte de las Rosas
A Julia Sateler C.
 
    Fué una mañana de Verano. El sol bañaba la carretera y el azul del cielo era tan intenso que atraía como un abismo.
    —Quiero saber lo que encierran en el cáliz las rosas que me has traído, dijo Ivette al poeta que no sabía llorar, al poeta que reia de las doloras de Campoamor, de los pesares del niño y de la juventud, porque no pensaba que el niño siente el mismo pesar cuando rompe un soldadito de plomo, que el que siente un hombre ante su felieidad perdida; porque no pensaba que una mujer de dieziseis años sufre tanto no amando, como sufre un hombre de talento que no encuentra a la vida una razon de ser, despues de haberla mirado intensamente bajo su analítica percepción. El poeta que no tuvo lágrimas cuando su madre cerró los ojos a la luz del día, deshojó las rosas que Ivette amaba y ante el cáliz sin pétalos rió con una risa salvaje. 
    —He ahí lo que encierran las rosas, dijo, polvillo que al menor soplo se esfuma Y rió de la sorpresa trájica de Ivette, ante las rosas deshojadas.
    —Poeta, dijo Ivette, tú que todolo sabes, dime, ¿por qué no te conmueves?
    —Ivette, contestó el poeta, no te preguntes nunca el por qué de las cosas y así te conmoverá la gota de rocío resbalando desde la hoja que la ostenta brillante y frájil a la tierra que la consume.
    —No lo creo, murmuró Ivette, tu sentir no es igual al mio y si tú solo amas los misterios que no puedes descifrar, yo, en cambio, amo en tí la descifración del misterio. Llévame a la cumbre del alto monte del saber y desde allí muéstrame lo que ocultas por temor de que ya no te ame. Quiero vivir la vida que tú vives, aprender lo que aprendes y no temas por esto que me muestre altiva. Mi corazón será siempre el mismo ignorante o sabio.
    —Eres muy niña, dijo el poeta, espera...
    Y rio de la cándida Ivette dejándole en el alma un dejo amargo de ironía... 
 
 
*     *     * 
 
    —Ivette, decia el poeta, muchos años despues de la muerte de las rosas, tu que me has consagrado la vida entera no sabes comprenderme, estoy junto a tí y me encuentro solo. Estos versos míos que han sido el fuego sagrado de mi vida, no me alimentan ya. Tú que has reído conmigo ¿por qué no llenas el vacío que se hace a mi alrededor? ¿por qué no has sabido conservarme una ilusión? ¿por qué no has sido arcano ayer, hoy y siempre? ¡Pobre mujer! acaso me has amado demasiado...
    —Tú has tenido la culpa, jimió Ivette, tú que enmudeciste cuando te interrogué.
    —Acaso tengas razon, pero creí cumplir con mi deber. Ni tú ni yo hemos tenido la culpa, la tuvo...
    —Tu egoismo, dijo Ivette débilmente. Y el poeta que no sabía llorar, por la primera vez lloró arrepentido en brazos de la mujer que no pudo llenar su vida porque él no había sabido crearla para comprenderlo....
 
 
 
