martes, 25 de abril de 2023

"Ciencia Cristiana" de Mark Twain: Lectura 2

René Olivares Jara

 

Lectura de los capítulos IV y V y de algunos fragmentos del Libro II de Ciencia Cristiana de Mark Twain, publicada recientemente por La Pollera. (30.10.2022).

Mezcla de narración, ensayo e investigación periodística, Mark Twain denuncia en Ciencia cristiana los problemas filosóficos, sociales y morales de una religión con ese nombre, fundada por Mary Baker G. Eddy. Ellos negaban la necesidad de los tratamientos médicos y de las vacunas, prefiriendo la intervención divina mediante la oración. De este modo, pese a la oscuridad actual de este culto, la discusión de sus presupuestos se ha vuelto muy actual.

 


 

 
 
 

miércoles, 19 de abril de 2023

En Oromo Forrahue no había luz

Cristian Oyarzo

 

 


En Oromo Forrahue no había luz. En las  noches, cuando cruzaba de la mano de mi padre la plaza de Purranque, no tenía ojos para otra cosa que los destellos de las teles pueblerinas entre los visillos. Alguna vez, caminando en lo oscuro por el viejo camino que lleva al puente, le reclamé por qué no teníamos. Pero él era de no contestar mucho mis preguntas. Solo dio una pitada más y se encendió la única que conocí durante toda mi infancia, la de las brasas de su cigarro. Vivía en una casa sobre una cuesta, desde la cual todas las mañanas podía ver rebaños de ovejas pastando entre la niebla. Tenía la biblioteca que abandonó mi tío Héctor por arrancar de los milicos y cuando terminé el último libro seguía triste por su ausencia. Tenía un huerto con tablones llenos de arvejas y habas y una quinta con cerezos, manzanos y maqui. En el verano podía nadar en el río todo el día y chutear en la pampa hasta que la pelota no se viera, pero al llegar a casa y entrar en la penumbra de las velas no tenía luz.

Anoche una vez más se cortó en la Villa Olímpica. Encendí una vela para leer, como hacía cuando niño.

 

"En Oromo Forrahue no había luz" es un relato que pertenece al libro Purranque, del autor chileno Cristian Oyarzo.

lunes, 3 de abril de 2023

Evolución del vampiro: De la literatura de terror al cine romántico

Yanina Piñones Araya

 


 

El vampiro es un mito legendario. Deambula por la historia de Drácula a Edward Cullen. El vampiro es una extraña mezcla de seducción, inmortalidad y, por lo menos hasta el siglo XX, de horror. La imagen del vampiro como un ser poderoso, destructivo y cargado de una connotación maligna ha ido evolucionando y se ha convertido hoy en día en figura icónica del amor más allá de la muerte.

 

El recorrido de este cambio se desarrolla desde la aparición de las primeras obras literarias que tenían como personaje a vampiros como Carmilla, Drácula o el mítico vampyr del Horla. En ellas el vampiro es un ser maligno, un monstruo extranjero e invasor de orígenes aristocráticos y poderes misteriosos imposibles de comprender para el común de los mortales. De esta forma, Carmilla evoca a la princesa húngara Erzebeth Bathory cuya leyenda señala la afición por la sangre y las mujeres del personaje histórico, mientras que, en Drácula, Vlad Tepes es el personaje “sangriento” en quién se inspira Stoker para crear a un conde rumano de gran poder y fortuna. Estos personajes encarnan una serie de características fabulosas vinculadas con los poderes oscuros, con lo pecaminoso y perverso.

 

Carmilla
 

El personaje literario es, entonces, una muestra de todo lo monstruoso que la humanidad rechaza, por ello estos personajes son temidos, perseguidos y destruidos pues su presencia se asocia con el mal en la tierra y desde una concepción cristiana, con la condenación del alma de aquellos que son sus víctimas. Durante este periodo, el vampiro es villano, personaje antagonista que representa todo aquello que el hombre debe eliminar del mundo. Por ello, en estos relatos el vampiro se vincula con la oscuridad y se destruye con la luz del sol, con los símbolos de la fe cristiana o con el fuego purificador.

Durante los inicios del siglo XX y a través del cine se mantiene esta figura del vampiro como un condenado que vaga entre la vida y la muerte y que consigue su poder a través de la sangre. Sin embargo, en este periodo el mito se erotiza y es posible observar las similitudes entre el mordisco y el encuentro sexual y los ataques del vampiro son más violentos. Al mismo tiempo que los métodos para dar caza a sus víctimas se vuelven más mundanos, el monstruo comienza a desarrollar cualidades humanas y aparecen por primera vez los vampiros con sentimientos y, más concretamente, los vampiros enamorados. Los encontramos, por ejemplo, en la película Horror of Dracula (dirigida por Terence Fisher, 1958) y la serie televisiva Dark shadows (1966-1971), pionera en retratar al vampiro en la pequeña pantalla.

