miércoles, 5 de julio de 2017

Presentación del libro "Mito y Poesía en la obra de Rosamel del Valle"



Presentación en la Embajada de Chile
27.06.2017




Lo que haremos en el escaso tiempo que disponemos es adentrarnos en la vida y obra de un autor que yo creo fundamental en la literatura chilena, pero poco conocido por el público en general. ¿Quién es Rosamel del Valle y por qué darse el tiempo de estudiarlo? ¿Cuál es su importancia en la literatura chilena y latinoamericana? ¿Por qué estamos todos acá intentando conocerlo un poco más? Digamos primero que Rosamel del Valle no siempre fue Rosamel del Valle. Nació en Curacaví, localidad cercana a Santiago de Chile el 13 de noviembre de 1901 con el nombre de Moisés Filadelfio Gutiérrez Gutiérrez. Los primeros años de su infancia en contacto con el mundo rural serán sin duda el germen de algunos textos de madurez. El escenario natural del campo, ríos, montañas y bosques, así como la vida sencilla, pero al mismo tiempo compleja de sus habitantes aparecerá como símbolo de una dimensión trascendente o escenario de una acción maravillosa anidada en la memoria o la fantasía.

Curacaví a comienzos del siglo XX

Curacaví c. 2008


Cuando tenía recién 4 años, su padre se traslada con toda la familia a la capital, Santiago, como tantas otras personas de provincia, a buscar mejores perspectivas de trabajo. Así fue como Moisés Gutiérrez entró en contacto con una ciudad que lentamente dejaba el rostro colonial y aristocrático que tanto llamara la atención de Rubén Darío cuando la visitó unas décadas antes, y se transformaba en una urbe moderna en la que los campesinos se proletarizaban y comenzaba a afianzarse la clase media. Una ciudad, de todos modos, en transición, en donde el tranvía convive con el caballo y en la que no muy lejos de los palacios del centro se alzaban conventillos y barrios muchas veces improvisados con maderas y cartones.


Cérro San Cristoba (1925)
Ahumada esquina Compañía (1929)
  
Arturo Prat con Tarapacá (1920)

Conventillo en Mapocho con Baquedano (1920)



Cuando Moisés Gutiérrez tenía 17 años, muere su padre, dejándolo con la responsabilidad de mantener a la familia. Es así como comienza a trabajar como linotipista en la imprenta “La Ilustración”, actividad que será su sustento económico por muchos años. Por aquel tiempo comienza su interés por la literatura. Un amor de esta época con una obrera de la costura será el origen del nombre literario que usará hasta su muerte: Rosa Amelia del Valle. Este bautismo poético-amoroso dará inicio a una producción literaria que comenzará con olvidados textos modernistas y que se moverá hacia un vanguardismo militante y una posterior escritura metafísica, una obra que abarcará poemas, cuentos, novelas, crónicas y textos sencillamente inclasificables dentro de algún género determinado. Incluso se sabe de la existencia de una obra dramática, La Muerte en la Aldea, lamentablemente desaparecida. A esto es necesario agregar el reconocimiento que tempranamente Rosamel del Valle tuvo entre sus pares dentro y fuera de Chile. En 1926 aparece dentro de la ya mítica antología Índice de la nueva poesía americana, editada por Alberto Hidalgo, Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro, en la que se incluyen a los más destacados autores vanguardistas a nivel latinoamericano. Algo similar ocurrirá, pero a un nivel más local, en 1935 con la publicación de la Antología de poesía chilena nueva, a cargo de Eduardo Anguita (1914-1992) y Volodia Teitelboim (1916-2008), en la que aparece lo más destacado de la vanguardia chilena de ese tiempo. Al decir de Leonardo Sanhueza –uno de sus mejores lectores– «La transmisión […] de la obra de Rosamel en la historia última de la poesía chilena debe ser una de las más perfundidas o irradiantes, tal vez más que cualquier otro poeta chileno (¿Huidobro? ¿Parra?)» [“Itinerario por los Bellos Desastres de Rosamel del Valle”]. Señales de esta irradiación es posible encontrarla en Enrique Lihn (1929-1988), Efraín Barquero (1931) y sobre todo, en Jorge Teillier (1935-1996), quien incluso le dedica un poema “El retorno de Orfeo” (Para un pueblo fantasma, 1978, aunque hay una versión previa: “El Regreso de Orfeo”). Sin embargo, pese a su amplia y diversa obra y al reconocimiento de sus pares, es poco lo que se conoce de Rosamel del Valle. Esto, a todas luces, es una injusticia histórica y este trabajo, así como el de otros lectores, entre los que destaco a Leonardo Sanhueza, Macarena Urzúa y al recientemente fallecido Hernán Castellano Girón, busca revertir esa situación.


Rosamel del Valle (1918)


1926

1935




Lo que postulo en mi investigación es que la relación entre el mito y la modernidad en la obra literaria de Rosamel del Valle se refleja en la tensión entre un proyecto poético basado en una concepción mítica del mundo y de la poesía, y un contexto histórico que privilegia las posturas más racionalistas, relegando lo poético y lo mítico a una posición subalterna. La consecuencia de ello es la presencia en sus textos de un cuestionamiento de los alcances de sus propios postulados, tanto estéticos como vitales, lo que conlleva una vacilación entre la conciencia del fracaso y la reafirmación de la poesía como forma privilegiada de conocimiento y de vida.

