lunes, 27 de mayo de 2013

Consejos sobre el arte de escribir cuentos





por Roberto Bolaño




Roberto Bolaño (1953-2003)


Como ya tengo cuarentaicuatro años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos. 1) Nunca aborde los cuentos de uno en uno. Si uno aborda los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte. 2) Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si se ve con energía suficiente, escríbalos de nueve en nueve o de quince en quince. 3) Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, y además lleva en su interior el juego más bien pegajoso de los espejos amantes: una doble imagen que produce melancolía. 4) Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo y a Monterroso. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y Umbral. 5) Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura. 6) Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así. 7) Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval! 8) Lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges. 9) La verdad de la verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra. 10) Piensen en el punto número nueve. Piensen y reflexionen. Aún están a tiempo. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas. 11) Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, el Seudo Longuino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas, y Mientras ellas duermen, de Javier Marías. 12) Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.



Este texto aparece como prólogo al libro Cuentos (Editorial Anagrama, 2010), de Roberto Bolaño, que reúne los libros Llamadas telefónicas, Putas asesinas y El gaucho insufrible.
 

lunes, 20 de mayo de 2013

Vicente Huidobro: Vientos Contrarios (selección)



 
Vicente Huidobro (19 años)


En la vida se trata de hacer palpitar el corazón un poco más ligero que de costumbre

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Un hombre, un verdadero hombre, no tiene principio ni fin. Como Dios.

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El héroe todo lo hace heroico en torno suyo; el amante hace todo lo que le rodea amable y apasionado; el poeta hace todo maravilloso y extrahumano junto a él.
Vivid cerca de estos hombres si queréis vivir.
Cuando en un hombre, por rara excepción, se juntan el poeta, el amante y el héroe, entonces no le soltéis de la solapa si queréis vivir en un milagro continuo.
Seguidlo en sus evoluciones, siempre que no temáis el vértigo.

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En los escándalos sociales, generalmente los que dan el escándalo son menos escandalosos que los que se escandalizan.
            Esos infelices por algo gozan de poderse mostrar escandalizados. Almas sucias que creen reivindicar su interior con aspavientos exteriores.

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Un defecto afirmándolo (si sabes afirmarlo) se convierte en calidad.
Una calidad endeble, desvaída, sin color, se convierte en defecto.

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“El amor y la razón son dos viajeros que nunca moran juntos en el mismo albergue. Cuando el uno llega, parte el otro.” Esta frase es de Walter Scott. Pienso, como Stendhal, que el hombre que no ha amado apasionadamente ignora la mitad más hermosa de la vida.
Como son muy pocos los hombres capaces de grandes amores, de ahí que hay tan pocas vidas realmente hermosas.

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            Hay hombres demasiado razonables para poder ser razonables.

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No hay nada más difícil que saber ser loco. ¡Qué cantidad de buen criterio se necesita para ser loco!

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No eches agua en tu vino. (Consejo de un escritor.)

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Sólo un loco sabe distinguir dónde termina la razón y principia la locura.

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La pretensión de los cuerdos consiste en creerse locos y la pretensión de los locos consiste en creerse cuerdos.
Los hombres quieren divinizarse y los dioses quieren humanizarse.

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Un hombre lleno de prejuicios es como una cara hermosa cruzada de tafetanes.

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            Hacer lujo de una virtud es convertirla en vicio. (Y sobre todo indica no poseerla naturalmente, sino estar admirad de poseerla.)

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            Ayúdate, que Dios no te ayudará.

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            Dios propone y el hombre dispone.

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Un hombre sin cadenas desconcierta a los otros hombres. Su libertad, su emancipación de toda esclavitud es un insulto.

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            Una reina desnuda es una mujer; una mujer desnuda es una reina.

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Y el tonto obedece y se cree fuerte y proclama el vigor de su voluntad.

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            Esa perla sola, triste en el pecho de esa dama, ¿te acuerdas?, parecía llorar recordando su ostra (y las historias de naufragios que le contaban los caracoles en su infancia).

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            Has despedazado las leyes de tu corazón para someterte a las leyes de tu tribu.

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            Un moralista: Un señor que sufre vértigo al mirar su corazón y se cubre los ojos con las tablas de la ley.