 

 


 


 

Durante los años ochenta y noventa, bajo la enorme influencia de la novela de Anne Rice Entrevista con el vampiro (1976), por un lado, y de Vampiro, mascarada, el famoso juego de rol por otro, esta criatura va alejándose de lo aristocrático y sus desventuras pasan a desarrollarse por completo en el contexto de la vida diaria. Por ello, se hace cada vez más común que el vampiro reniegue de su condición y comienzan a abundar los argumentos en que el centro son los problemas ético-morales que implica ser un vampiro. En este periodo, que llega hasta nuestros días, la transformación del vampiro de un ser maligno y villano a un héroe o antihéroe con el que se puede simpatizar se completa.1

Todo este proceso de humanización se explica porque el foco narrativo cambia desde el punto de vista de la víctima, del ser humano, hacia el punto de vista del vampiro, del monstruo, que ha pasado a transformarse, además, en personaje principal. Este cambio provoca inevitablemente un sentimiento de simpatía hacia el vampiro, ya que podemos comprender sus sentimientos y las motivaciones de sus actos. Por ello, según Ana María Caro Oca, (2011) “al colocar al monstruo como protagonista, éste deja de ser un ser temible, ya que desaparece el horror generado por lo que permanece fuera de lo familiar y lo cognoscible para nosotros”,2 el vampiro se transforma en un ser cercano, comprensible y con quien podemos empatizar, ya no provoca miedo, ni horror, por lo que se desliga de los relatos tradicionales y debe cargar con el prejuicio de los textos antiguos que hablan de una tradición de incomprensión hacia estos seres de la noche. Todo esto provoca que se cuestione el hecho de que estos relatos pertenezcan al género del terror o más bien pertenecen a otros géneros literarios, pues en la ficción vampírica actual las barreras entre lo humano y lo monstruoso son cada vez más delgadas y confusas.3

 


 

Los vampiros de los relatos actuales no son seres sobrenaturales como Drácula u otros engendros que sólo piensan en saciar su sed de sangre y pervivir por siglos, sino que son criaturas que se preocupan por la ética y por el amor. Estos vampiros dudan, se arrepienten e incluso buscan casi con desesperación la forma de cambiar, dejar de ser un asesino y repudian su necesidad de beber sangre. Además, estos vampiros normalizan sus costumbres y apariencia. Se ha convertido en un elemento local, ya no es un extranjero de hábitos, sino un compatriota que se viste y actúa como los humanos.

A pesar de esta humanización, el vampiro, tanto literario como cinematográfico sigue conservando algunas de sus características básicas como, por ejemplo, el ejercer cierta crítica social, pues según Javier Toledo y Leonor Acosta, “el propósito del vampiro en toda la narrativa es poner de manifiesto la hipocresía de la moralidad y la religiosidad de la sociedad burguesa presentada en un escenario victoriano”.4 Vampiro, mascarada se consagra en el ámbito de los juegos de rol y del auge de la literatura de vampiros de los noventa porque los vampiros se convierten en un símbolo de cualquier grupo de oprimidos y marginados. 

 



 

Por todo esto es que cambia la recepción del vampiro cambia en nuestra sociedad pues es posible considerarlo uno más dentro del amplio espectro de habitantes del mundo. En el Drácula de Stoker, la sexualidad exacerbada del monstruo tenía que ser suprimida a toda costa.5 En cambio, en las novelas actuales como Entrevista con el vampiro, Gótika o Vampyr, esa sexualidad es ansiada por los humanos, lo que los lleva a buscarla por las ciudades nocturnas, sin miedo a lo que pueda ocurrirles. Unido a lo anterior, la independencia y alejamiento de los estándares sociales, que inspiraba terror y conducía al castigo en la Inglaterra victoriana, ahora es considerada como un valor positivo. En la actualidad, los vampiros son presentados como personajes admirables por los mismos motivos por los que en el siglo XIX eran perseguidos.6 Si durante el siglo XIX eran temidos por las jóvenes, hoy en día son retratados como el amante perfecto, lo que utilizó la película Crepúsculo como eslogan promocional, “sólo un vampiro puede amarte para siempre”.

En las películas que se citará a continuación el elemento romántico es uno de los motores de la trama, pues la humanización del vampiro ha conducido a que gran parte de la ficción vampírica actual pueda ser englobada dentro de una categoría de reciente popularización: el romance paranormal.7 No es ni mucho menos de extrañar esta unión entre lo romántico y lo vampírico. Ambos tienen antecedentes comunes en la novela gótica y la personalidad del vampiro está claramente modelada a la imagen de un héroe byroniano, como lo son el Lord Ruthwen de El Vampiro de Polidori, o el Heathcliff de Cumbres Borrascosas, historia de triángulos amorosos y amor más allá de la muerte por excelencia.