Ahora bien, aquí hay dos conceptos que por sí mismos han dado para escribir bibliotecas completas: mito y modernidad. Ambos se usan con mucha frecuencia para señalar fenómenos diversos, particularmente el primero de ellos. Detengámonos un poco en lo que entenderemos acá por mito y cómo Rosamel del Valle desarrolla este concepto en sus escritos.


El mito es uno de esos conceptos que, de tanto discutírselo, en vez de aclararnos su naturaleza, se puede llegar a desdibujar lo que es. Tradicionalmente obtiene sus características generales de la religión griega, pero esto trae una serie de fenómenos no siempre resuelto por los estudiosos: no es algo exclusivo de la cultura greco-romana, por lo que hay particularidades que aparecen o no en las creencias de otros pueblos, tiene una frontera porosa con la religión y, aunque se lo distingue muchas veces de las leyendas y los cuentos de hadas, comparte con ellos muchas de sus características. Se lo entiende también como una “narración”, sin embargo hay mitos “conceptuales” como el “eterno retorno”, en los que no hay historia que contar. Por último, no menos importante, es la idea muy difundida de que un mito es algo opuesto a la verdad, falso y, por lo tanto, moralmente negativo.

Echo and Narcissus, John William Waterhouse (1903)


 Sólo para tener una mirada general sobre esta situación, les mostraré las definiciones del mito que recogen Aleida y Jan Assmann.

1.  Mito como “historias falsas” (unwahre Geschichten).
2.  El mito como una verdad atemporal (zeitlose Wahrheit).
3.  El mito como un “valor de rendimiento cultural” (kulturellen Leistungswert). Tiene la función de fundar, legitimar y modelar el mundo.
4.  El mito cotidiano (Alltags-Mythos): American Dream, el vino como bebida nacional de Francia, “todo tiempo pasado fue mejor”, supersticiones, etc.
5.  El mito como un concepto narrativo (narrativer Begriff): discurso estructurado y ficticio.
6.  Mitos literarios (literarische Mythen).
7.  Mitos no-narrativos (nichtnarrative Mythen): Diseños de mundo ideológicos u holísticos: “Decadencia” (Untergang) de Spengler, “Espíritu universal” (Weltgeist) de Hegels, “Matriarcado” (Mutterwelten) de Bachofen, etc.




Piedra del Sol (Ollin Tonahtiuhtlán / Sol del movimiento) - Civilización Mexica (azteca)


Como se aprecia, entrar en el terreno del mito, es una conversación de largo aliento que excede el escaso tiempo que tenemos para esta presentación. Sin embargo, permítanme un voto de confianza y créanme lo siguiente: en la obra de Rosamel del Valle se presentan por lo menos 3 formas de comprensión del mito: 1) como una forma de pensamiento; 2) como lenguaje; y 3) como narración tradicional. Estos tres niveles se complementan entre sí a lo largo del desarrollo de la escritura de Rosamel del Valle, tanto en sus obras poéticas como en las narrativas. Sin embargo, por honor al tiempo, me centraré en desarrollar la primera de ellas, pues es la que explica las demás.




El mito como forma de pensamiento

Para Rosamel del Valle la poesía es una forma privilegiada de conocimiento del mundo y del hombre. Esta función se desprende de la identificación entre poesía y mito. Desde esta perspectiva el mito será entendido como una forma de comprensión no racional del mundo. Aquí subyace la distinción tradicional entre dos formas de pensamiento, lo que los antiguos griegos llamaban logos y mythos. Como menciona el filólogo argentino Hugo Francisco Bauzá:

El mythos –al igual que el logos– pretende expresar una imagen del mundo, aunque a su manera; para ello desafía la razón lógica con el fin de provocar un quiebre en los razonamientos habituales. Y a través de ellos, acceder al conocimiento: frente al camino de la razón, el mito propone un camino alternativo. (2005:23)

Este camino alternativo es el de la imaginación. Al intentar comprender los fenómenos del mundo, llega un punto en el que la razón ya no puede responder frente a lo que observa. Es ahí en donde el mythos comienza a operar. Si la poesía es mito, aquella deja de entendérsela como un simple género literario y se constituye en un elemento primordial para el hombre en su afán de conocerse y conocer el mundo.

Desde la perspectiva del mito como una forma de pensamiento se desprende una concepción de la realidad en la que el mundo se encuentra compuesto por una dimensión cotidiana y empírica, lo visible, y una dimensión a la que sólo accedemos mediante la visión poética, que es lo invisible.



La dialéctica entre ambas es el marco desde donde la poesía adquiere su sentido. Su función será explorar la realidad para mostrar lo que estaba oculto. Como nos lo dice en su ensayo La violencia creadora (1959): «La especulación metafísica es, y si no lo es, debiera serlo, uno de los atributos del poeta.» (54) La poesía se entiende a sí misma, entonces, como una interrogación hacia el mundo y hacia el hombre y que en esta acción de desentrañamiento, nos muestra aquello que, aunque oculto, es el fundamento de nuestra propia esencia. Es en esa dimensión de la realidad, de lo invisible, lo que cotidianamente se nos escapa, aquello que le dará vida a la poesía. Este aspecto de la realidad y que es develado por la poesía es lo que Rosamel del Valle denomina lo maravilloso.

Si consideremos la situación física del sujeto, lo invisible se hace presente en una doble dimensión: externa, desplegada en el mundo, más allá de las cosas; e interna, en donde puede hallarse por medio de la relación con la memoria y con la muerte. Respecto a estos dos elementos, hay una visión cíclica del tiempo, típica del pensamiento mítico. Para Rosamel del Valle, lo invisible que se encuentra en nosotros se despliega como una doble nostalgia, hacia el pasado y hacia el futuro. El ser humano vive suspendido entre uno y otro movimiento y desarrolla lo que ya estaba escrito. Esta concepción vincula profundamente el aspecto vital del sujeto con la creación poética. Lo que vivimos y lo que escribimos es lo que ya se encontraba en nosotros y que se expresa mágicamente a medida que habitamos en el mundo.



