lunes, 26 de agosto de 2013

Si me dejas... ¡me mato!




Roberto Arlt





Los nutridísimos elogios que me trasmiten a diario, por teléfono, y carta, lectoras de mis crónicas femeninas –entre las que pueden contarse solteras, casadas, jóvenes y ancianas–, me animan a continuar en el análisis de las innumerables tretas sentimentales que utilizan las madres con hijas en estado de merecer, para asegurarse un novio cuyo “raje” es inminente.


Suicidio inexorable

Cuando una madre barrunta que el novio de su párvula alberga las alevosas intenciones de piantar, después de haber “profitado” las ventajas culinarias que reporta la repostería de un hogar, en tren de agasajar un futuro; cuando una señora, con pujos cabreros, tiene la leve intuición de que el nene flaquea en concurrir al Civil, se produce el fenómeno que yo denominaría “suicidio en puerta”. Abra los ojos, caballero, y atienda:

La señora, como quien no quiere la cosa deserta del asunto. Pongamos el cuadro, usted en la cocina. Como novio, tienen confianza para estar en la cocina. Usted la trabaja de utilería a la vieja. Le ausculta el humor, para ver de qué manera aceptaría un “raje”. Las viejas, que son vivísimas (la anciana, quiero decir), también lo observa a usted y lo estudia. De pronto la aspirante a ser su suegra, comienza la cantinela:

– Yo no sé qué ha hecho usted para que mi hija lo quiera de esa manera. Es una barbaridad. Nunca he visto cosa igual. Siempre que entro al dormitorio me la encuentro a ella contemplando su retrato. No hace más que pensar en usted, la pobrecita. Dios mío. Vea que soy vieja; pero nunca en mi vida he visto cosa igual. Estoy segura que si usted la dejara, esta muchacha se mataría. Y no le digo esto porque sea mi hija, no…

Usted, para no ser menos, larga la mentira grande como una casa:

– Sí, y también la quiero mucho…

La anciana, poco convencida de ese tibio “la quiero mucho”:

– No veo la hora en que ustedes se casen… Porque si no, esta muchacha se muere. Usted la ha vuelto loca. Si usted la dejara, cosa que gracias a Dios no puede ocurrir, porque usted es un caballero, la nena se mata. ¡Qué cosa bárbara! Yo no he visto nunca enamoramiento igual.



Mientras se calientan las milanesas

La vieja, en la cocina, recalienta unas milanesas. Usted en la sala conversa con la futura damnificada. De pronto ella:

– Mirá, no sé por qué se me ocurre que vos pensás dejarme. ¡Mirá que me mato, si llegás a dejarme!
– Nena… No pienso dejarte… Pero, ¿vos serías capaz de matarte por mí?

Ella, a quien no le cuesta absolutamente nada decir que sí:

– Sin dudar un minuto me mataría. Sos el único hombre que he querido (mentiras). Sos el último hombre que querré (mentira). Te adoro (puede ser). ¿Qué sería de mí si me dejaras? No podría resistir (globos). Tendría que matarme, aunque no quisiera. Ya he pensado… Me tiraría bajo el tren…. Sí, bajo el tren… Y vos te arrepentirías. Decime, ¿vos pensás dejarme?
– No, ricura… ¿Cómo te voy a dejar?...



El cuento del suicidio

Un día, la madre; otro día la hija, con la historia del suicidio. Si Ud. no era completamente estúpido, acaba por imbecilizarse. Se incluye en la categoría de esos individuos que le dicen a los amigos, a quienes martirizan con confidencias:

– Mirá: yo la dejaría a Fulana… Pero tiene un metejón… Se mata la pobre si la dejo. Se mata. Tenés que ver cómo está metida. Se suicida. Ya me dijo. Se tira bajó el tren. El otro día quiso tirarse. Yo tuve que convencerla de que no se tirara.

Si Ud. es un hombre equilibrado y sensato, le dice al confidente:

– La hubiera dejado que se tirara. Hubieras visto que no se tiraba nada… No bajo el tren… ¡Ni a un charco de agua!...

El que escribe estas líneas conoció un caso curioso de comedia de suicidio. Tenía un amigo que se caracterizaba por gastar cierta sangre fría, digna de un esquimal. Una noche, al despedirse de la novia, que vivía a una cuadra de la vía férrea, esta se lanza a la carrera hacia los rieles. Otro hubiera echado a correr. Mi amigo, flemático como un pato nórdico, permaneció con las manos en los bolsillos, junto a la puerta de la casa. Indudablemente, lo que esperaba la comedianta, era que el individuo la persiguiera convenciéndola de que no se matara; pero al hacer cincuenta metros y constatar que el individuo fumaba tranquilamente en la puerta de calle –actitud que era de presumir guardaría hasta el día del juicio final–, la dama pensó en la estupidez de correr en la soledad de la calle, y se volvió, un poco menos “suicida” de lo que se había marchado.

Desde entonces amenazaba suicidarse con veneno casero. El tipo, un día harto de mojigangas, se marchó, y hasta la fecha su ex novia goza de robustísima salud.


Mírese al espejo

Mírese al espejo. No sea vanidoso. Nadie se va a matar por usted. Tenga esa seguridad. Cuando le digan que se van a suicidar por usted, ríase amplia y bonachonamente. No albergue temores de provocar una intervención de la Asistencia Pública. Sea sensato. La persona que revele disposiciones necróforas por usted, lo está engrupiendo. Lisa y llanamente. Lo atacan por el lado flaco. Piedad o sentimentalismo. Y menos crea, si en la novela del suicidio se mezcla una benemérita anciana. No tenga miedo de suscitar ninguna catástrofe. Lo máximo que puede ocurrir, es lo siguiente: La madre tomará del brazo a su párvula y le dirá:

– Hija… Ese hombre es un caradura y no te conviene. No te aflijás. El mundo está lleno de hombres. Y mucho mejores que él…

3 de agosto de 1931



Las "aguafuertes porteñas" fueron una serie de escritos que Roberto Arlt escribió como columnista en el diario argentino "El mundo". Acá recogemos la versión aparecida en Roberto Arlt: Aguafuertes porteñas. Buenos Aires: Ediciones Corregidor, 1995, pp. 99-101.

Fotografía del autor: Wikipedia.


 

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