Edgardo Anzieta
La Clairvoyance (René Magritte) |
I
El carácter liberador del arte no le
proviene “per se”, por un determinado espíritu santo que baje sobre su cabeza y
sobre sus obras, con la gratuidad de lo conseguido desde alguna parte, o peor,
de “ninguna parte”.
Si se acompaña de alguna
liberación, provendrá de su grado ejemplar en cuanto expresión humana;
sus contradicciones resultan posibilidad: se presume trabajo
liberado, pero también cede – cuantas veces sumiso – a los placeres e infiernos
del mercado, pugnando entre valor y disvalor profundos. Ofrece futuro, pero
accede con la más auténtica porfía – cuantas veces contumacia – en el presente
sospechable y en el pasado patentemente culpable; no es ningún producto de la
gracia y está más cerca del infortunio en la medida en que es producto (¿o
resultado?) – muchas veces disfrazado de o mediado por – del trabajo. Su
apariencia es su esencia por cuanto su disfraz de invulnerabilidad todopoderosa
o toda fatalidad (¡y cuánto de pretensión omnipotente se alberga en todo
afán de totalidad!) se asemeja demasiado a los mecanismos conscientes e
inconscientes de la producción: consigue un todo, pero el hombre resulta
dañado; un mundo se (re)hace y aparece, pero la especie queda cuando no
solitaria, abandonada.
Y ese parecido
extremo se acentúa en su balance: allí se está, pero no se vive.
¿O tal vez su
sortilegio y seducción consiste de invertir el axioma anterior?
De ser así, trabajo y arte se
acercan, como esos imanes que se atraen y repugnan inevitablemente: provienen
del mismo material ígneo; ofrece el arte la alegría de vivir y asoma
la desgracia del trabajo.
Su presencia era su apariencia;
la gran seducción que todavía persigue a la especie: que alguna vez la esencia
coincida con disfraz y mimetismo y, en un último por último, con la felicidad.
Con drama, todos sabemos que
lo contrario (también) es cierto: la desgracia de vivir es ofrecida patente y
demuestra la alegría del trabajo. El arte es ese horizonte, esa energía por
ahora densamente eterna.
Es en esa densidad eterna
donde el arte encuentra su (in)esperada sobrevida contra todo cálculo
pesimista: su destino es ofrecer(se) (a) la correlación de ciencias, filosofía,
no sólo como un componente y atractor fascinante; sino esencial en cuanto
realidad “directa” que se arroja al mundo como prueba de la prioridad de
la posibilidad y en cuanto “sueño” que aguarda otorgar significación al
conjunto del quehacer humano, en las tres dimensiones del tiempo.
Aún en el aquí, cuando se
“divierte”, el arte aporta gnoseología y las diversas neurosis de los creadores
están justificadas, incluso contra ellos mismos; frecuente y afortunadamente
contra ellos mismos.
Su aporte en gnoseología es
más importante de lo que parece o de lo que acostumbramos conceder y reconocer;
la intuición que esconde/revela es faz de la propia intuición de la
conciencia humana que puede ser entendida y comprendida en una doble vertiente:
parte de un proceso natural que de un modo u otro “obedece” y arraiga en lo
natural, y parte, reconociendo lo dicho, de un proceso que se dirige a lo histórico,
entendido como oportunidad en que la especie intenta (se esfuerza, se abre) por
realizar la posibilidad de su autoconstrucción. Lo intuitivo (ese también
del arte) es (momento de) un proceso natural de hondo, profundo sentido temporal
con consecuencias valóricas: tiempo en dirección a historia; en sus
destellos se aprecia como intuye ese radical espesor.
Participa de la apropiación
del mundo de un modo radical porque la ofrece desde el sentido (ángulo)
particular, una “subjetivización” que se hace componente del mundo pero que
ayuda y auxilia a crear sentidos “subjetivo”-humanos de sentir, o de un
pre-sentir aledaño al conocimiento, muchas veces empujándolo, otras
sumergiéndose en este.
Liebre Joven (Durero, 1502) |
Cuántas veces, por esa vía, el
arte recoge los detalles (sensibilidad a los detalles) que
la empiria y el dominio dolorosamente erradicaron, interesadamente olvidaron, y
los trae al mundo viviente para que constatemos con asombro que el
detalle era la esencia, o la posibilidad, o la encarnadura de la áspera
belleza, su resonancia y hasta su renuncia.
Cuántas veces huyó porque su
amor por el detalle y la singularidad, provenida de la universalidad, era la
pura intuición capturando –o dejándose capturar– por la “cosmicidad”,
embriaguez o ensoñación ante la totalidad intuida, esas fugas del cielo o hacia
el cielo, huerfanías de la unidad. Cae, entonces y con frecuencia, transido y
traspasado tanto de lo hipnótico cuanto de lo deslumbrante: la revelación cara
al artista.
Hay allí, despejando la
hojarasca empírica, esfuerzo por verdad y libertad, esfuerzo que es secreto de
la especie, su anhelo, su utopía e, incluso, su dolorosa práctica.
Si el arte subyuga, lo hace
desde el detalle que recoge inmisericorde el instante que muere a la par que ampara y ofrece,
compasivo, duración del ser de la posibilidad. La una crueldad y la otra
compasión irradian unidad difícil que despliega pasado, actúa el presente y
promete futuro; a ese desgarro no le resta otra cosa que la unidad –difícil
otra vez, como todo en arte– con ciencias y filosofía: allí descubre, en el
ámbito de lo esperable, una nueva y circular vida para sí y afirma para
ciencia y filosofía una vieja libertad que siempre estuvo en el corazón
y semilla atormentada del trabajo.
René Magritte, 1936 (Jacqueline Nonkels) |
Edgardo Anzieta (Chillán, 1954), poeta y ensayista chileno. En
el año 2012 publicó el libro Antología del Pan más Blanco. El artículo que aquí hoy publicamos pertenece
a un ensayo todavía inédito llamado En torno al arte. En las siguientes
semanas ofreceremos algunos fragmentos de esta obra.
Créditos:
La Clairvoyance, René Magritte: http://www.renemagritte.org/
Liebre Joven, Durero: www.wikipedia.org
Foto de Magritte: https://szeifertjudit.com/2015/12/10/arthivumrene-magritte/
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