Entonces, si los sentidos nos dan una visión limitada de la realidad, es necesario hacer uso de otras facultades del intelecto. El mythos opera simbólicamente basándose en la imaginación. Desde ella surge lo que Rosamel del Valle entenderá por poesía. Un ejemplo de cómo opera esta concepción en los textos de este autor podemos encontrarlo en el libro Elina Aroma Terrestre (texto escrito entre 1929 y 1940, pero publicado en 1983). En un pasaje de este texto el narrador comenta un suceso que le ocurrió siendo niño en un paseo que daba con su padre por los campos alrededor de la ficticia localidad de Valle Húmedo. Ambos se sentaron a descansar observando el paisaje en ese atardecer. Pronto el narrador toma consciencia de la actitud de su padre:

A veces miraba yo a hurtadillas a mi compañero y lo veía como asomado a una ventana, a un espacio que no era el que teníamos delante y aunque no decía una palabra, sabía yo que estaba en silenciosa charla con alguien, o con algo, y que algo, grato y bello debía decir y oir [sic] ya que los cabellos hacían un leve movimiento de espigas tocadas por el viento y que el rostro no era propiamente un rostro sino una lámpara recién encendida. (118)

En la contemplación del paisaje, el narrador-niño, se levantó para ir colina arriba y ver lo que había detrás de ella. El padre lo detiene y le explica:

No hay necesidad alguna de verlo todo, dijo, encendiendo un cigarrillo. El mundo es más vasto y profundo de lo que puedes imaginar. Pero no necesitas verlo todavía. Estás en la edad en que puedes adivinarlo todo sin gran esfuerzo no importa que cuanto adivines sea la realidad o la verdad. ¿Qué crees que hacía yo hace algunos instantes y mientras tú me mirabas a hurtadillas? Pues, oía lo que había al otro lado de la colina. Allí hay una aldea como Valle Húmedo, como todas las aldeas. Y un paisaje y una tranquilidad campestre como esta que disfrutamos acá. Nada de todo eso es igual a lo nuestro, a pesar de todo. Pero si vas allá, no podrás notar las diferencias. Oye, pues, desde el día lo que vive en la noche. Y desde la noche, lo que vive en el día. Más tarde comprenderás. (118-119)


No hay necesidad alguna de verlo todo, lo que en el contexto significa que no hay necesidad alguna de estar ahí, presente. El conocimiento que se hace de las otras aldeas es gracias a la imaginación. Esto está reforzado por la escenificación en la que se desarrolla el diálogo entre padre e hijo. Si la presencia de la colina le habla de un más allá geográfico, entre el lugar en donde se encuentran y las otras aldeas detrás de ella, el padre le advierte también al narrador sobre ese más allá temporal, justo en el momento en que el día y la noche llegan a su frontera, lo que permite el paso entre uno y otro ámbito. En sus palabras sobre la relación que debe tener con el día y la noche («Oye, pues, desde el día lo que vive en la noche. Y desde la noche, lo que vive en el día.») lo incita a mantenerse atento a lo que hay en ese otro lado de la luz. Y si bien pareciera muy pequeño para entender la profundidad de este poder que la imaginación le otorga en su relación con el mundo, finalmente el narrador afirma «Así, pues, más tarde, y a través de Elina, comprendí.»  Este personaje femenino, que vive en otra dimensión de la existencia y apenas se asoma en el mundo del narrador, es una representación de la poesía, por lo que hay que entender que es por medio de ésta que el hombre puede captar una dimensión más grande de la realidad y conocer aquello cuyas limitaciones temporales o espaciales no lo permiten físicamente.

(1920)


Esta visión mítica de la poesía se desprende de su contacto con las vanguardias artísticas y literarias, en especial del surrealismo. Si en sus primeros intentos literarios había en él cierta visión ingenua en que la poesía era expresión de los sentimientos a menudo tristes del poeta, ahora Rosamel del Valle desarrollará una concepción ontológica en la que la poesía tendrá una función fundamental para el ser humano. Este proceso ocurre porque las nuevas corrientes literarias problematizan no sólo la naturaleza de lo literario, sino también de la realidad. Les mostraré tres ejemplos para que aprecien la diferencia entre uno y otro momento:

Claros de luna (fragmento), Los poemas lunados (1920)

Vamos por la ruta de los solitarios
bebiendo la suave caricia lunar;
solitariamente, juntas nuestras manos
vámonos amada, vamos a soñar…

Las estrellas tiemblan en la altura inmensa
tejiendo un sublime poema de amor.
¿Ha sentido, amada, toda la belleza
de esta noche triste como una canción?

Mirador (1926)
8–Las campanadas andan en ómnibus por el aire
Se va a cerrar el día
                                   y la estación próxima llena de manzanas
Los hombres sujetan la inclinación del puerto
A su orilla los faros florecen
Una canción su cuerda en el horizonte
y el mar como espada
Vienen los pescadores a la playa de harina
Abren el túnel sale a rodar la noche
                                               Se cimbra en el cielo su perfume

Este proceso se acentuará aun más con la influencia del surrealismo, que dotará a esta “nueva mirada” sobre la realidad de un espesor metafísico. Será la afirmación de un “más allá” la que influirá en la concepción estética de Rosamel del Valle, más que el uso de las técnicas surrealistas como la escritura automática, el cadáver exquisito o los relatos oníricos. Veamos el comienzo de su libro País blanco y negro (1929):

EN PRIMER LUGAR, qué sentido tienen mis ojos. Suponiendo que irremediablemente esto tuviera que suceder al ahogarse la tarde, yo tendría que hablar o contar todo desde la habitación del sentimiento. Pero, aunque no se ha agotado la producción universal de suspiros, me parece que puedo desertar fusil al hombro de tales vicios. Muerte al suspiro.

