Sylvia Gaínza
Qué peligroso
Qué peligroso es definir
el porque sí de tus ojos
Me accidento en cada ocaso
y en los rieles del sol
quedo expuesta a todo
Qué escalofrío viene
al retornar a su origen
el calendario,
y anunciar el olvido
Y un año menos por vivir
cada cumpleaños.
La nostalgia es luz
La nostalgia es un pezón rosado
que enlutece
Trae frescos muslos al mundo
Los ojos entonando salmos
cayéndose del libro
La dicha a las puertas de la ciudad
o en un balcón ataviada de esmeraldas
El cuerpo apto como un felino
en el verdor de un lecho
donde una luz pálida
atraviesa la ventana
y se hunde entre mis piernas
vírgenes aún como damisela
caída del libro.
Reloj en el espejo
Cae lento mi rostro en el espejo
Adherido y solo como lluvia invisible
No es mármol ni finura
Sólo es un rostro triste
que tu sonrisa enciende
Te llamo desde el tiempo
He extraviado el reloj
en tus ojos nocturnos
Hoy mi rostro está solo
en el espejo inmenso.
Te creció el miedo
Te creció el miedo en los bolsillos
Sentiste el cuello arder bajo la luz
El verano volvía con su fuego
Una hoguera para tus herejías.
Te creció el miedo tanto
que iniciaste los recuerdos:
Otras semillas adheridas a tus pies,
Rincones con legítimas arañas
Aburridas hojas en algún lugar común.
Se asomaban rancheras al sopor de la siesta.
Y todo era inútil, el cielo limpio
Las calles recién barridas
Y la melancolía memorizó un sueño
Un rostro triste, desnudo
Tal vez cansancio
Y un niño solo en su camisa.
La caída
Un poema distorsiona tu espejo
con un dejo de embriaguez
Y hay un rostro distinto
al de mañana
Y hay árboles estremeciéndose
Cada uno en estertor diferente
(El tiempo
entre las hijas vivas)
Y el mundo es sólo viento;
Vibraciones pequeñas
anunciando la música caída
del poema.
Mujeres
Quién no se mira en el espejo de su memoria
Y como un árbol ve su sed en el charco?
Quién no retrocede en su cansancio
Al sueño silencioso?
Dulce otoño
Mi madre se acurruca
Mi abuela tuerce el cuello de una gallina
Y en su recuerdo se aburre mi bisabuela
Dulce y atribulado otoño
Sigue buscando al viento!
Alegría
Debería estar alegre
saboreando mi almuerzo
poseyendo mis sueños
amando aparatosamente
como se aman los días tristes
Debería practicar yoga
viajar en colectivos
ganar un sitio junto a la ventanilla
Debería cobijar huérfanos
multiplicar mi sangre
pero estoy tibia de poemas
con este vacío en el estómago
con este vacío en las palabras
sospechando que la alegría
no es sino eso
Carita salada
Y si mueres
en un duelo perfecto
volverás luciérnaga
en la lágrima pura.
La tierra arderá de tu frente salada,
nunca habrá fiebre más ardua.
Y tu muerte será el solsticio
el acto lúdico de sembrar amor
en los rincones tristes.
Siete leguas
Tus cabellos sueltan alas pequeñas;
no pienses hoy. La doncella aprende
a degollar un ave los domingos
y en la tarde,
mancha inocente las Sábanas.
Pero tú vas a compartir una caja de juguetes,
y ella baja las escaleras
llorando peldaños blancos.
La cima
empequeñece dos siluetas.
No me queda sino gastarme
No me queda ya
sino gastarme.
Cansarme de asuntos livianos,
hasta evadir la certeza
que este manojo de ortigas
me está matando.
Luchadora por naturaleza
escucho el cansancio en la voz
de mis ancestros;
Oigo par a mi madre,
robarme de la nada;
cuando la luz enciende
y huye de mi párpado.
Invierno el mundo
El mundo vacío
No lo viste mi palabra
¡cuánto pensamiento mudo
no ve la silla el muro
el llanto de un quiltro
al atardecer!
El bus que viaja
En su rutina de años
Pájaros acarreando ramas
Transformando el vacío en nido
El mundo se llena de miradas
Sospecho andas por ahí
Con su gato lamiéndote el pensamiento
Lágrimas que el frío
me obliga a derramar
Pero el mundo no es el mundo
Agua que tiñe azul el vacío
Un trozo de cielo
Derrama un ángel en mi copa.
Reloj Suspenso
Hay un reloj mágico
que no sabe muy bien
cuándo nací,
cuánto he vivido,
pero marca con su compás preciso
mis fracasos más tibios.
Creo escuchar sus pasos
que deliran dormidos
y tras la puerta
mientras sueño
sé que marca riguroso
la hora exacta
de mi muerte.
Sylvia Gaínza (1948-2010) fue una de esas escritoras que prefirió brillar en silencio. Se alejó de cenáculos y de luchas de egos y prefirió adentrarse en una literatura personal, reflexiva, fiel a sí misma. Usó la poesía como una tabla de salvación y sus versos se mueven entre el susurro, la desesperación y la esperanza de la palabra. Un año después de morir, la editorial Benicia Cartonera recopiló una gran cantidad de material inédito junto con textos aparecidos en revistas, pero poco conocidos y los publicó bajo el título Silencios permitidos, de los que aquí presentamos una selección.
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