Los Hjos del Dolor
 
    Después de recibir la bendicidn paterna, una noche de horrible tempestad salieron del hogar con rumbo hacia la vida, tres hijos del Dolor.
    La Pobreza, una muchacha flaca y enfermiza, apenas cubría sus desnudeces con un manto hecho jirones. Era la mayor de todos y sin embargo, hubiera podido tomársele por la más pequeña. Iba de prisa... El viento helado de la noche dejaba adivinar sus piernas flácidas, pegando a ellas sus raídos andrajos.
    La seguia el Deshonor, muchacho huraño y raro. En sus ojos brillaba una reconcentrada crueldad. Iba dispuesto a introducirse en todas partes no encontrando barrera capaz de atajar su paso.
    El último, el más pequeño de todos, era hermoso: su cabecita rubia era un primor; sus manecitas, que el frío no habfa conseguido entumecer, parecían dos azucenas destinadas a calmar mudas heridas profundas. Era este el Amor.
    Veinte siglos hacía a que los tres habían abandonado su hogar y una noche, muy parecida a aquella en que salieron, regresaron a la mísera cabaña del Dolor. Blancos cabellos circundaban la frente del anciano y una sonrisa fría y extraña acariciaba sus labios.
    Uno a uno los hijos relataron a su padre las aventuras que durante tanto tiempo habían corrido en el mundo.
    —Yo, dijo la Pobreza, he sido causa de múltiples sacrificios: he visitado innumerables hogares y en todas partes he dejado huellas indelebles.
    —Sin embargo, es preciso que vuelvas aun al mundo, le aconsejó el Dolor. Tu obra debe ser intensa y hay mucho que hacer todavía. Yo te bendigo nuevamente. Vete.
    Le tocó hablar al Deshonor.
    —Yo, dijo, llevé la desesperación a muchos padres de familia, doblegué el orgullo de las naciones más poderosas e infundí en los espíritus ese algo que amarga y que no hay tranquilidad capaz de ahuyentar.
    —Está bien, dijo el Dolor. Has trabajado con ahinco; más, es preciso que sigas a tu hermana. Vuelve a tu azarosa existencia y, una vez más, lleva mi bendición.
    En la triste cabaña solo quedó el Amor, sentado humildemente a los pies de su padre.
    —Yo, dijo, durante los primeros siglos fuí el predilecto. Por mí las mujeres más hermosas bajaban de sus tronos; los más gallardos mancebos abdicaban en mi favor riquezas y honores. Me paseé con orgullosa
altivez en los palacios de los reyes y en las humildes cabañas. De pronto, un enemigo formidable salió a mi encuentro y me arrojó el guante. A los rayos del sol brilla y deslumbra y, cuando las sombras de la noche caen sobre el mundo, enciende multiples luminarias para que su brillo no se extinga. Ese es el Oro. El ha ocupado mi lugar. Yo soy el último sentimiento; por lo tanto, mi trabajo ha concluido. Dejad, padre mío, que me refujie al calor de tu hogar; que los que quieran buscarme vendrán aquí y tu responderás por mí.
    —Sea, dijo el Dolor y su gran manto envolvió la rubia cabecita del Amor.
    Más de alguno ha llamado a las puertas de la cabaña misteriosa: la puerta se ha abierto para darles paso, pero el Dolor los abraza y los despide, dejándolos vagar a través de la vida como entes fúnebres que llevaran el camino de la Nada...
 
 
 
