Pablo Neruda
Entre plumas que asustan, entre noches,
entre magnolias, entre telegramas,
entre el viento del Sur y el Oeste marino,
vienes volando.
Bajo las tumbas, bajo las
cenizas,
bajo los caracoles congelados,
bajo las últimas aguas terrestres,
vienes volando.
Más abajo, entre niñas
sumergidas,
y plantas ciegas, y pescados rotos,
más abajo, entre nubes otra vez,
vienes volando.
Más allá de la sangre y
de los huesos,
más allá del pan, más allá del vino,
más allá del fuego,
vienes volando.
Más allá del vinagre y
de la muerte,
entre putrefacciones y violetas,
con tu celeste voz y tus zapatos húmedos,
vienes volando.
Sobre diputaciones y farmacias,
y ruedas, y abogados, y navíos,
y dientes rojos recién arrancados,
vienes volando.
Sobre ciudades de tejado
hundido
en que grandes mujeres se destrenzan
con anchas manos y peines perdidos,
vienes volando.
Junto a bodegas donde el
vino crece
con tibias manos turbias, en silencio,
con lentas manos de madera roja,
vienes volando.
Entre aviadores desaparecidos,
al lado de canales y de sombras,
al lado de azucenas enterradas,
vienes volando.
Entre botellas de color
amargo,
entre anillos de anís y desventura,
levantando las manos y llorando,
vienes volando.
Sobre dentistas y congregaciones,
sobre cines, y túneles y orejas,
con traje nuevo y ojos extinguidos,
vienes volando.
Sobre tu cementerio sin
paredes
donde los marineros se extravían,
mientras la lluvia de tu muerte cae,
vienes volando.
Mientras la lluvia de tus
dedos cae,
mientras la lluvia de tus huesos cae,
mientras tu médula y tu risa caen,
vienes volando.
Sobre las piedras en que
te derrites,
corriendo, invierno abajo, tiempo abajo,
mientras tu corazón desciende en gotas,
vienes volando.
No estás allí, rodeado
de cemento,
y negros corazones de notarios,
y enfurecidos huesos de jinetes:
vienes volando.
Oh amapola marina, oh deudo
mío,
oh guitarrero vestido de abejas,
no es verdad tanta sombra en tus cabellos:
vienes volando.
No es verdad tanta sombra
persiguiéndote,
no es verdad tantas golondrinas muertas,
tanta región oscura con lamentos:
vienes volando.
El viento negro de Valparaíso
abre sus alas de carbón y espuma
para barrer el cielo donde pasas:
vienes volando.
Hay vapores, y un frío
de mar muerto,
y silbatos, y mesas, y un olor
de mañana lloviendo y peces sucios:
vienes volando.
Hay ron, tú y yo, y mi
alma donde lloro,
y nadie, y nada, sino una escalera
de peldaños quebrados, y un paraguas:
vienes volando.
Allí está el mar. Bajo
de noche y te oigo
venir volando bajo el mar sin nadie,
bajo el mar que me habita, oscurecido:
vienes volando.
Oigo tus alas y tu lento
vuelo,
y el agua de los muertos me golpea
como palomas ciegas y mojadas:
vienes volando.
Vienes volando, solo solitario,
solo entre muertos, para siempre solo,
vienes volando sin sombra y sin nombre,
sin azúcar, sin boca, sin rosales,
vienes volando.
La muerte del amigo poeta encuentra a Neruda lejos del país, en sus labores como Cónsul de Chile en España. Escribe este poema en su homenaje y lo publica en la segunda parte de Residencia en la Tierra (1935).
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