domingo, 4 de abril de 2010

Lo cotidiano es un cristal

El terremoto

Aunque pareciera que nada se mueve, que las cosas estarán ahí, donde las dejamos y que la vida sigue una dirección regular, el terremoto fue la evidencia de que eso es lo aparente y que en realidad, lo cotidiano, es un cristal.
La tierra se mueve, pero a diferencia de los imperceptibles temblores diarios, un terremoto causa una fractura tan grande, que el terreno debe acomodarse. En la búsqueda de la estabilidad, podemos destruirnos. Las réplicas son misteriosas. No sabemos cuántas serán, ni por cuánto tiempo; tampoco qué tan graves serán. Sólo sabemos que sin duda vendrán.
Así como lo cotidiano pareciera no moverse, las casas destruidas, los puentes rotos y hasta la gente en la calle son sólo la superficie. Las réplicas vendrán sin duda. Y serán tal vez más de lo que estemos dispuestos a aceptar.


La literatura y lo real

Durante mucho tiempo se discutió el rol de la literatura (y del arte y la imaginación en general) respecto a la realidad. La mímesis, el didactismo, o el antinaturalismo vanguardista, son producto de esa duda. ¿Para qué "sirve" este montón de palabras que si bien nos dice algo, pareciera no referirse a nada?

T. S. Eliot decía que no existía "la poesía", sino que existían tantas "poesías" como definiciones de ella hubieran. Lo mismo es extensible a la literatura en general. Ante eso, hay una potencialidad ad infinitum de lo que la literatura podría ser.

Pero si la literatura es ante todo una forma de comunicación, expresará entonces lo que a nosotros como sociedad nos ocurre. En lo dicho y en los silencios (que a veces comunican más que las mismas frases), se despliega el mundo. No importa el detalle ni lo ilógico. En cada palabra y entre las líneas está el mundo. Con cada palabra sacamos el polvo a las cosas, descubrimos continentes en una mesa de centro, imperios caídos en la conversación de los amantes. Descubrir lo que siempre estuvo y buscar lo que no ha venido.

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