En el Saloncito Azul
 
    La risa atiplada de Miori se desgrana en notas desafinadas en el saloncito azul de la romántica Ivette.
    Ivette es como una figulina de Tanagra y Mimí como un bibelot de porcelana.
    Ambas se rien mucho: ¿de qué? Talvez del poeta de luenga melena que las miró doliente... desde una butaca de teatro; talvez de la carta en serio del enamorado militar de bigotes rubios y de ojos con pestañas verdes... (según Ivette, la irónica por excelencia.)
    El mundo contempla desde léjos a estas muñequitas de carne sonrosada y las admira.
    Ellas son felices, piensa el vulgo, y yo no sé si tiene razón.
    Ha llegado el momento de las confidencias. Sentadas en un diván a semejanza de las exóticas hijas del pais del Sol, se cuentan sus secretos...
    Y empiezan a caer, primero como gotas de rocío las confidencias blancas y luego como un nubarrón de granizo las confidencias rojas... (aquellas que el confesor de la parroquia cercana habrá de oir horrorizado.)
    —¿Sí?... ¿Y después?
    —Después... ya ves: lo dejé ir porque hube de engañarme a mí misma, porque yo era una señorita y no estaba bien todo aquello...
    —¿Y cómo te has conformado?
    —No sé. Acaso la esperanza de encontrar otro como él...
    —Y lo encontrarás...
    Y dá Mimí una mirada que envuelve a Ivette y acaso en su interior la encuentra bella porque sus ojos parecen reflejar una confirmación a su respuesta.
    Ivette entre tanto baja el cuadrito de la madona de Rafael, quita el carton y de entre este y la cartulina saca un retrato.
    —Vaya que es hermoso, dice con orgullo.
    —Sí, ya lo creo. Y al fin de cuentas ¿cómo es en la intimidad un poeta? ¿cómo habla? ¿qué dice?
    —No seas simple. Un poeta, es un hombre como todos, habla como todos y acaso sea un poquito más falso que el resto de la humanidad...
    — Y así le quieres tú...
    —Es que él no pertenece al rebaño, él es un poeta porque nació poeta así es que en la vida real es tan normal como yo que sueño solo para mí y que para los demás soy tan vulgar como cualquiera. El arte verdadero no necesita de vana exteriorización para surgir de entre la turba que pretende hacer de él un ridículo baluarte.
    —Sin embargo, esas melenas, esos chambergos y esas corbatas que ondulan son sujestivas. Un hombre sin esas cosas no me hace la ilusión de un poeta.
    —Acaso tengas razón, acabo de quitarle en mi imaginación a un amigo mío todas esas bagatelas y ha quedado un simple figurón de teatro.
    —Y ¿cómo distinguiste a tu poeta si no usa tales bagatelas, como tú les llamas?
    —Presintiéndolo y familiarizándome con él, leyendo las hermosas estrofas que ha escrito y que son precisamente las que me han hecho penetrar de lleno en su alma.
    —¡Cómo me gustaría conocerlo! Lo que me has contado se me figura algo así como un encantamiento...
    —Desencantado ¿verdad?
    Y se ríe de nuevo Mimí con la ocurrencia de Ivette que sin querer se ha entristecido... 
 
 
 
Dos Cerebros
 
    El estanque tranquilo y apacible hacía que la superficie de sus aguas reflejaran los nenúfares que crecían a sus orillas.
    Con paso lento, la mirada vaga, con un libro de filosofía bajo el brazo, el sabio marqués caminaba dejando en libertad su pensamiento que, como en espirales de humo, traspasaba quizás los umbrales del misterioso país de los Ensueños.
    Entonando la eterna canción de los bosques la pastora María sueña con castillos encantados y príncipes de réjias vestiduras. Nada sabe del mundo cuando impregnada de místicas ensoñaciones se apodera de ella el éxtasis que embarga a las almas que saben de la contemplación.
    Se encontraron, se acercaron, sus miradas se confundieron, sus espíritus en una muda comunión se elevaron y, sumidos en una idealidad sin límites pasaron algunas horas dignas de ser eternales.
    Las sombras del atardecer caían.
    El adios que separa a la vulgaridad los separó con ironía cruel.
    —¡Si hubiera sido marquesa!
    —¡Si hubiera sido pastor!
    Ni una mirada hacia atrás, ni una lágrima...
    ¡Oh cerebros que aún pensais en las distinciones de cuna! 
    ¡Cuántas veces el alma que nació para comprenderos pasó junto a vosotros y la arrojasteis con desden!...
 
 
 
El Amor y el Olvido 
 
    Fué al morir el verano que daba paso a la estación que desprende la hojarasca marchita, la estación melancólica, la estación del silencio que ahuyenta las avecillas parleras, la que no trae retoños sino nieblas azuladas que como un manto de honda meditación nos envuelve.
    Cierta tarde se encontraron el Amor y el Olvido; ambos iban con distinto rumbo: el uno, iba a dar calor a un corazón que se consumía en una playa lejana; el otro, iba a calmar el ardor de otro corazón que amaba demasiado. Se miraron recelosos. El Amor, por la primera vez le echó en cara su traición y la obra de destrucción con que perseguía su causa. Discutieron acaloradamente. En la lucha, el Amor perdió los ojos y el Olvido las alas.
    Intercedió la Mente Infinita:—Todo sentimiento debe existir, ninguno vale más que otro y sobre todo, todos se necesitan entre sí. Y ahora, en castigo de esta discución, os obligaré a que no podais vivir uno sin el otro. El Amor, que ha quedado ciego, trasportará en sus alas al Olvido, que perdió las suyas.
    Hoy son hermanos, se comprenden y se buscan. El Amor va de aquí para allá: el Olvido lo sigue sin decir una palabra y eternamente se posa donde cae el Amor, que dulcemente le sonríe...  



