Lectura de los capítulos IV y V y de algunos fragmentos del Libro II de Ciencia Cristiana de Mark Twain, publicada recientemente por La Pollera. (30.10.2022).
Mezcla de narración, ensayo e
investigación periodística, Mark Twain denuncia en Ciencia cristiana los problemas filosóficos, sociales y morales de
una religión con ese nombre, fundada por Mary Baker G.
Eddy. Ellos negaban la necesidad de los tratamientos médicos y de las vacunas, prefiriendo la intervención divina mediante la oración. De este modo, pese a la oscuridad actual de este culto, la discusión de sus presupuestos se ha vuelto muy actual.
En Oromo Forrahue no había luz.
En las noches, cuando cruzaba de la
mano de mi padre la plaza de Purranque, no tenía ojos para otra cosa que los
destellos de las teles pueblerinas entre los visillos. Alguna vez, caminando en
lo oscuro por el viejo camino que lleva al puente, le reclamé por qué no
teníamos. Pero él era de no contestar mucho mis preguntas. Solo dio una pitada
más y se encendió la única que conocí durante toda mi infancia, la de las
brasas de su cigarro. Vivía en una casa sobre una cuesta, desde la cual todas
las mañanas podía ver rebaños de ovejas pastando entre la niebla. Tenía la
biblioteca que abandonó mi tío Héctor por arrancar de los milicos y cuando
terminé el último libro seguía triste por su ausencia. Tenía un huerto con
tablones llenos de arvejas y habas y una quinta con cerezos, manzanos y maqui.
En el verano podía nadar en el río todo el día y chutear en la pampa hasta que
la pelota no se viera, pero al llegar a casa y entrar en la penumbra de las
velas no tenía luz.
Anoche una vez más se cortó en la Villa
Olímpica. Encendí una vela para leer, como hacía cuando niño.
"En Oromo Forrahue no había luz" es un relato que pertenece al libro Purranque, del autor chileno Cristian Oyarzo.
El
vampiro es un mito legendario. Deambula por la historia de Drácula a Edward
Cullen. El vampiro es una extraña mezcla de seducción, inmortalidad y, por lo
menos hasta el siglo XX, de horror. La imagen del vampiro como un ser poderoso,
destructivo y cargado de una connotación maligna ha ido evolucionando y se ha
convertido hoy en día en figura icónica del amor más allá de la muerte.
El
recorrido de este cambio se desarrolla desde la aparición de las primeras obras
literarias que tenían como personaje a vampiros como Carmilla, Drácula o el
mítico vampyr del Horla. En ellas
el vampiro es un ser maligno, un monstruo extranjero e invasor de orígenes aristocráticos y poderes misteriosos imposibles de comprender para el común de los mortales.
De esta forma, Carmilla evoca a la princesa húngara Erzebeth Bathory cuya
leyenda señala la afición por la sangre y las mujeres del personaje histórico,
mientras que, en Drácula, Vlad Tepes es el personaje “sangriento” en quién se
inspira Stoker para crear a un conde rumano de gran poder y fortuna. Estos
personajes encarnan una serie de características fabulosas vinculadas con los
poderes oscuros, con lo pecaminoso y perverso.
Carmilla
El
personaje literario es, entonces, una muestra de todo lo monstruoso que la
humanidad rechaza, por ello estos personajes son temidos, perseguidos y
destruidos pues su presencia se asocia con el mal en la tierra y desde una
concepción cristiana, con la condenación del alma de aquellos que son sus
víctimas. Durante este periodo, el vampiro es villano, personaje antagonista
que representa todo aquello que el hombre debe eliminar del mundo. Por ello, en
estos relatos el vampiro se vincula con la oscuridad y se destruye con la luz
del sol, con los símbolos de la fe cristiana o con el fuego purificador.
Durante
los inicios del siglo XX y a través del cine se mantiene esta figura del
vampiro como un condenado que vaga entre la vida y la muerte y que consigue su
poder a través de la sangre. Sin embargo, en este periodo el mito se erotiza y
es posible observar las similitudes entre el mordisco y el encuentro sexual y
los ataques del vampiro son más violentos. Al mismo tiempo que los métodos para
dar caza a sus víctimas se vuelven más mundanos, el monstruo comienza a
desarrollar cualidades humanas y aparecen por primera vez los vampiros con
sentimientos y, más concretamente, los vampiros enamorados. Los encontramos,
por ejemplo, en la película Horror of Dracula (dirigida por Terence
Fisher, 1958) y la serie televisiva Dark
shadows (1966-1971), pionera en retratar al vampiro en la pequeña pantalla.