Y esto nos lleva al tema de la experiencia poética. En definitiva, lo que el sujeto experimenta es fenómeno extraño a su experiencia cotidiana, que lo hace ingresar en lo que Bauzá llama la transhistoria, dimensión fuera del tiempo desde donde puede captar mejor el misterio de la vida. Pese a su extrañeza, le da sentido a “estar en el mundo”. Rosamel del Valle se inscribe en una tradición romántica que entiende a la poesía como una forma de vida. Pensemos en Friedrich Hölderlin cuando dice “Lleno de mérito, pero poéticamente, vive el hombre sobre esta tierra” («Voll Verdienst, doch dichterisch, wohnet der Mensch / auf dieser Erde.») La dificultad del poeta es poder captar esa experiencia y después reproducirla verbalmente en el poema. Por su parte, la dificultad del lector será poder ingresar a esa recreación verbal de aquella experiencia. Debido a las características metafísicas de esta comunicación, existe una dimensión mística tanto en la producción como en la recepción de este tipo de textos. Eso nos explica en parte la dificultad inicial de los textos poéticos de este autor. Pero también nos advierte de la diferencia profunda de su fundamento intelectual y el contexto histórico-cultural en el que aquella comunicación con el lector pretende realizarse.

El problema fundamental de esta propuesta estética es el contexto en el que se produce. La modernidad tensiona el proyecto poético de Rosamel del Valle. Si bien nutre los contenidos de su obra, cuestiona al mismo tiempo la validez de sus presupuestos.




Como vemos, los elementos más característicos de la obra de Rosamel del Valle se desprenden de la visión mítica de la poesía, de su comprensión como un fenómeno que sobrepasa la experiencia cotidiana del sujeto. Sin embargo, su producción surge en una época, la modernidad, que se caracteriza por el desarrollo del logos en detrimento del mythos. Hay, por lo tanto, una tensión entre esta concepción poética basada en un componente mítico, místico y metafísico y el contexto moderno, en donde tales posturas son minusvaloradas o rechazadas totalmente como falsas o de poca importancia por las corrientes hegemónicas de pensamiento.

Orpheus leading Eurydice from the Underworld, Jean Baptiste Camille Corot (1861)
La modernidad es la época en la que el ser humano toma consciencia de que es capaz de cambiar sus circunstancias históricas. Si antes generaciones de personas vivían y morían sin la expectativa de que su mundo cambiara radicalmente, ahora la idea de “progreso” se instala en la mentalidad del ser humano. Ya sea por las ideas o la técnica, el hombre sabe que puede cambiar su historia.

Este cambio radical en la percepción del tiempo se produce por el desarrollo continuo del pensamiento racional. Éste le permitirá al hombre, a través de la filosofía y la ciencia, entender los fenómenos del mundo que lo rodea. Las causas ya no serán ni espíritus ni dioses, sino elementos medibles y, sobre todo, manipulables. El conocimiento en esta etapa histórica no tiende a simplemente saber algo, sino a valorar su utilidad. Como lo menciona el historiador de la ciencia Morris Berman, lo que se busca no es saber el por qué, sino el cómo. La consecuencia última de esta postura epistemológica es la pérdida del sentido del mundo. Ese vacío de significado, que en términos más amplios será un vacío espiritual, será ocupado por el mismo pensamiento racional. Este proceso es el que Theodor Adorno y Max Horkheimer denunciarán bajo el nombre de razón instrumental.

Este proceso de constante desalojo del mundo mítico es lo que Max Weber (1864-1920) denominará como desencantamiento del mundo (Entzauberung der Welt). Este contexto histórico y cultural provocará un desplazamiento de la poesía como discurso y del poeta como sujeto dentro de la sociedad hacia una situación desmedrada o deficitaria. Tomemos por ejemplo Orfeo, poema en X cantos publicado en 1944, en el que Rosamel del Valle desarrolla el viaje de este héroe tracio hacia el hades, pero en clave moderna: El poeta desciende hacia la muerte para intenta recuperar a su amada Eurídice, representación de la poesía y de lo maravilloso. La ausencia de su amada en el mundo ha implicado que éste se suma en un proceso de degradación, en donde la muerte se expresa tanto en un plano moral como físico. Pese a su esfuerzo, Orfeo no es capaz de rescatar a su amada. En el canto “VII”, él se imagina cómo será recibido por los habitantes de su mundo luego de su fracaso. Un grupo de ellos, los vagabundos, viven alejados de la ciudad. Orfeo reflexiona:

Junto a las piedras solas, lejos de la ciudad, los vagabundos
Volverían la cara a mi paso, se pondrían coronas de almendros silvestres
Para decir detrás de mí […]
(Orfeo, VII, vv. 438–440)

Estos vagabundos pueden ser entendidos como representación de los poetas. Que vivan lejos de la ciudad, nos advierte su distancia respecto al resto de los seres humanos. No viven de la misma manera, aunque también sufren por la ausencia de Eurídice. Ellos son también los “Ermitaños del fuego” y, pese a su contacto con las llamas sagradas, viven solos y sin rumbo, representan la situación desmedrada de los poetas. El mundo se encuentra en ruinas debido a la muerte de Eurídice, la poesía. Pese a ello, los habitantes de este mundo decadente continúan su vida inauténtica. Esta distancia convierte al poeta en un ser desarraigado, pues su canto no encuentra sustento en los habitantes de la ciudad.