Juana Inés de la Cruz (1915)



Juana Inés de la Cruz es el pseudónimo que Luisa Anabalón Sanderson (1892-1951) utilizó en sus primeros dos libros (Lo que me dijo el Silencio y Horas de Sol) y que posteriormente será conocida como Winétt de Rokha. Los fragmentos que publicamos aquí pertenecen a su libro Horas de Sol (1915), el que en cierta medida, con su mezcla de narraciones simbólicas y prosa poética, viene a complementar su volumen de poemas publicado el mismo año.

La versión que presentamos aquí respeta la ortografía original de la época.

Para leer el texto completo en una versión pdf: Horas de Sol

 

Créditos:
Portada del libro: Horas de Sol. Santiago: Imprenta y encuadernación New York, 1915.
Fotografía de la autora. Lo que me dijo el Silencio. Imprenta y encuadernación New York, 1915.



lunes, 18 de agosto de 2025

Lo que me dijo el Silencio (selección)

 Juana Inés de la Cruz
(Winétt de Rokha) 

 

 


 

 

Amor, que vas por la vida
calladamente amargando
i las rosas del ensuefio
deshojando...

Ya no llegaras a donde
me he quedado analizando
la vida, donde vivla
sonando...

Amor, que vas por la vida,
te he quedado contemplando..
 
 
*     *     *
 
Yo no escribo mis versos
para el vulgo que escruta,
ni para los que quieren
buscar literatura:

yo escribo para aquellos
que han leído en mi alma
i para los que handado
plumajes de sus alas;
 
para aquellos que acierten
comprender mi alma enferma
de belleza, de hastío
al vivir la existencia

y, por fin, para aquellos
que han vivido un momento
la vida de mi vida
con sus remordimientos... 
 
 
 
*     *     *
 
 
Ha podido juzgarme
su cerebro glacial
ha podido decirme
que soi artificial.

Mi obra habrá de salvarme
la sinceridad flota
aquella que él no tiene
ni aun con él a solas.
 
Trató a mi alma vilmente
por el motivo único
de haber por él!.. sentido
un cariño profundo.

Puedo arrojarle el guante:
mi frente esta elevada;
la suya, hacia el Supremo
Tribunal, va inclinada.
 
 
*     *     *
 
 
Para que él la comprenda
mi alma es muy infinita;
la suya le ha legado
al cerebro sus fibras,

i este cerebro solo
sabe de la analítica
i en la vara que él mide
no se mide la mía.
 
Yo sé que en el Invierno
el vendaval se enfría
yo sé que el sol sus rayos
los despide de día.

Pero eso... ¿quién lo ignora?
mas, leer en las almas,
lo que nunca han escrito,
es la gloria más alta.
 
 
*     *     *
 
 
Ante los blancos ídolos,
esculturas de carne,
en donde nuestras fuerzas
desorientadas caen,

nos hacemos artistas
para admirar la estatua
que el molde caprichoso
del pensamiento acaba.
 
Y ciegos... siempre ciegos,
nos inclinamos mudos
ante los blancos idolos
de carne de este mundo.
 
 
 
*     *     *
 
 
 
Te he visto de mi mente
salir en raudo vuelo
i he querido seguirte
pero ya no te veo.

En vano te he llamado,
cerrando los resquicios
donde podía entrarse
la razon del olvido.
 
Te has ido... no se cómo, 
talvez a, donde anidan
los que no son ni buenos
ni malos en la vida;

a la fosa comun
de las vulgaridades
i te has mezclado tanto
que ya no puedo hallarte... 
 