 

Afiche en inglés de la película Sólo los amantes sobreviven, de Jim Jarmusch


Actualmente, el vampiro se configura como un galán trágico, atormentado por un pasado plagado de crímenes del que intenta escapar sin éxito. El conde Drácula, de la película homónima dirigida por de Coppola, o Adam de Sólo los amantes sobreviven dirigida por Jarmusch, encajan a la perfección en este estereotipo. El vampirismo para estos personajes constituye una maldición que se manifiesta como una parte incontrolable de sí mismo, una parte instintiva y animal, que puede obligarlo a cometer las peores atrocidades que atormentarán su conciencia por toda la eternidad. Por ello, cuando el vampiro mata, estamos ante la expresión de un arrebato incontrolable provocado por el despertar de la bestia que existe en su interior, no de un ataque racional,8 por lo que el mayor reto de estos vampiros será controlar esa parte de sí.

El amor aparece entonces como la fuerza que le permitirá al vampiro controlar sus instintos animales y, a través de él, humanizarse, pues de no aprender a controlarlos puede acabar con la vida de su amada, lo que finalmente lo llevaría a hacer frente a los tabúes de su condición, como exponerse a la luz del sol, arriesgando así su propia existencia por ella. Sin embargo, en la película y novela Crepúsculo esto cambia y, finalmente, el vampiro accede a convertir a su amada para poder salvarla y vivir su amor con ella eternamente.

Como se pude apreciar, el vampiro del siglo XXI es muy diferente de su homónimo del XIX que, como planteamos anteriormente, incluso ha dejado de pertenecer a las historias de terror. Según se ha expuesto, en las obras actuales (literarias o cinematográficas) es común encontrarse con él en el contexto del romance paranormal, lo que supone, además, un cambio esencial dentro de la construcción las historias, lo que puede interpretarse como una evolución en su lógica interna. 


 

Por lo anterior, puede afirmarse que la ficción vampírica no ha dejado de reelaborarse y reencarnarse como señalan Toledo y Acosta, el mito del vampiro “renace en el dominio de la cultura por medio de un curioso proceso que aúna forma y contenido: el mito del no-muerto ha logrado a lo largo de los siglos la no-muerte del mito, y en su continua resurrección consigue digerir y aglutinar todas las versiones que le preceden” (p. 169).

Sin embargo, este renacer saca a las historias de vampiros actuales de la categoría del terror para convertirlas en historias de amor que distan mucho de sus antecedentes del siglo XIX. En estas obras el vampirismo parece más un accidente para darle la connotación trágica a la historia amorosa de fondo y no el foco del relato, por lo que es lógico pensar en estas obras como historias de amor vampírico antes que en relatos vampíricos propiamente tales.

El proceso de humanización vivido por los vampiros ha provocado entonces una división clara no solo en las historias, sino también en los receptores de estas, pues aquellos disfrutaban del escenario oscuro y terrorífico de estos relatos se han manifestado en contra de la excesiva humanización del vampiro contemporáneo, pidiendo la vuelta de su papel de monstruo y villano. 

 

 

Yanina Piñones Araya es una autora chilena cuya producción principal ha girado alrededor del género de fantasía. Gran lectora, ha combinado su actividad como escritora con la pedagogía. Actualmente es académica de una universidad chilena. Tiene una novela inédita llamada En las sombras, que esperamos aparezca pronto.

 

Notas:

1 Tim Kane: Changing Vampire of Film and Television: A Critical Study of the Growth of a Genre, p. 19,2006.

2 Ana María Caro Oca: Vampiros en la ficción televisiva del siglo XXI: El mito inmortal (2011).

3 Joan Gordon y Veronica Hollinger: Blood Read: The Vampire as Metaphor in Contemporary Culture, pp. 2-5, 1997.

4 Javier Toledo y Leonor Acosta: Vampiros en la Ficción: El largo camino desde la mitología clásica hasta la posmodernidad, p. 180, 2002.

5 Víctor Bravo: “El imaginario del vampiro”, en Claves de razón práctica, nº 59, 1996, pp. 75-77.

6 Margaret L. Carter: “The vampire as alien in contemporary fiction” en Gordon y Hollinger (Eds.) Blood read: The vampire as metaphor in contemporary culture, p. 29.

7 Alicia Nila Martínez Díaz: “El consuelo de Crepúsculo” en Espéculo. Revista de estudios literarios nº 41, marzo-junio 2009. Madrid, Universidad Complutense de Madrid. [Consulta: 27.11.2010]: http://www.ucm.es/info/especulo/numero41/crepuscu.html

8 Jules Zanger: “Metaphor into metonymy: The vampire next door” en Gordon y Hollinger (Eds.) Blood read: The vampire as metaphor in contemporary culture, p. 23.