martes, 31 de enero de 2012

"Réplica" de Roberto Aedo



Réplica (2010) es el primer libro del poeta chileno Roberto Aedo (Chillán, 1979) y es el volumen con el que además Eloy Ediciones inaugura su catálogo. 

Si bien para muchos, como dijo Rosamel del Valle, el primer libro suele ser “la aventura, el riesgo y a menudo el lastre”, el caso de Roberto Aedo es muy distinto. Lejos de aventurarse en la poesía con un efectismo pretencioso y de poco alcance, algo de lo que podría arrepentirse en no mucho tiempo después, lo hace de una manera honesta, preocupado del oficio poético más que de entronizar tal o cual marco referencial para satisfacer a un público determinado.

Réplica es un conjunto de poemas escritos entre los años 2003 y 2007, y es apreciable en sus versos el trabajo detrás de todo ese tiempo de espera. Con una pericia verbal basada más en lo sencillo y a veces minimalista más que en el deleite de lo barroco, el textoaborda múltiples temas. Las relaciones de pareja, el retorno al país, los cambios de trabajo, los vicios, entre otros, le sirven al autor para aquello que es quizás el mayor logro de su libro: enlazar la microhistoria de los personajes que pueblan sus poemas con el momento histórico general.

Este tránsito, entre lo individual y lo colectivo, tiene como foco un sujeto que asume y configura su rol de poeta y que se disgrega en una pluralidad de voces con distintas historias personales, sin caer en abstracciones metafísicas ni vagas generalidades más informativas que emotivas, ni tampoco en un intimismo exagerado y dulzón. En este sentido, uno de los valores del libro es la posibilidad que ofrece de relacionar la reflexión y el sentimiento, sin caer en la aridez ni en la sensiblería, sino que sobrepasando el mero acto de la expresión y entrando en el del entendimiento de la situación personal, buscando con ello una empatía con los sujetos presentes en los poemas que, en definitiva, intentan construirse como representaciones de algunos tipos sociales que conviven con nosotros, los lectores.

El arquitecto, el constructor
Tuve los medios, la vocación
estudié largos años.
Como un buen director
conducía la obra,
pero los tiempos cambian
y cambiaron, llevándose
la vida, quebrándome
la voluntad.
Cambié el casco blanco
por uno más feo,
la confianza por la obediencia,
los planos por los bototos
y el temor.
Desde entonces trabajo en la planta baja;
vivo en constante demolición.

Si bien Réplica mantiene en general un tono intimista y reflexivo, cercano de alguna manera a lo confesional, enfocado en una voz central que nos da cuenta de su situación, es necesario destacar que ello no impide cierta experimentación verbal en algunos textos. Pero no se trata de artilugios postmodernos con pretensiones vanguardistas, sino que conforman un repertorio poético que le permite al autor retratar de mejor manera lo que quiere expresar. Así, tenemos el estribillo que se repite y añade versos hasta completarse como texto paralelo y final en “Torcidos”, la imitación de los menús de los servicios telefónicos automáticos en “¿A quién debo llamar?” o la confusión consciente de distintas voces en “Balada de las cuatro líneas”:
Hola
mi nombre es Ana, María Fernanda, Paulina
tengo 18 años a veces 32
acabo de cumplir 45 y aún estoy en el colegio
estudio enfermería, secretariado bilingüe administración de empresas
(…)
Busco solamente amistad, cariño comprensión
sólo sexo rico –con el tiempo se verá– nada más te lo prometo
Conóceme, no te arrepentirás, anda
no tengas miedo
(estoy más sola que en la foto). 

Lo que es constante en Réplica es un tono melancólico que habita en él de principio a fin. No se trata de una tristeza simplona y autocomplaciente, mera exposición del estado de ánimo de un yo hipertrofiado, sino que es expresión de una molestia continua, consecuencia de una reflexión persistente sobre el mundo y sobre las posibilidades de los distintos individuos dentro de él. Es en esa relación entre el hombre y el mundo que se introduce la meditación sobre los alcances del arte (como en los poemas “Egon Schiele” y “Modigliani”) y particularmente de la poesía como un medio de expresión y representación de la experiencia del mundo. Como se nos dice en “El portador”:
Un poema es un síntoma;
y la vida,
la vida una enfermedad de transmisión sexual
O en la paráfrasis a Fernando Pessoa “(…) poesía: es saber por la vista, que se ha nacido ciego.” (“Autorretrato en Sol menor”).

Con ello se abre una veta metapoética que intenta justificar el acto de escritura como respuesta vital, como un gesto cuestionado por la propia práctica. Es en este punto en donde se nos recuerda a Enrique Lihn, especialmente en imágenes como: (…) la escalera es un símbolo / toda ella es un símbolo que poco o nada tiene todavía que ver con mi casa / o cualquier otra pobre imagen del mundo y en verdad, con nada que apunte hacia el cielo (…) (“Para todo espectador”).

En este intento de reafirmación vital del oficio poético, debido a la urgencia del contexto histórico negativo, surge la necesidad de diferenciar entre el poeta y el “escribiente”, quien “ha superado la hoja en blanco” y que finalmente “unos cuantos niños aburridos / comienzan a aplaudir” (“Balada del escribiente”). La poesía es un “algo más” que no se detiene en la mera escritura y su recepción dentro de circuitos preestablecidos. El escribiente pasa a ser un símbolo de quien se dedica a las letras, pero con un fundamento inauténtico, quedando su actividad como un mero gesto y él mismo como un bufón al que sólo aplauden por aburrimiento. Para no caer en el absurdo de ese escenario, la escritura debe contar con una base más profunda, la que tendría que ver con reflexionar sobre la propia situación y la de los demás, e intentar fijar la experiencia vital de un modo que trascienda lo individual y así hacer de la poesía algo significativo, en cuanto forma de expresión personal y modo de comunicación.

El balance que pareciera desprenderse de los poemas es el de un mundo amenazante y un sujeto que intenta defenderse de alguna manera de dicha posibilidad de agresión. Sin embargo, ante ese panorama negativo, la reacción no es la renuncia, sino la reafirmación de la vida, tal vez no en un sentido predeterminado, con una vía de escape delineada de antemano pero, como se nos dice en “Castillos”:
La arena sirve
hasta que sube la marea;
también las cartas,
hasta que una queda
en mala posición.
Bienvenidas sean
las cartas y la arena
bienvenidas sean, aquí
en donde sopla el viento.
De alguna forma,
de alguna forma hay que vivir.

En el caso de Roberto Aedo, el enfrentamiento con el mundo no se queda en el lamento ni en la evasión. Ante la adversidad del momento, el autor propone la reflexión personal, que va de la mano con una afirmación de la poesía y la autoconciencia de sus potencialidades y de su propia limitación. En esa tensión consciente respecto del oficio poético, Roberto Aedo logra explotar lo mejor de su poesía y dar forma a un buen libro, que sin duda es un aporte al panorama actual.


René Olivares Jara
Esta reseña se publicó originalmente en "Proyecto Patrimonio".

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