 
 
*     *     *

 
Impregnada de efluvios
de un desaliento; irónica,
lloraba, revolcándome
en mi dolor a solas...

Revivían sus mofas
i (extraño sentimiento)
el sufrir era grato
a mi cerebro enfermo.
 
Me sentía mas grande
i el alma arrodillacla
media el pensamiento
en su estension mas cara.

Creí de la conquista
libar el vaso de oro
que me ofreció el análisis
de su mezquino encono.

Vanamente... hoi sus ojos
me miraron sin ira...
i me sentí pequeña
juzgándome yo misma!... 
 

 
*     *     *
 
 
Siento un santo respeto
hacia aquellos pesares
que una pura inconsciencia
fué magnánima en darme.

Hoi día, que un desprecio
por todo siento en mi alma
solo mi fé primera
logra ser apreciada.
 
Esa fé que arrastraron
con crueldad por el suelo
i que ha dado, amargándome,
vuelo a mi pensamiento.

Era tan buena ¡tanto!
i así fuí iucomprendida
acaso hoi que he cambiado
me imploren de rodillas. 
 
 
 
 
 
*     *     *
 
 
Desconocida fuiste
porque has hecho de tu alma
un altar i no dejas
que profanen la entrada.

Alimentan el fuego
de tus hondos sentires
virtudes que no se hacen
cenizas i las vives.
 
Eres grande en tu espíritu
porque sabes sentirte
pequeña ante los grandes
arcanos que entreabriste.
 
Has abierto tu alma
a los hondos pasados
el presente te espera
para enclavarte acaso.
 
Mas veo hacia lo léjos
tu porvenir florido.
Celebraré en tu altar
extrahumanos ritos. 

 
 
 
*     *     *
 
 
Ha volado mi espíritu
a su mansión de nubes;
juega con las estrellas
y de brumas se cubre...

Lo empuja una corriente
de aire viciado. Busca
pureza e ideales
en los claros de luna...
 
Irradia en los confines
de su esperanza trunca
falsas resignaciones
al renacer las dudas.
 
Morir, siempre callando...
sin decir... he vivido
la vida intensamente...
cansada me retiro,
 
es una vuelta amarga
al país de los soles...
Conocer, es vivir
aunque el hastio llore. 
 

 
 
*     *     *
 
 
Estas páginas hondas
surcada de pesares
que destilan de un alma
un sombrío desastre

pudieron ser un día,
por el sol inundadas
tejidas en los aires
silbadas en las cañas
 
por todos los pastores
que saben de románticos
ensueños, que se mecen
al paso del remanso...
 
Pero se cortó el hilo
que encadenó mi vida
a la de quien ha muerto...
i con é1 mi alegría.

Por eso es que son frías
estas pájinas hondas
i destilan, por eso,
tanta hiel mis estrofas. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Se levanta un altar
lo derrumba un ateo,
las cenizas calientes
lo levantan de nuevo.

El amor en mi alma
santo fuego encendía,
de un soplo lo apagaron
sus desdenes un día.
 
Hoi un alma ha vertido
nuevo aceite en la lámpara
i con una sonrisa
se ha encendido la llama. 
 

 
 
 
*     *     *
 
 
 
 
Vamos aparejados
con los lazos azules,
con los que se sostienen
los astros i las nubes.

Somos dos vagabundos
sobre un mismo camino
dos almas que nacieron
para unir sus destinos.
 
Vamos hacia el Calvario
de nuestras desventuras,
con una cruz a cuestas
saturada de brumas

no sentimos el peso
porque en nuestras cabezas
el amor se ha posado
como una recompensa. 
 
 
 

 
*     *     *
 
 
Espirando va el plazo
que tracé aquella tarde
para volver al mismo
placer que anoto al marjen

de inútiles esperas...
¿Encontraré su alma
vencida como entonces
i a mi amor desplegada?
 
