lunes, 10 de abril de 2017

En torno al Arte I



Edgardo Anzieta


La Clairvoyance (René Magritte)


 I

El carácter liberador del arte no le proviene “per se”, por un determinado espíritu santo que baje sobre su cabeza y sobre sus obras, con la gratuidad de lo conseguido desde alguna parte, o peor, de “ninguna parte”.

Si se acompaña de alguna liberación, provendrá de su grado ejemplar en cuanto expresión humana; sus contradicciones resultan posibilidad: se presume trabajo liberado, pero también cede – cuantas veces sumiso – a los placeres e infiernos del mercado, pugnando entre valor y disvalor profundos. Ofrece futuro, pero accede con la más auténtica porfía – cuantas veces contumacia – en el presente sospechable y en el pasado patentemente culpable; no es ningún producto de la gracia y está más cerca del infortunio en la medida en que es producto (¿o resultado?) – muchas veces disfrazado de o mediado por – del trabajo. Su apariencia es su esencia por cuanto su disfraz de invulnerabilidad todopoderosa o toda fatalidad (¡y cuánto de pretensión omnipotente se alberga en todo afán de totalidad!) se asemeja demasiado a los mecanismos conscientes e inconscientes de la producción: consigue un todo, pero el hombre resulta dañado; un mundo se (re)hace y aparece, pero la especie queda cuando no solitaria, abandonada.




Y ese parecido extremo se acentúa en su balance: allí se está, pero no se vive.

¿O tal vez su sortilegio y seducción consiste de invertir el axioma anterior?

De ser así, trabajo y arte se acercan, como esos imanes que se atraen y repugnan inevitablemente: provienen del mismo material ígneo; ofrece el arte la alegría de vivir y asoma la desgracia del trabajo.

Su presencia era su apariencia; la gran seducción que todavía persigue a la especie: que alguna vez la esencia coincida con disfraz y mimetismo y, en un último por último, con la felicidad.

Con drama, todos sabemos que lo contrario (también) es cierto: la desgracia de vivir es ofrecida patente y demuestra la alegría del trabajo. El arte es ese horizonte, esa energía por ahora densamente eterna.

Es en esa densidad eterna donde el arte encuentra su (in)esperada sobrevida contra todo cálculo pesimista: su destino es ofrecer(se) (a) la correlación de ciencias, filosofía, no sólo como un componente y atractor fascinante; sino esencial en cuanto realidad “directa” que se arroja al mundo como prueba de la prioridad de la posibilidad y en cuanto “sueño” que aguarda otorgar significación al conjunto del quehacer humano, en las tres dimensiones del tiempo.

Aún en el aquí, cuando se “divierte”, el arte aporta gnoseología y las diversas neurosis de los creadores están justificadas, incluso contra ellos mismos; frecuente y afortunadamente contra ellos mismos.

Su aporte en gnoseología es más importante de lo que parece o de lo que acostumbramos conceder y reconocer; la intuición que esconde/revela es faz de la propia intuición de la conciencia humana que puede ser entendida y comprendida en una doble vertiente: parte de un proceso natural que de un modo u otro “obedece” y arraiga en lo natural, y parte, reconociendo lo dicho, de un proceso que se dirige a lo histórico, entendido como oportunidad en que la especie intenta (se esfuerza, se abre) por realizar la posibilidad de su autoconstrucción. Lo intuitivo (ese también del arte) es (momento de) un proceso natural de hondo, profundo sentido temporal con consecuencias valóricas: tiempo en dirección a historia; en sus destellos se aprecia como intuye ese radical espesor.

Participa de la apropiación del mundo de un modo radical porque la ofrece desde el sentido (ángulo) particular, una “subjetivización” que se hace componente del mundo pero que ayuda y auxilia a crear sentidos “subjetivo”-humanos de sentir, o de un pre-sentir aledaño al conocimiento, muchas veces empujándolo, otras sumergiéndose en este.


Liebre Joven (Durero, 1502)

Cuántas veces, por esa vía, el arte recoge los detalles (sensibilidad a los detalles) que la empiria y el dominio dolorosamente erradicaron, interesadamente olvidaron, y los trae al mundo viviente para que constatemos con asombro que el detalle era la esencia, o la posibilidad, o la encarnadura de la áspera belleza, su resonancia y hasta su renuncia.

Cuántas veces huyó porque su amor por el detalle y la singularidad, provenida de la universalidad, era la pura intuición capturando –o dejándose capturar– por la “cosmicidad”, embriaguez o ensoñación ante la totalidad intuida, esas fugas del cielo o hacia el cielo, huerfanías de la unidad. Cae, entonces y con frecuencia, transido y traspasado tanto de lo hipnótico cuanto de lo deslumbrante: la revelación cara al artista.

Hay allí, despejando la hojarasca empírica, esfuerzo por verdad y libertad, esfuerzo que es secreto de la especie, su anhelo, su utopía e, incluso, su dolorosa práctica.

Si el arte subyuga, lo hace desde el detalle que recoge inmisericorde el instante  que muere a la par que ampara y ofrece, compasivo, duración del ser de la posibilidad. La una crueldad y la otra compasión irradian unidad difícil que despliega pasado, actúa el presente y promete futuro; a ese desgarro no le resta otra cosa que la unidad –difícil otra vez, como todo en arte– con ciencias y filosofía: allí descubre, en el ámbito de lo esperable, una nueva y circular vida para sí y afirma para ciencia y filosofía una vieja libertad que siempre estuvo en el corazón y semilla atormentada del trabajo.

René Magritte, 1936 (Jacqueline Nonkels)




Edgardo Anzieta (Chillán, 1954), poeta y ensayista chileno. En el año 2012 publicó el libro Antología del Pan más Blanco. El artículo que aquí hoy publicamos pertenece a un ensayo todavía inédito llamado En torno al arte. En las siguientes semanas ofreceremos algunos fragmentos de esta obra.

Créditos:
La Clairvoyance, René Magritte: http://www.renemagritte.org/

Liebre Joven, Durero: www.wikipedia.org
Foto de Magritte: https://szeifertjudit.com/2015/12/10/arthivumrene-magritte/

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