Réplica (2010) es el primer libro del poeta chileno Roberto Aedo (Chillán, 1979) y es el volumen con el que además Eloy Ediciones inaugura su catálogo.
Si bien para muchos, como dijo Rosamel del
Valle, el primer libro suele ser “la aventura, el riesgo y a menudo el
lastre”, el caso de Roberto Aedo es muy distinto. Lejos de aventurarse
en la poesía con un efectismo pretencioso y de poco alcance, algo de lo
que podría arrepentirse en no mucho tiempo después, lo hace de una
manera honesta, preocupado del oficio poético más que de entronizar tal
o cual marco referencial para satisfacer a un público determinado.
Réplica es un conjunto de poemas
escritos entre los años 2003 y 2007, y es apreciable en sus versos el
trabajo detrás de todo ese tiempo de espera. Con una pericia verbal
basada más en lo sencillo y a veces minimalista más que en el deleite de
lo barroco, el textoaborda múltiples temas. Las relaciones de pareja,
el retorno al país, los cambios de trabajo, los vicios, entre otros,
le sirven al autor para aquello que es quizás el mayor logro de su
libro: enlazar la microhistoria de los personajes que pueblan sus
poemas con el momento histórico general.
Este tránsito, entre lo individual y lo
colectivo, tiene como foco un sujeto que asume y configura su rol de
poeta y que se disgrega en una pluralidad de voces con distintas
historias personales, sin caer en abstracciones metafísicas ni vagas
generalidades más informativas que emotivas, ni tampoco en un intimismo
exagerado y dulzón. En este sentido, uno de los valores del libro es
la posibilidad que ofrece de relacionar la reflexión y el sentimiento,
sin caer en la aridez ni en la sensiblería, sino que sobrepasando el
mero acto de la expresión y entrando en el del entendimiento de la
situación personal, buscando con ello una empatía con los sujetos
presentes en los poemas que, en definitiva, intentan construirse como
representaciones de algunos tipos sociales que conviven con nosotros,
los lectores.
El arquitecto, el constructor
Tuve los medios, la vocación
estudié largos años.
Como un buen director
conducía la obra,
pero los tiempos cambian
y cambiaron, llevándose
la vida, quebrándome
la voluntad.
Cambié el casco blanco
por uno más feo,
la confianza por la obediencia,
los planos por los bototos
y el temor.
Desde entonces trabajo en la planta baja;
vivo en constante demolición.
Si bien Réplica mantiene en general
un tono intimista y reflexivo, cercano de alguna manera a lo
confesional, enfocado en una voz central que nos da cuenta de su
situación, es necesario destacar que ello no impide cierta
experimentación verbal en algunos textos. Pero no se trata de artilugios
postmodernos con pretensiones vanguardistas, sino que conforman un
repertorio poético que le permite al autor retratar de mejor manera lo
que quiere expresar. Así, tenemos el estribillo que se repite y añade
versos hasta completarse como texto paralelo y final en “Torcidos”, la
imitación de los menús de los servicios telefónicos automáticos en “¿A
quién debo llamar?” o la confusión consciente de distintas voces en
“Balada de las cuatro líneas”:
Hola
mi nombre es Ana, María Fernanda, Paulina
tengo 18 años a veces 32
acabo de cumplir 45 y aún estoy en el colegio
estudio enfermería, secretariado bilingüe administración de empresas
(…)
Busco solamente amistad, cariño comprensión
sólo sexo rico –con el tiempo se verá– nada más te lo prometo
Conóceme, no te arrepentirás, anda
no tengas miedo
(estoy más sola que en la foto).
Lo que es constante en Réplica es un
tono melancólico que habita en él de principio a fin. No se trata de
una tristeza simplona y autocomplaciente, mera exposición del estado de
ánimo de un yo hipertrofiado, sino que es expresión de una molestia
continua, consecuencia de una reflexión persistente sobre el mundo y
sobre las posibilidades de los distintos individuos dentro de él. Es en
esa relación entre el hombre y el mundo que se introduce la meditación
sobre los alcances del arte (como en los poemas “Egon Schiele” y
“Modigliani”) y particularmente de la poesía como un medio de expresión
y representación de la experiencia del mundo. Como se nos dice en “El
portador”:
Un poema es un síntoma;
y la vida,
la vida una enfermedad de transmisión sexual
O en la paráfrasis a Fernando Pessoa “(…) poesía: es saber por la vista, que se ha nacido ciego.” (“Autorretrato en Sol menor”).
Con ello se abre una veta metapoética que
intenta justificar el acto de escritura como respuesta vital, como un
gesto cuestionado por la propia práctica. Es en este punto en donde se
nos recuerda a Enrique Lihn, especialmente en imágenes como: (…) la
escalera es un símbolo / toda ella es un símbolo que poco o nada tiene
todavía que ver con mi casa / o cualquier otra pobre imagen del mundo y
en verdad, con nada que apunte hacia el cielo (…) (“Para todo espectador”).
En este intento de reafirmación vital del
oficio poético, debido a la urgencia del contexto histórico negativo,
surge la necesidad de diferenciar entre el poeta y el “escribiente”,
quien “ha superado la hoja en blanco” y que finalmente “unos cuantos niños aburridos / comienzan a aplaudir”
(“Balada del escribiente”). La poesía es un “algo más” que no se
detiene en la mera escritura y su recepción dentro de circuitos
preestablecidos. El escribiente pasa a ser un símbolo de quien se
dedica a las letras, pero con un fundamento inauténtico, quedando su
actividad como un mero gesto y él mismo como un bufón al que sólo
aplauden por aburrimiento. Para no caer en el absurdo de ese escenario,
la escritura debe contar con una base más profunda, la que tendría que
ver con reflexionar sobre la propia situación y la de los demás, e
intentar fijar la experiencia vital de un modo que trascienda lo
individual y así hacer de la poesía algo significativo, en cuanto forma
de expresión personal y modo de comunicación.
El balance que pareciera desprenderse de los
poemas es el de un mundo amenazante y un sujeto que intenta defenderse
de alguna manera de dicha posibilidad de agresión. Sin embargo, ante
ese panorama negativo, la reacción no es la renuncia, sino la
reafirmación de la vida, tal vez no en un sentido predeterminado, con
una vía de escape delineada de antemano pero, como se nos dice en
“Castillos”:
La arena sirve
hasta que sube la marea;
también las cartas,
hasta que una queda
en mala posición.
Bienvenidas sean
las cartas y la arena
bienvenidas sean, aquí
en donde sopla el viento.
De alguna forma,
de alguna forma hay que vivir.
En el caso de Roberto Aedo, el
enfrentamiento con el mundo no se queda en el lamento ni en la evasión.
Ante la adversidad del momento, el autor propone la reflexión personal,
que va de la mano con una afirmación de la poesía y la autoconciencia
de sus potencialidades y de su propia limitación. En esa tensión
consciente respecto del oficio poético, Roberto Aedo logra explotar lo
mejor de su poesía y dar forma a un buen libro, que sin duda es un
aporte al panorama actual.
René Olivares Jara
Esta reseña se publicó originalmente en "Proyecto Patrimonio".
Esta reseña se publicó originalmente en "Proyecto Patrimonio".
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