Me ha cegado la noche;
se paraliza el viento;
el silencio ensordece
i voi emnudeciendo...

Solo el mutismo mio
encuentra eco en todo...
Se interpuso la vida,
cruelmente, entre nosotros. 
 

 
 
*     *     *
 
Ante la mar sin límites
a la que, tantas veces,
cruzó en peregrinaje
mi soñadora mente

me entrego sin reserva
para decirle: hermana,
eres tú de mi pena
que como tú es amarga.
 
Eres fría, he palpado
tu frialdad que comparo
a aquellas sensaciones
que en mi vida dejaron,

aquella tarde, su alma...
i la mañana aquella
que palpe las mejillas
de mi amiguita muerta.

¡Oh mar!, abre tus ondas
deja que el alma mia
se recueste en tu seno
i se quede tranquila
 
i que, tambien, se enfrie
como tus aguas buenas
i como las mejillas
de mi amiguita muerta. 
 
 

 
 

 
 
 
Sin rumbo voi siguiendo
por un ancho camino,
sobre las candideces
de las horas que han sido...

Sentí batir de alas
cuando emprendí la fuga;
la explicación ansiaba
de una hipótesis única.
 
Cánticos plañideros
me traia la brisa;
perfumes, versos suaves
que nunca se recitan.

Palpé el amor inmenso
que tenía a la vida,
con sus llantos sus quejas
i bellezas perdidas.

Conocí que es mui grande
el alma en el silencio,
que sabe mas que todos
los librajos de peso;

i me lancé al estudio
de la psicolojía,
clarobscuro misterio
traducido en mi misma. 
 
 
 

 
*     *     *
 
 
 
Se posó el desencanto
sobre mis ilusiones,
una noche en que mi alma
hilvanaba rencores.

Me habló mal de la luna,
me dijo que mis versos
eran palabras huecas,
que el soñar era feo...
 
que el amor era un mito,
estúpida la vida,
i que en su vasta frente
no había sello artístico.

Sonreía en la mesa,
con sarcasmo oportuno,
la calavera exótica
que me habla de otro mundo. 


 
 
*     *     *
 
 
Llevas en el sereno
mirar de tus pupilas
un pasado tranquilo,
que mi älma adivina.

Tu frente, quebrajada
por el pensar, ostenta
surcos que envidiarían
mis hermanos poetas.
 
Tú, nunca en una rima
lo que sientes has dicho;
no conoces los versos
de Verlaine ni Dario

Pero, en cambio, es tan puro
tu corazon de niño
que sabe del lenguaje
acariciante i rico

de Romeo i Julieta...
No lo aprendiste en libros
i por eso te canto
i te amo así, sencillo... 
 

 
*     *     *
 
 
Una ilusión cruelmente
desorientada, triste,
me arrojó bajo el ala
de un amor imposible.
 
I hoi que ante ti florece
el porvenir me encuentro
mui vieja a los veinte años
i seguirte no puedo 
 
Es la vida, la eterna
victimaria que lanza
mi alma sobre el pasado
sola i desencantada... 
 
 
 
 
*     *     *
 
 
Quise bordar con rosas
mis estériles rimas,
olvidando que mueren...
Junto a la losa fria

donde cayó su sombra
sólo altos cipreses
melancólicos, mudos,
me dicen que lo espere...
 
Mis rosas... ya no alegran
su pensativa frente!...
¿Duerme?... Entonces, silencio!...
no quiero que despierte...
 
¡Oh el silencio absoluto
en que esta sumerjido!...
He llorado en la tumba
de lo desconocido... 
 
 

 
 
*     *     *
 
 
Todas mis inquietudes
audazmente sinceras
en estos versos, hijos
de mis buenas quimeras,

dirán como he cambiado
de aquel ayer... a hoi
amé, lloré, reí,
canté a un justo dolor,
 
i hoi voi a la conquista
de un nuevo Vellocino.
Te espero en el cercano
recodo del camino... 