Durante
los años ochenta y noventa, bajo la enorme influencia de la novela de Anne Rice
Entrevista con el vampiro (1976), por un lado, y de Vampiro,
mascarada, el famoso juego de rol por otro, esta criatura va alejándose de
lo aristocrático y sus desventuras pasan a desarrollarse por completo en el
contexto de la vida diaria. Por ello, se hace cada vez más común que el vampiro
reniegue de su condición y comienzan a abundar los argumentos en que el centro
son los problemas ético-morales que implica ser un vampiro. En este periodo,
que llega hasta nuestros días, la transformación del vampiro de un ser maligno
y villano a un héroe o antihéroe con el que se puede simpatizar se completa.1
Todo
este proceso de humanización se explica porque el foco narrativo cambia desde
el punto de vista de la víctima, del ser humano, hacia el punto de vista del
vampiro, del monstruo, que ha pasado a transformarse, además, en personaje
principal. Este cambio provoca inevitablemente un sentimiento de simpatía hacia
el vampiro, ya que podemos comprender sus sentimientos y las motivaciones de sus
actos. Por ello, según Ana María Caro Oca, (2011) “al colocar al monstruo como
protagonista, éste deja de ser un ser temible, ya que desaparece el horror
generado por lo que permanece fuera de lo familiar y lo cognoscible para
nosotros”,2 el vampiro se transforma en un ser cercano, comprensible
y con quien podemos empatizar, ya no provoca miedo, ni horror, por lo que se
desliga de los relatos tradicionales y debe cargar con el prejuicio de los
textos antiguos que hablan de una tradición de incomprensión hacia estos seres
de la noche. Todo esto provoca que se cuestione el hecho de que estos relatos
pertenezcan al género del terror o más bien pertenecen a otros géneros
literarios, pues en la ficción vampírica actual las barreras entre lo humano y
lo monstruoso son cada vez más delgadas y confusas.3
Los
vampiros de los relatos actuales no son seres sobrenaturales como Drácula u
otros engendros que sólo piensan en saciar su sed de sangre y pervivir por
siglos, sino que son criaturas que se preocupan por la ética y por el amor.
Estos vampiros dudan, se arrepienten e incluso buscan casi con desesperación la
forma de cambiar, dejar de ser un asesino y repudian su necesidad de beber
sangre. Además, estos vampiros normalizan sus costumbres y apariencia. Se ha
convertido en un elemento local, ya no es un extranjero de hábitos, sino un
compatriota que se viste y actúa como los humanos.
A
pesar de esta humanización, el vampiro, tanto literario como cinematográfico
sigue conservando algunas de sus características básicas como, por ejemplo, el
ejercer cierta crítica social, pues según Javier Toledo y Leonor Acosta, “el propósito
del vampiro en toda la narrativa es poner de manifiesto la hipocresía de la
moralidad y la religiosidad de la sociedad burguesa presentada en un escenario
victoriano”.4Vampiro, mascarada se consagra en el ámbito de
los juegos de rol y del auge de la literatura de vampiros de los noventa porque
los vampiros se convierten en un símbolo de cualquier grupo de oprimidos y
marginados.
Por
todo esto es que cambia la recepción del vampiro cambia en nuestra sociedad
pues es posible considerarlo uno más dentro del amplio espectro de habitantes
del mundo. En el Drácula de Stoker, la sexualidad exacerbada del
monstruo tenía que ser suprimida a toda costa.5 En cambio, en las
novelas actuales como Entrevista con el vampiro, Gótika o Vampyr, esa sexualidad
es ansiada por los humanos, lo que los lleva a buscarla por las ciudades
nocturnas, sin miedo a lo que pueda ocurrirles. Unido a lo anterior, la independencia
y alejamiento de los estándares sociales, que inspiraba terror y conducía al
castigo en la Inglaterra victoriana, ahora es considerada como un valor
positivo. En la actualidad, los vampiros son presentados como personajes
admirables por los mismos motivos por los que en el siglo XIX eran perseguidos.6
Si durante el siglo XIX eran temidos por las jóvenes, hoy en día son retratados
como el amante perfecto, lo que utilizó la película Crepúsculo como eslogan
promocional, “sólo un vampiro puede amarte para siempre”.
En
las películas que se citará a continuación el elemento romántico es uno de los
motores de la trama, pues la humanización del vampiro ha conducido a que gran parte
de la ficción vampírica actual pueda ser englobada dentro de una categoría de
reciente popularización: el romance paranormal.7 No es ni mucho
menos de extrañar esta unión entre lo romántico y lo vampírico. Ambos tienen
antecedentes comunes en la novela gótica y la personalidad del vampiro está
claramente modelada a la imagen de un héroe byroniano, como lo son el Lord
Ruthwen de El Vampiro de Polidori, o el Heathcliff de Cumbres
Borrascosas, historia de triángulos amorosos y amor más allá de la muerte
por excelencia.