La misma situación es posible encontrarla en el poema “Hamlet 1950” de su libro de 1952 Fuegos y Ceremonias. El hablante enfatiza la distancia entre la época que habita y su rol de poeta. El nombre del texto caracteriza a este último como un personaje dubitativo en medio de su tiempo, reversionando el «to be or not to be» shakespereano: «¿Es el tiempo de callar? Los enigmas pierden las hojas / En un invierno que endurece el corazón. Es el tiempo de gritar, tal vez. […]» El poeta no sabe qué hacer en este mundo que lo desatiende:

[…] Entramos a la ciudad
Y no somos reconocidos. Alabamos al hombre
Y responde el gusano. Es el tiempo
Del gusano vestido de gala que se hace coronar
El domingo. Quien repita, vivirá. Y se repite
Para todos la orden reseca de los muertos.

Como en el caso de la ciudad en Orfeo, aunque hay vida, ésta ha perdido su vitalidad más profunda. El poeta busca ser escuchado por el hombre pero le responde el gusano, que es la representación de la muerte. La verdad poética ha sido reemplazada por un discurso religioso vacío de sentido (El gusano que se hace coronar / El domingo) y que se complementa con los conflictos políticos:

[…] ¿Dónde está el hombre
Que en un tiempo levantaba el día a su puerta?

No veo sino ciudades con banderas de ceniza.
Se pasa entre escombros reunidos. Se alaba
Lo que hiere. Queremos el vivo resplandor.
Pero para resplandecer hay que morir. Y
Siguen los días con trajes inconocibles.

Pero el hablante no se limita a describir la situación apocalíptica de su tiempo, sino que reflexiona sobre la función que debería tener en ese mundo:

Si decimos que es el tiempo
De levantar al fin la hoguera de la vida,
¿Quién nos entendería? Si decimos que es el tiempo
De callar, ¿qué sería de nosotros? ¿Cómo reforzar
La jaula del corazón entre las iras? Y al decir
Que es el tiempo de gritar, ¿quién recogería
El grano obscuro de nuestra lengua? Y si intentamos
Decir que es el tiempo de morir, ¿cómo refugiarnos
Lejos de las miradas del hombre carcomido?
¿Qué excusas dar a aquellos que nos llevan
De golpe hacia la humedad ardiente de los muertos?

El poeta debe reaccionar de alguna manera ante los desafíos que la época le pone enfrente, pero la situación catastrófica en la que se encuentra y la poca atención que los hombres (los muertos) le prestan a su canto, lo desplazan a una situación deficitaria muy alejada de lo que él cree que puede hacer por el mundo. Su duda se basa en la incomprensión. La tensión que tiene el poeta con su tiempo se fundamenta en la catástrofe, imagen entendible después de la II Guerra Mundial. Pero también se comprende respecto a un proceso social que ha socavado la valorización del poeta. En esto juega un rol importante el proceso de profesionalización del oficio poético en el contexto moderno, el que, al mismo tiempo, conlleva una mayor precarización. Mientras el poeta se siente en una tarea civilizatoria en un sentido prometeico, la sociedad no aprecia ni su discurso ni su persona. El poeta ha perdido el lazo profundo que antes tenía con su comunidad.

Estación Pirque (1935)

Esta contradicción entre las expectativas poéticas y la sociedad tendrá su correlato a nivel biográfico en Rosamel del Valle. En 1944, fecha de publicación de Orfeo, nuestro poeta, pese a que podría considerársele un escritor profesional, todavía no tenía la estabilidad económica que le permitiera dedicarse totalmente a la literatura. Por esa misma fecha la imprenta en la que trabajaba desde su juventud (“La Ilustración”) quiebra, dejándolo en una situación económica todavía peor. Su amigo y poeta Homero Arce, quien trabajaba por entonces en el Servicio de Correo, le ayuda a conseguir empleo en el Correo Central. Aunque esto le permitió subsistir, se trataba de un trabajo difícil. Hacía de todo lo que fuera necesario y, como consigna Leonardo Sanhueza: «[…] dicen que hasta debía barrer el piso». Homero Arce cuenta que el poeta se refería a este lugar como «“un barco de negreros” por las pesadas labores que en un principio le asignaron». Aunque después lo trasladan a la sucursal que se encontraba dentro del Palacio de La Moneda, lugar al parecer más benevolente, Homero Arce afirma que en una carta en la que Rosamel del Valle le cuenta sus vicisitudes laborales menciona que «Ahora se llama Gutiérrez el tipo». La profunda diferencia entre sus pretensiones estéticas y sus actividades laborales, generan este desdoblamiento entre el poeta Rosamel del Valle y el ciudadano Moisés Gutiérrez, empleado de Correos. Será ya en 1946 que por medio de otro amigo y poeta, Humberto Díaz-Casanueva, que por entonces trabajaba en el servicio diplomático chileno, consiga un empleo como corrector de pruebas en el Departamento de Publicaciones de las Naciones Unidas. Será este mecenazgo entre estatal e internacional lo que le permitirá cierta estabilidad hasta su jubilación y posterior regreso a Chile en 1963.