 

 

  

Juana Inés de la Cruz (1915)

 

Juana Inés de la Cruz es el pseudónimo que Luisa Anabalón Sanderson (1892-1951) utilizó en sus primeros dos libros (Lo que me dijo el Silencio y Horas de Sol) y que posteriormente será conocida como Winétt de Rokha. Los versos que aquí publicamos pertenecen al libro Lo que me dijo el Silencio, que comprende 3 secciones: "Lo que me dijo el Silencio", "El jardín en la sombra" y "Psicolojía pesimista". Los textos se encuentran todavía dentro de lo que podría llamarse un "modernismo tardío", pero adelantan en parte las preocupaciones que desarrollará posteriormente en su obra y le permitieron ser considerada dentro de la gran compilación de autores "de calidad" de la literatura chilena dentro de la perspectiva modernista: Selva Lírica (1916).

La versión que presentamos aquí respeta la ortografía original de la época.

Para leer el texto completo en una versión pdf: Lo que me dijo el Silencio

 

Créditos:
Todas las imágenes pertenecen a la edición de 1915 de Lo que me dijo el Silencio

lunes, 11 de agosto de 2025

Los negros

 Federico García Lorca

 


 

 

Norma y paraíso de los negros 

 

Odian la sombra del pájaro
sobre el pleamar de la blanca mejilla
y el conflicto de luz y viento
en el salón de la nieve fría.
 
Odian la flecha sin cuerpo, 
el pañuelo exacto de la despedida,
la aguja que mantiene presión y rosa
en el gramíneo rubor de la sonrisa.
 
Aman el azul del desierto,
las vacilantes expresiones bovinas,
la mentirosa luna de los polos,
la danza curva del agua en la orilla.
 
Con la ciencia del tronco y el rastro
llenan de nervios luminosos la arcilla
y patinan lúbricos por aguas y arenas
gustando la amarga frescura de su milenaria saliva.
 
Es por el azul crujiente,
azul sin un gusano ni una huella dormida,
donde los huevos de avestruz quedan eternos
y deambulan intactas las lluvias bailarinas.
 
Es por el azul sin historia,
azul de una noche sin temor de día,
azul donde el desnudo del viento va quebrando
los camellos sonámbulos de las nubes vacías.
 
Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba.
Allí los corales empapan la desesperación de la tinta,
los durmientes borran sus perfiles bajo la madeja de los caracoles
y queda el hueco de la danza ¡sobre las últimas cenizas!.
 
 
 

 
 
 
El rey de Harlem
 
Con una cuchara de palo
le arrancaba los ojos a los cocodrilos 
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara de palo.
 
Fuego de siempre dormía en los pedernales
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.
 
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
 
Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.
 
Es preciso cruzar los puentes 
y llegar al rumor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.
 
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente,
a todos los amigos de la manzana, y de la arena;
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas,
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas
 ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!.
 
No hay angustia comparable a tus ojos opromidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate, sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.


*    *    *
 
Tenía la noche una hendidura y quietas salamandras de marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre
y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo.
 
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes
y tragan pedazitos de corazón por las heladas montañas del oso.
 
Aquella noche el rey de Harlem, con una durísima cuchara,
le arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el traser de los monos.
Con una durísima cuchara.
 
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro;
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.
 
¡Negros! ¡Negros! ¡Negros! ¡Negros!
La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de Cáncer.
 
Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardos,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.
 
Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos y néctares subterráneos.
Sangre que oxida al alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.
 
Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas, ante el insomnio de los lavabos,
y estrellarse en una aurora de tabajo y bajo amarillo. 
 
¡Hay que huir!,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.


*    *    *
 
Es por el silencio sapientísimo
cuando los cocineros y los camareros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.
 
Un viento sur de madera oblicuo en el negro fango,
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros.
Un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos,
y una pila de Volta con avispas ahogadas.
 
El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo
El amor, por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos, sin una sola rosa.
 
