El estado de las cosas
Yo vengo de Chile, un país ligado dramáticamente al tiempo
y a la naturaleza inexorable, yo vengo del pueblo del trueno
de la mítica ciudad de Talca, de extramuros y adoquines,
de mandrágoras pobres crecidas a orillas del Piduco.
Yo vengo de lo más profundo de la tierra,
donde el diablo perdió el alma, en una tierra bruta,
carcomida por el sudor del campesino, por los siglos y los inviernos violentos.
Yo vengo enraizado con litres y espinos, con el olor de la tierra mustia,
vengo entre tierras pobres y faluchos olvidados, entre hornos de carbón y corderos sangrando.
Vengo de un lugar donde el pan es humilde y los rostros de la gente emanan tristeza.
Vengo de la tierra prometida, de aborígenes ebrios y españoles asesinos.
Vengo de un lugar en el que el sol entibia las almas,
donde Dios fue feliz y triste a la vez,
donde se quedó la nostalgia, de ese lugar vengo,
lleno de ríos y de piedras, lleno de volcanes y de terremotos.
Yo vengo de un lugar al que Dios ama, pero le teme.
Monólogo del actor frente al espejo
Nunca bebas antes del mediodía
pues la noche es el infierno.
Nunca observes llorar a un pintor
porque sus lágrimas serán sus colores.
Nunca desees el mal
porque te caerá encima.
Nunca mires a la cámara,
que tu peinado siempre luzca bien,
no olvides que beber antes del mediodía no es aconsejable,
recuerda evitar los excesos,
no te fíes de las drogas,
ni de las chicas bonitas.
Nunca ofendas a tu prójimo
y por sobre todo, nunca olvides a tu madre,
ni a tus peores películas.
No olvides que antes de la muerte estás tú
y que en la pantalla eres eterno.
Recuerda mantener tu identidad
frente a los miles de personajes que quieren
ocupar tu cuerpo y tu mente.
No te metas en líos con la policía,
fíjate bien al cruzar la calle,
no andes descalzo.
Siempre debes cuidar tu rostro,
no dejes que toquen tu rostro,
ni bebas antes del mediodía,
nunca pagues por sexo dos veces la misma noche,
recuerda que Marlon Brando, MarcelloMastroianni
y Robert de Niro están siempre contigo.
Recuerda el que eres, piensa en el que serás,
trata de evitar los espejos y las mujeres fáciles,
no comas tanta carne, realiza ejercicio,
por favor no bebas antes del mediodía,
revisa tus bolsillos antes de entrar a escena,
quítate el maquillaje con aceite de almendras,
no olvides que errar también es humano
y que a todos nos cuesta llegar a fin de mes,
no odies a tus semejantes, siempre cepilla tus dientes,
trata de hacer el bien, cuida tu hígado,
no mientas tan a menudo, disfruta de los atardeceres,
no te desesperes, solo estás vivo,
no te acerques a las azoteas ni a los acantilados,
la idea te puede seducir,
debes comer cuatro veces al día,
no pienses tanto en la muerte, recuerda que estás vivo,
no importa si el empleado de la funeraria
maquillará bien o mal tu rostro, no te atormentes,
siempre recuerda que estás vivo
y que antes del mediodía no se puede beber.
Divididos
Es esta pena que quiebra a los hombres,
es esta cólera que parte las almas,
es este odio que me mantiene de pie,
que me corroe por dentro, odio que no quiero sentir,
pero siento con todas mis fuerzas,
es el odio que me mantiene vivo,
atento, despierto, desesperado,
yo solo quiero ser menos malo
y dejar de sentir este odio
que se apodera de mi cuerpo y de mi mente,
que me enferma y saca a flote mi peor yo.
Es este odio que no me suelta
y de alguna forma me constituye y me pertenece,
“en todas partes se cuecen habas”, dicen,
en todas partes se engendran odios,
sin que lo queramos, sin que los invoquemos,
como los sentimientos nobles,
el odio también es de verdad,
el odio también duele,
yo por mi parte no quiero sentirlo más,
pero estoy ligado dramáticamente a él.
Hollywood
De Hank no sé nada, nadie sabe nada,
de Bukowski solo sé
que le gustan los hipódromos
y las chicas baratas,
sus bolsillos aún están rotos
y los cincuenta dólares
que ganó en las apuestas
se le caen por los pantalones,
ya no le teme a su rostro,
solo le teme a los cuchillos
y a los relatos de John Fante,
le teme a las habitaciones pequeñas,
ya no quiere ser Mickey Rourke, ni Matt Dillon,
solo quiere sentirse como Humphrey Bogart
y ligar con una chica bonita, de trasero firme,
jugar a los caballos y ganar unos buenos dólares,
Bukowski solo quiere dejar de bramar en los callejones sucios,
quiere volarle los sesos a alguien,
dejar ese empleo maldito
y sobre todo quiere dejar de pensar en Hank,
de quien nadie sabe nada.
La ciudad desnuda
Ya no es Natasha Kinski la que se refleja tras ese espejo roto,
ya no es su presencia infinita, transfigurada en miles de imágenes,
por miles de años, casi tocándose, como un cristal roto.
Sangrando por los labios de Natasha Kinski, con sus alas de ángel y sus pechos firmes.
Seguimos parados en este desierto eterno, deambulando entre espejismos
y realidades paralelas, entre noches nauseabundas, sumergido entre el calor
del desierto y las piernas de Natasha Kinski.
Ella está sola en el horizonte, solo veo su cuerpo arder, mientras se eleva
con sus alas de ángel, mientras deja de ser ella, para convertirse nuevamente
en el espejo roto, multiplicado en miles de imágenes eternas.
Deambulando entre este desierto que no es ni Paris ni Texas,
es solo el reflejo del espejo roto, de miles de realidades paralelas,
de todas las NatashasKinskis que han existido, por todos los siglos,
en todas las cosas, en todas las imágenes borrosas, en todos los ataúdes vacíos,
en todas las mujeres gimiendo, desnudas, mojadas, con el hedor a sexo.
Aún sigo ardiendo junto a Natasha Kinski en un desierto absurdo, sin forma,
construido de espejismo y espejos rotos.
La sombra
Solo creo que cuando llegue la muerte me seguirá sigilosa
por las grandes avenidas, cuando me aceche por los suburbios,
se detendrá en las esquinas y me verá pasar desde el rostro
de un mendigo, o de un niño, o de una mujer fea, me mirará quizás,
con mi propio rostro, reflejada en un espejo.
Cuando creo sentir el acecho, siempre trato de cuidar mi espalda,
siento que en cualquier momento un puñal lleno de ira y de siglos
caerá sobre mí, majestuoso, brillando en el medio día de
Talca o de Linares, brillando como un puñal romano.
A veces creo sentir la respiración lenta y pesada de la muerte sobre mi espalda,
succionando mi cuello, carcomiendo mi rostro y mi cuerpo, degradando mi ser,
cada vez más sigilosa y más lenta, como una mujer vieja, llena de odio y de maldad,
siempre al acecho, observándome en las avenidas y en los suburbios,
siempre inquieta, hedionda a carroña, mirándome desde los rostros
de los mendigos, y de los niños, y de las mujeres feas, mirándome en el reflejo
del espejo, sintiendo mi hedor a carroña.
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