 
Barrio Cívico (1941)

Vista hacia la Alameda desde el Cerro Santa Lucía (1950)

Cuando Rosamel del Valle viaje hacia Nueva York en 1946, dejará atrás un país muy distinto a EE.UU. En esta época se produce un cambio importante a nivel mundial y local en cuanto a la situación de este país en el panorama internacional y las particularidades que vive Chile respecto a su proceso de modernización. En este aspecto, descubriremos que la distancia entre EE.UU. y Chile no es sólo geográfica, sino también en las formas de vida. El viaje que hace Rosamel del Valle lo pone en contacto con una realidad totalmente nueva. A diferencia de ese Santiago que se encuentra recientemente en un proceso de modernización industrial, Nueva York es una ciudad que ya ha vivido previamente esa transformación y que se ha convertido en una metrópolis cuyas características la vuelven arquetípica ante el resto de los países. Los rascacielos, el elemento más notorio de su paisaje urbano, son el resultado evidente de un desarrollo económico de escala mundial, cuyo centro es Wall Street, ya recuperado de la crisis de 1929 y en un período expansivo ahora que la guerra ha terminado y que el historiador Eric Hobsbawm denomina los años dorados (The Golden Years). La hegemonía económica desemboca en la constatación de la hegemonía política con la creación de la ONU, que tiene su sede en esta ciudad. Con ello, Nueva York se convierte en el centro del nuevo orden mundial de la postguerra.

Nueva York (1931)

Es aquí, en esta ciudad cosmopolita, que Rosamel del Valle volverá a experimetar el contacto con la magia. La gran diferencia entre Nueva York y Santiago, transformaba al EE.UU. de esa época en algo totalmente extraño tanto para Rosamel del Valle como para sus lectores que lo seguían en sus crónicas en los periódicos chilenos. Como lo señala Leonardo Sanhueza: «Era nuestro corresponsal en la luna […]» La experiencia de lo totalmente otro se volverá una expresión de lo maravilloso. En una carta a Homero Arce, la primera que le envía a su amigo desde esta ciudad, fechada el 27 de octubre de 1946, cuando ya se ha instalado, le comenta su accidentado viaje de cinco días en avión (según de lo que se desprende de sus palabras, lo normal eran tres) y le entrega sus primeras impresiones de su encuentro con Nueva York con una mezcla de temor y maravilla:

Mi querido Homero: aquí me tiene esta tremenda ciudad que es el mundo, la vida, el cielo y la tierra. […] –Bien, en N. York, el primer día, lloré. Es terrible el encuentro con esto. Pero muy bello, grande y bello. No tiene idea usted. […] La estoy pasando muy bien ahora y trato de olvidar los primeros días. Estuve fondeado dos días en un hotel, pues no me atrevía a salir a la calle por temor al inglés. ¿Cómo pedir algo? Los neoyorkinos escupen las palabras y el inglés que yo sabía, el de los textos, no sirve absolutamente para nada. Estoy recién venciendo mi timidez y largándome muy lentamente. Puede ser que lo aprenda pronto. Si no tendré que morirme entre estas gentes de otro mundo.

El impacto que le provoca un lugar tan distinto a Chile, partiendo por el aislamiento lingüístico debido al dominio de un inglés muy diferente al aprendido en los textos y pasando por las diferentes costumbres, lo lleva a esa reacción del encierro como una forma de protección ante aquello que se ve al principio tan amenazante (los días “fondeado” en un hotel). Pese a este primer impacto, pronto lo totalmente otro de Nueva York deja ese aspecto negativo y comienza a mostrarse como el lugar en que la mirada mítica de Rosamel del Valle encuentra tesoros de la imaginación en lo desconocido. De este modo, en otra carta a Homero Arce le comenta:

Desde mi balcón domino una parte (la oeste) [d]el río Hudson y diviso las casas y los rascacielos de color de New Jersey, que se levantan al otro lado. El río es fantástico a toda hora. Y anoche, cuando me asomé a mirarlo, vi que había anclado allí un barco fantasma, totalmente iluminado y cuya sirena me llama con vaga insistencia. La sangre me tiembla, pues he adquirido la sed del viajero. Quisiera ir a todas partes. Creo que ha muerto mi vieja abulia, mi antigua tranquilidad terrestre. Cuando uno abre los ojos a lo maravilloso pierde la paz para siempre.

Como escribirá en una crónica posterior: «En Nueva York todo es posible.» Esta ciudad le dará, por lo tanto, una experiencia poética enlazada íntimamente con su entorno urbano y cuyo resultado será una abundante producción de crónicas publicadas en diarios chilenos, en especial en La Nación.

 
Nueva York, 1946 (Andreas Feininger)
El contacto con lo maravilloso no quita que esa experiencia sea contradictoria. Nueva York, con los enormes rascacielos de Manhattan, su barrio comercial, representa también ese mundo amenazante de la razón instrumental que invalida en su acción lo poético. La visión más recurrente de Nueva York en el imaginario colectivo es la de los rascacielos de Manhattan. A fines de los años 40’s y comienzos de los 50’s en Chile no existían edificaciones tan altas, por lo que la imagen de los rascacielos sin duda impactó a Rosamel del Valle, como a muchos de los visitantes de la ciudad. Pero ellos tienen para él una valoración ambigua que se reitera en varios textos. En una de sus crónicas, por ejemplo, los describe de la siguiente manera: «Y sobre todo el brillo de los gigantes coronados, de los cíclopes, de los monstruos que lo siguen a uno a todas partes y que se llaman Empire State, Radio City, Waldorf Astoria, Rockefeller Center, etc.» Estos edificios son impresionantes por su tamaño, pero son gigantes, cíclopes y monstruos, lo que les añade un elemento negativo. El “rascacielos” es una imagen arquetípica de la metrópolis, pero su tamaño se debe a la expansión hipertrofiada de la lógica del dinero y ha significado la desaparición de las antiguas edificaciones y el reemplazo de las formas de vida previas. Los monstruos de Manhattan son una amenaza para los lugares en donde la vida auténtica sí existe, pues «Manhattan ruge demasiado y el Empire State quiere tener hijos. Hijos monstruos. Hijos soberbios.»

