Desde un país con tulipanes y huevos de colores en los jardines
Como tantas otras familias en Chile, la mía es católica “a su manera”. Por eso la “Semana Santa” es para mí más huevos de chocolate que la pasión de Cristo. Y esa no es una queja. Eso me mantuvo en el lado de la magia y no de la tortura con fines divinos. La televisión era (y tal vez siga siendo) una sucesión de películas bíblicas y romanas antiguas, en donde Cristo tiene los ojos azules. En los terminales la gente intenta escapar de Santiago y se queja de los precios de los pasajes y en el mercado, lo hace por los pescados. Los feriados se prestan para ritos cotidianos. El tiempo divino se ha transformado en un espacio para el descanso y que muchas veces está plagado de sinsabores. Una rueda puede girar sin sentido y gastarse.
Jesus de Nazaret (Zeffirelli) |
En Alemania, “Semana Santa” coincide en parte con el inicio de la primavera. Después de haber vivido un invierno monocromático de nieve sobre nieve, con ríos y lagos congelados, de parques sepultados sobre un blanco marmóreo, después de días que acaban a las cuatro de la tarde, las ramas que parecían dedos de cadáveres se pueblan de brotes, el pasto reverdece y pueden verse las flores silvestres. Las casas se adornan de tulipanes y narcisos, y por estas fechas cuelgan huevos pintados en las ramas de los árboles en el jardín. “Semana Santa” huele aquí más a exaltación de la naturaleza que a religionismo. Más adelante hablaré de la religión en Alemania. Por ahora, basta saber que vivo en el nororiente de este país, que significa estar en una zona mayoritariamente protestante que por cuarenta años fue parte de un Estado ateo. Pero independientemente de los credos, hay aquí una acentuación de la vida. Algo contraproducente teniendo en cuenta cómo se llama aquí a la “Semana Santa”.
Potsdam en primavera |
Uno acostumbra a creer que las palabras tienen una correspondencia total en otros idiomas y por eso uno estaría tentado a traducir “Semana Santa” por “Heilige Woche”. Pero las traducciones no son siempre correctas y pueden perdernos. En Alemania se le llama en realidad “Karwoche”. Si se le pidiera a un alemán que explicara qué significa, probablemente, sólo sabría mencionar su uso, pero no su origen. Supongo que eso nos pasa también en muchas cosas. ¿Pero por qué sería importante todo esto? Karwoche es una palabra antigua y debería traducisrse como “Semana del dolor”, “de la tristeza”. Se entiende que así sea por su sentido cristiano de la muerte y resurrección de Jesús, pero contrasta con el entorno natural. Mientras las palabras mencionan el dolor, el mundo sólo muestra la vida.
El mito del dios muerto y resucitado tiene su correspondencia en la naturaleza. Y detrás de los mensajes religiosos, es fácil ver el paganismo latente. Lamentablemente, en Chile hemos heredado una costumbre sin mucha relación con nuestro entorno natural. No existe esa coincidencia con la primavera y la fecha tiene menos sentido por el bombardeo comercial y el desinterés general. Ni siquiera el fetichismo por el pescado tiene sustento. Hacemos las cosas porque sí. Hemos tomado esta fecha foránea, pero no las hemos resignificado siquiera, tan sólo la hemos gastado. Esperamos los huevitos de chocolate, que será lo único que le dé sabor a ese domingo de tedio.
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