A la izquierda, a la derecha, por el Sur y por el Norte,
se levanta el muro impasible
para el topo y la aguja de agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol de lcentro
hechos una piña zumbadora.
El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa.
El sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.
 
¡Negros! ¡Negros! ¡Negros! ¡Negros!.
Jamás sierpe, ni cebra, ni mula,
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas turben postreras azoteas.
 
Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.
 
¡Ay, Harlem disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor.
Me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises,
donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.
 
 
 
 

Iglesia abandonada
(Balada de la Gran Guerra)  

Yo tenía un hijo que se llamaba Juan.
Yo tenía un hijo.
Se perdió por los arwcos un viernes de todos los muertos.
Lo vi jugar en las últimas escaleras de la misa,
y echaba un cubito de hojalata en el corazón del sacerdote.
He golpeado los ataúdes. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
Saqué una pata de gallina por detrás de la lina, y luego,
comprendí que mi niña era un pez
por donde se alejan las carretas.
Yo tenía una niña.
Yo tenía un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios.
Yo tenía un mar. ¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar!
Subí a tocar las campanas pero las frutas tenían gusanos
y las cerillas apagadas
se comían los trigos de la primavera.
Yo vi la transparente cigüeña de alcohol
mondar las negras cabezas de los soldados agonizantes
y vi las cabañas de goma
donde giraban las copas llenas de lágrimas.
En las anémonas del ofertorio te encontraré ¡corazón mío!
cuando el sacerdote levante la mula y el buey con sus fuertes brazos,
para espantar los sapos nocturnos que rondan los helados paisajes del cáliz.
Yo tenía un hijo que era un gigante,
pero los muertos son más fuertes y saben devorar pedazos de cielo.
Si mi niño hubiera sido un oso,
yo no temería el sigilo de los caimanes,
ni hubiese visto el mar amarrado a los árboles
para ser fornicado y herido por el tropel de los regimientos.
¡Si mi niño hubiera sido un oso!
Me envolveré sobre esta lona dura para no sentir frío de los musgos.
Sé muy bien que me darán una manga o la corbata;
pero en el centro de la misa yo romperé el timón y entonces
vendrá a la piedra la locura de pingüinos y gaviotas
que harán decir a los que duermen y a los que cantan por las esquinas:
Él tenía un hijo.
¡Un hijo! ¡Un hijo! ¡Un hijo
que no era más que suyo, porque era su hijo!
¡Su hijo! ¡Su hijo! ¡Su hijo! 
 
 
 

 
 
Créditos:
 
Los textos pertenecen a la sección "Los negros" deal libro Poeta en Nueva York, publicado póstumamente en 1940, aunque escrito entre 1929 y 1930. Debido a la naturaleza compleja del manuscrito dejado por García Lorca (recortes de periódicos, poemas mecanografiados, manuscritos, textos faltantes pero con una lista en que se indicaba quién tenía el original, etc.) y los problemas de publicación que trajo consigo la Guerra Civil Española, existen distintas versiones de los textos, las que varían en vocabulario, versificación y puntuación. En este caso, nos hemos ceñido en lo fundamental a la versión publicada por Editorial Cátedra.
 
Las dos primeras imágenes pertenecen a esta misma edición, siendo la primera un dibujo hecho por el mismo García Lorca. La tercera imagen se trata de Klosterfriedhof im Schnee (Cementerio del claustro con nieve) del pintor Caspar David Friedrich. 
 
 

lunes, 4 de agosto de 2025

Papiro de Ipuur (Fragmento)

Anónimo

 

Que llegue el día en que la humanidad deje de existir, en que los hombres no engendren, en que ya no nazcan hijos, en que cese todo ruido sobre la tierra y no haya que luchar más.

 

Papiro de Ipuur (s. XII a.C., aunque se supone que la composición es anterior, c. 1850 a 1600 a.C.) 
 

Una traducción de Ángel Sánchez Rodríguez puede leerse aquí.

 

Créditos

Fragmento del papiro de Ipuur: (cc) Wikipedia.