Nueva York, 1948 (Andreas Feininger)

Sin embargo, Nueva York tiene su refugio en el que la vida auténtica, la poesía, sigue latiendo. En una crónica anota lo siguiente: «Harlem y el Village, he ahí los dos polos, norte y sur, de la ciudad donde la esfinge americana muestra dos de sus más extrañas máscaras, las que rehuyen casi con espanto a las de Park Avenue, Madison Avenue o Wall Street.» (“Muerte de un poeta en Greenwich Village”) Y en otra crónica: «¡Harlem! ¡El Greenwich Village! Una pequeña Nueva York, dentro de la otra Nueva York, dentro de la grande, de la bulliciosa y soberbia.» (“Muerte de un poeta en el Greenwich Village”)

Manhattan desde Brooklyn, 1948 (Andreas Feininger)

Uno, el barrio de los negros, el otro, el de los artistas. Ambos representan espacios en los que todavía es posible una vida auténtica dentro de un contexto en que lo maravilloso es cada vez más precario. Como menciona en su crónica “La rueda de los recuerdos”: «En el Village encantado. En el centro de una Nueva York de otro mundo, puesto que allí no arden las hogueras del dios Dólar, sino las de la locura sin nombre. Allí donde todavía es posible ver pasar a un hombre con un ramo de flores, camino a una cena, de una boda o de un entierro.» Este barrio representa una forma “auténtica” de vivir, ya que está hecho a “escala humana”. Los rascacielos impresionan pero son una arquitectura alimentada por el dios Dólar y que se ha olvidado de los acontecimientos que marcan lo humano: el amor, una cena, una boda o un entierro. Este aspecto más “humano” del Greenwich Village en relación con el resto de la ciudad, explica también su carácter de “refugio” que adquiere tanto para los propios habitantes de Nueva York como para los extranjeros que llegan a la ciudad, pues es «[…] allí, donde el neoyorquino y el extranjero se crean su propio clima, su propia tierra o el país desde donde fueron arrancados hacia la aventura, un día la mano del ángel los hizo caminar sobre el océano hacia el confín.» El extranjero, el desarraigado de sus propios referentes, puede crearse su propio ambiente. Es este aspecto más humano del Greenwich Village el que posibilita que un poeta pueda vivir de su arte, situación aun más difícil fuera de él.

Harlem, 1948.

Greenwich Village, 1935.


Podemos ver, entonces, que en esta etapa neoyorkina, Rosamel del Valle encuentra un ambiente que en sus contradicciones alimenta, de todos modos, la percepción de lo maravilloso. Una vida poética es, pese a todo, posible, pero dentro de una situación de fragilidad. Es por ello que en la escritura de Rosamel del Valle seguirá teniendo momentos de vacilación respecto a la validez de su actuar como poeta. En el poema “Memoria monólogo” el hablante termina el poema con una duda que atraviesa a la poesía como actividad vital: «Y dudo si cantar / O morir».


Adiós Enigma Tornasol

La tensión entre la poesía como proyecto vital y las condiciones que la modernidad establece para una existencia enfocada hacia lo poético se mantiene como una duda en Adiós Enigma Tornasol, libro publicado póstumamente en 1967 y cuyo título ya es bastante explícito respecto a la naturaleza de su contenido. Es un conjunto de 12 poemas que buscan “poner orden en los papeles” ante la inminencia de la muerte. Es así como este adiós al enigma tornasol es la despedida de la propia existencia. Hay aquí también una reflexión sobre el poder de la poesía. Saber si es que ha valido la pena su ejercicio.

Publicado en 1967, dos años después de la muerte de Rosamel del Valle.

 Quisiera terminar la exposición deteniéndome en el poema con que finaliza este libro, “Desfavorable encantamiento del regreso”, es un texto que hace un cierre de doble nivel: tanto de la escritura como de la vida. En él se tematiza el viaje de regreso que Rosamel del Valle hace desde Nueva York a Chile en 1963, luego de jubilarse de su trabajo en la ONU, entendiéndolo también como el cierre de un círculo (regreso) combinando referencias biográficas (la mención indirecta a su esposa Thérèse Dulac, la extranjera del poema) con las del mito de Orfeo. Este retorno asumirá la dialéctica entre la negatividad del mundo y la posibilidad de la poesía como una reflexión sobre el valor de ésta y de la propia existencia, de una recapitulación de la vida y de los presupuestos estéticos. Además, Rosamel del Valle entiende su regreso a Chile como un viaje que combina el retorno al origen con la consciencia de la muerte. De ahí la ambigüedad del título y el tono reflexivo que se expresará en el comienzo del poema con preguntas no resueltas sobre la propia existencia: «¿Y ahora? ¿Qué soy? ¿Qué eres?» Esto intenta resolverse con el significado simbólico y ambivalente del abismo y la luz:

[…] La iridiscente
Pesadilla del hermoso infierno
Inflamó la cicatriz. La luz amada y temida
Floreció en el relámpago. Desnudos estamos
Ante el universo crecido y hemos madurado antes de tiempo.
¿Qué es ese ojo que llaman sol? Creo en una bebida
De olvidado sabor en los huesos. Así se lustran la lengua
Los que vuelven. Los que destapan el lecho donde durmió el cuerpo
encantado por indescifrables artificios.