Afiche en inglés de la película Sólo los amantes sobreviven, de Jim Jarmusch
Actualmente,
el vampiro se configura como un galán trágico, atormentado por un pasado
plagado de crímenes del que intenta escapar sin éxito. El conde Drácula, de la
película homónima dirigida por de Coppola, o Adam de Sólo los amantes
sobreviven dirigida por Jarmusch, encajan a la perfección en este
estereotipo. El vampirismo para estos personajes constituye una maldición que se
manifiesta como una parte incontrolable de sí mismo, una parte instintiva y animal,
que puede obligarlo a cometer las peores atrocidades que atormentarán su
conciencia por toda la eternidad. Por ello, cuando el vampiro mata, estamos
ante la expresión de un arrebato incontrolable provocado por el despertar de la
bestia que existe en su interior, no de un ataque racional,8 por lo
que el mayor reto de estos vampiros será controlar esa parte de sí.
El
amor aparece entonces como la fuerza que le permitirá al vampiro controlar sus
instintos animales y, a través de él, humanizarse, pues de no aprender a controlarlos
puede acabar con la vida de su amada, lo que finalmente lo llevaría a hacer
frente a los tabúes de su condición, como exponerse a la luz del sol,
arriesgando así su propia existencia por ella. Sin embargo, en la película y
novela Crepúsculo esto cambia y, finalmente, el vampiro accede a convertir
a su amada para poder salvarla y vivir su amor con ella eternamente.
Como
se pude apreciar, el vampiro del siglo XXI es muy diferente de su homónimo del
XIX que, como planteamos anteriormente, incluso ha dejado de pertenecer a las
historias de terror. Según se ha expuesto, en las obras actuales (literarias o
cinematográficas) es común encontrarse con él en el contexto del romance
paranormal, lo que supone, además, un cambio esencial dentro de la construcción
las historias, lo que puede interpretarse como una evolución en su lógica
interna.
Por
lo anterior, puede afirmarse que la ficción vampírica no ha dejado de
reelaborarse y reencarnarse como señalan Toledo y Acosta, el mito del vampiro
“renace en el dominio de la cultura por medio de un curioso proceso que aúna
forma y contenido: el mito del no-muerto ha logrado a lo largo de los siglos la
no-muerte del mito, y en su continua resurrección consigue digerir y aglutinar
todas las versiones que le preceden” (p. 169).
Sin
embargo, este renacer saca a las historias de vampiros actuales de la categoría
del terror para convertirlas en historias de amor que distan mucho de sus
antecedentes del siglo XIX. En estas obras el vampirismo parece más un
accidente para darle la connotación trágica a la historia amorosa de fondo y no
el foco del relato, por lo que es lógico pensar en estas obras como historias
de amor vampírico antes que en relatos vampíricos propiamente tales.
El
proceso de humanización vivido por los vampiros ha provocado entonces una
división clara no solo en las historias, sino también en los receptores de
estas, pues aquellos disfrutaban del escenario oscuro y terrorífico de estos
relatos se han manifestado en contra de la excesiva humanización del vampiro
contemporáneo, pidiendo la vuelta de su papel de monstruo y villano.
Yanina
Piñones Araya es una autora chilena cuya producción principal ha girado
alrededor del género de fantasía. Gran lectora, ha combinado su
actividad como escritora con la pedagogía. Actualmente es académica de una universidad chilena. Tiene una novela inédita
llamada En las sombras, que esperamos aparezca pronto.
Notas:
1 Tim Kane: Changing Vampire of Film and
Television: A Critical Study of the Growth of a Genre, p. 19,2006.
2Ana María Caro Oca: Vampiros
en la ficción televisiva del siglo XXI: El mito inmortal (2011).
3 Joan Gordon y Veronica Hollinger: Blood Read: The Vampire as Metaphor
in Contemporary Culture, pp. 2-5,
1997.
4Javier
Toledo y Leonor Acosta: Vampiros en la Ficción: El largo
camino desde la mitología clásica hasta la posmodernidad,
p. 180, 2002.
5 Víctor Bravo: “El imaginario del vampiro”, en
Claves de razón práctica, nº 59, 1996,
pp. 75-77.
6Margaret L. Carter: “The vampire as alien in contemporary fiction” en Gordon
y Hollinger (Eds.) Blood read: The
vampire as metaphor in contemporary culture, p. 29.
7Alicia Nila Martínez Díaz: “El consuelo de Crepúsculo” en Espéculo. Revista de estudios literarios
nº 41, marzo-junio 2009. Madrid, Universidad Complutense de Madrid. [Consulta:
27.11.2010]: http://www.ucm.es/info/especulo/numero41/crepuscu.html
8Jules Zanger: “Metaphor into
metonymy: The vampire next door” en Gordon y Hollinger (Eds.) Blood read: The vampire as metaphor in
contemporary culture, p. 23.