Hermanos Grimm (compiladores)
Había una mamá de un pequeño de siete años que era tan hermoso y dulce, que nadie podía mirarlo sin ser bueno con él, y ella lo amaba también sobre todas las cosas del mundo. Pues sucedió que de repente el niño se enfermó y el amado Dios se lo llevó. La madre no podía consolarse y lloraba día y noche. Pero poco después de que lo sepultaran, el chico se mostró en la noche en los lugares en donde normalmente se había sentado y jugado. La madre lloraba, así también él lloraba, y cuando vino la mañana, desapareció. Pero cuando no quiso escuchar llorar más a la madre, vino una noche con su camisita blanca de muerto con la que había sido puesto en el ataúd y con la coronita sobre la cabeza, se puso en la cama a los pies de su madre y dijo: “Ay, madre, para de llorar, si no, no puedo dormirme en mi ataúd, pues mi camisita de muerto no se seca por tus lágrimas, que caen todas sobre ella.” Entonces, la madre se asustó cuando escuchó eso y no lloró más. Y en la noche siguiente vino nuevamente el pequeñito, sostuvo una lucecita en la mano y dijo: “Ves, ahora mi camisita estará seca pronto y tengo calma en mi tumba.” Entonces la madre encomendó su pena al amado Dios y la soportó tranquila y pacientemente, y el chico no volvió, sino que durmió en su camita subterránea.
Traducción de René Olivares Jara
Ilustración (versión coloreada): Otto Ubbelohde
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