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            ¿Eres un hombre o un hombrín?
            Arroja al mar tus prejuicios, arroja al mar los principios, arroja al mar el deber, arroja a las olas la moral, arroja a las olas las conveniencias y tu seguridad.
            Abandona tu familia, tu hogar, tu patria y no me sigas.

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            Se llama hombrín todo aquel que renuncia a vivir su vida, que renuncia a su propia persona, en nombre de vagos acuerdos tomados por personas extrañas.

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            El hombre es un animal tan serio que todo lo toma en serio. Es una bestia cargada de problemas, tan cargada que nunca alcanza a llegar al término de sus días (se muere de fatiga a mitad de camino), el pobre burro trascendental.

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            La voluntad da martillazos en el corazón. El hombre se convierte en un animalillo prudente. Tantea y no se arriesga.
            Me place pensar hasta dónde llevará al hombre el afán de dominar los instintos.
            ¿Es que vamos a convertir el mundo en una marmolería?

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Te veo pálido, cabizbajo, triste, avergonzado. Se diría que andas escondiéndote de tu propia persona y de los demás como un verdugo. Eres el verdugo de ti mismo.
            Da rienda suelta a tus caprichos, cobarde; recobra la alegría del hombre sano que baila desnudo en medio de la luz del sol.





Autores con una personalidad tan fuerte y tan ricos en anécdotas como lo fue Vicente Huidobro, a veces pueden opacar una obra genial. Y de las cosas que él escribió, sus aforismos, repartidos en unos cuantos libros, quizás sean una de las zonas de su producción menos conocidas. Con escasas palabras, muchas veces paradójicos y la mayoría de ellos polémicos, los aforismos de Vicente Huidobro hacen gala de la frase “menos es más”. Sin ser poemas, pero a medio camino de serlo, con su destreza verbal y la verdad que late en ellos, sin duda sus aforismos son más dignos que los simples “pensamientos” que adornan las páginas de los diarios de vida adolescentes. Ellos conversan permanentemente con el contexto histórico que los inspiran y llegan a nosotros con igual fuerza que entonces, con una crítica social que todavía está vigente.

Los textos acá seleccionados pertenecen a la obra Vientos Contrarios, en la versión que se encuentra antologada en el libro Poética y Estética Creacionistas (México D. F.: Universidad Nacional Autónoma de México, 1994).

Foto de Vicente Huidobro: Memoria Chilena.


lunes, 13 de mayo de 2013

Chronicae Germaniae 11




Desde el país del carnaval en medio de una isla


La gente conversa en voz alta debido a la música fuerte y que cambia de ritmo a medida que se avanza por la calle. El ritmo electrónico da paso a una cumbia en español. Uno se ha quitado la polera para capear el calor junto a un borgoña. Hay otro que canta. Alguien lo mira con un choripán en la mano a medio comer. Y hay quienes siguen el ritmo bailando por la calle. Y cuando la cumbia ha cedido a una canción en alemán, se rompe el hechizo y ya no estoy en el Parque O’Higgins, sino en Werder. Y lo que se come el sujeto de más allá no es un choripán, sino un Rostbratwurst. Y lo que parece ser un borgoña, no lo han comprado en una ramada, sino que en un carro adaptado en el que atiende un vikingo gigante con su casco con cuernos. Arriba de su puesto tiene escrito “Zum durstigen Germanen” (“para germanos sedientos”). No estoy en el 18 que me imagino, sino en un día a comienzos de mayo, en una pequeña ciudad en una isla en medio de un río, lejos, muy lejos de Chile. Pero la alegría es la misma. La primavera ha llegado. Los árboles florecen y hay que celebrar la vida que comienza nuevamente. Por eso esta fiesta se llama Baumblütenfest (Fiesta del florecimiento de los árboles).


La gente sale en manada del tren en Werder.


La primera vez que fuimos al Baumblütenfest con Nidia, tomamos el tren. Es tan raro subirse a uno en Chile, que siempre aprovechamos la oportunidad de hacerlo en Alemania. Cuando quisimos entrar a los vagones, tuvimos que empujar a alguien para que no nos dejaran abajo. Todos los carros estaban llenos. Los trenes venían repletos desde Berlín. La gente estaba de pie, almacenada a presión por todos los pasillos del vagón. Incluso hasta en la escalera entre los pisos. De pronto, los trenes de Brandenburgo eran el metro de la línea 4 saliendo de Puente Alto por las mañanas. Pero aquí la gente en vez de empujarse y apretujarse para ir a malgastar el día en trabajos mal remunerados, aguanta el malestar por la promesa de un día distinto. De un carnaval. Berlín completo se trasladaba hasta Werder para probar la mayor cantidad y variedad de vinos con fruta, que es la especialidad del lugar. Ahí los tienen en unas botellas gigantes parecidas a grandes vasos, en mezclas de todo tipo. Por ahí hay uno con piñas. Por allá uno con frutas orientales. Un poco más allá, otro aderezado con marihuana. ¿Cómo será todo eso? Hay que probar para saber. Y a eso venimos, como todos.
Copas llenas de sabor.

Aunque ir en tren siempre atrae, ante la claustrofobia y el olor a axila, preferimos en los siguientes años llegar a Werder en bicicleta. Así, aprovechamos de ver cómo de a poco se extingue la ciudad y los departamentos dan lugar a casas con patios decorados por flores y duendes de colores. Un poco más allá, Golm nos recibe con sus cigüeñas acampando frente a la iglesia y las vacas que amueblan los campos. Alrededor, los bosques guardan a las ardillas y los ciervos salen a veces a pastar. Pronto el campo se mezcla con el lago Zern, que es en realidad el río Havel que se ensancha. A lo lejos, la música del Baumblütenfest nos anuncia que estamos cerca. Hay que apurarse y atrapar el día.

En la ciudad, las personas van en grupos y algunos llevan guirnaldas de colores colgadas al cuello. Otros también llevan pelucas y lentes de sol con diseños estrambóticos. En la mano, alguna botella de vino de frutas sirve para entretener la lengua y bajar la sed. Un camino lleno de puestos de comida, vino (y cervezas) nos guían al centro histórico de Werder. Una isla conectada por un puente. Ahí está el corazón de la fiesta. Por ahí pasa también el desfile el primer día de celebraciones (dura una semana). Los tractores que se usan para llevar la fruta durante el año, acarrean ahora carros con personas disfrazadas de distintas maneras o vestidas con trajes tradicionales. Nos saludan y algunos les dan dulces a los niños. Nos invitan a seguirlos. No es un carnaval como el de río. Ni siquiera como el de San Antonio de Padua en Santiago. Pero todos participan y se entretienen.


A un lado del puente, una escultura hecha con basura y botellas tiradas al río nos dice “Respekt”. Al otro, la iglesia y el molino de la ciudad, rodeados por juegos y una rueda gigante que los supera a todos. Se mueve sólo para mostrar el mundo desde arriba y señalar a kilómetros, que ahí está la fiesta. Arriba podemos ver los campos de heno, los bosques de Brandenburgo, los veleros y botes que se empequeñecen hasta ser manchas blancas sobre el Havel, que parece derramarse todo por esos lugares, abraza Werder y continúa su camino hacia Potsdam y Berlín.





Alrededor de la rueda, unos niños giran dentro de pelotas de aire sobre una piscina, como si fueran hámsters también gigantes. Más allá, un hombre intenta hacer sonar una campana golpeando la base con un martillo gigante. Un Tor moderno y delgado que quiere impresionar a su pareja. A lo lejos se ve a alguien que salta de una rampla a unos 50 metros de altura. El elástico sujeto a sus pies lo salva de azotarse en el río. Y yo lo veo desde la seguridad de tierra firme, comiendo un Dresdner Handbrot (“pan hecho a mano de Dresden”) recién sacado del horno y acompañado de una cerveza. No necesito más esta tarde. La isla me sonríe después de un invierno que parecía no terminar. Ella se abre como las flores de los árboles que se celebran. No quisiera volver al tedio de la semana. A los libros interminables que me esperan.

Handbrot




Cuando nos vamos con Nidia de vuelta a Potsdam, llevo conmigo una botella de vino de Werder. Uno de frutilla, como el que hacíamos en verano en Chile. Como si eso me trajera un poco más de mi tierra e hiciera durar un poco más el carnaval.


Fotografías: (c) Nidia Lizama Fica