En este cuestionamiento y búsqueda de la verdad existencial por medio de la poesía, la mujer aparece como fuente posible de conocimiento: «Di tú, mujer y fidelidad –lo difícil–, grano dorado y estrella de corazón abierto, / ¿Nos recibe el universo o nos rechaza? ¿Tienen alguna puerta las murallas que nos esperan?» Por su parte, el hablante, que siempre ha buscado una verdad, afirma: «Tú sabes, soy el escorpión de la duda y apenas si algo aprendí en la flagelante academia de las llamas.» Aquella academia de las llamas es una representación de la poesía. Pero ahora, ya viejo y pronto a la muerte, el hablante reconoce la escasez de lo aprendido mediante ella. A su vez, el poder de la poesía es referido a un tiempo pasado:

Era bello el infierno en la metamorfosis.
¿Entiendes? Animales y pájaros convertidos en países, en ciudades, en lenguajes.
La tempestad de cabellos plomizos no envejecía en los espejos,
Jóvenes huracanes se abrían en el cielo de la lengua
Entre tú y yo y esas llamas que me lamían desde lejos.

La poesía surge de esta relación entre el hablante, su amada y las llamas. Ésta se expresa en la metamorfosis que realiza sobre el mundo cotidiano, en términos que denotan una fuerza casi destructiva (tempestad, huracanes, llamas). Además, muestra la capacidad de la poesía de sustraer del tiempo al sujeto, expresando la concepción mítica del tiempo fuera del tiempo. Sin embargo, pese al poder de la poesía, el triángulo mágico que la conforma se encuentra siempre amenazado:

Mientras
Tú que eras la inmensidad perdida entrabas
En frías mansiones por escalas líquidas,
Tal vez en el agua de la muerte en la ausencia.
Desposada entre hachas ardientes,
Con mi corazón puesto en el dedo como anillo.
Sola, estrella perseguida por pájaros en invierno.
Y yo en la luminosidad para ciegos
Más solo
Que el dios dormido entre helechos sonrientes.

La imagen mágica de la poesía se despliega en ese pasado que se asume ha cambiado en el presente de la enunciación, dándole a aquel tiempo un aspecto idealizado:

En un tiempo cada país fue visión encandilada,
Cada ciudad pozo de celebración con mil manos dispersas entre fuegos
artificiales,
Cada hombre movible imagen terrestre,
Cada mujer estrella con tijeras de fuego y sonrisa injertada por el rayo.
Sí, y cada vida sinfonía total en el delirio
Y cada muerte tu boca decapitada en el sueño.

En esta imagen, la ciudad aparece como un espacio positivo, que en la contraposición de tiempos es posible asumir que ha cambiado en este ahora en que la poesía ha dejado de ejercer ese poder metamórfico. El viaje de regreso se plantea como ese “ahora” en que la poesía ha decaído, de ahí su calificativo de desfavorable.

Al desplazamiento geográfico se le une el aspecto vital. Allá, hacia donde el hablante regresa, o sea Chile, se encuentra también la muerte. Éste asume indirectamente el rol de Orfeo cuando afirma: «Y ahora, / Ya ves, brilla en mi piel la luz de Eurídice». Este regreso hacia el origen es una expresión de aquella vuelta del cantor tracio hacia la ciudad que encontrábamos en el poema de 1944. La ciudad de los muertos se extiende ahora hacia aquella tierra que está pronta a recibirlo. Allá se encuentra la muerte esperándolo. Pero a diferencia de entonces, el poeta vuelve ahora con Eurídice. Thérèse Dulac, esposa de Rosamel del Valle, es el correlato real de aquella idea estética presente en la imagen de Eurídice. La mujer-poesía que provenía de los sueños es ahora una mujer concreta que se va con él a un país lejano. Esto implica una victoria de lo poético en la vida. Sin embargo, el traslado hacia un lugar en que reina la muerte, conlleva una reflexión sobre el futuro de aquella tríada: él, ella y la poesía. Eurídice es la extranjera en este mundo:

La extranjera pegada a huesos tuyos y a tempestades mías.
La extranjera en viaje por mi ser, nube de estío en un cielo olvidado.
Se abrieron al fin las puertas secretas y vamos en vuelo
Y abierto está el libro de los resúmenes.

En este libro de los resúmenes, del cual este poema pareciera ser una “página”, existe un balance positivo:

«Quien regresa con encantamientos y signos
Le ha robado al sol su melodía,
A la noche los alcoholes de su cabellera.
Clavado está el recuerdo con alfileres de fuego
Y, de muerte, resucita».

La muerte se expresa nuevamente con la ambigüedad que es posible apreciar en los textos más tempranos. Por un lado, un límite existencial en el que tanto la poesía como la vida terminan. Por otro lado, un espacio numinoso en el que el misterio es la fuente de lo poético. Pero, inmediatamente, el hablante vuelve a una duda sobre la validez de ese logro poético-existencial:

Tal vez
Un pájaro en vuelo por el desierto
O una nube extraviada en el mar por el trueno.
Tal vez el camino que envejeció alejándose,
El humo que nos esperaba detrás de las montañas
En el maleficio de los indios porfiados.
Tal vez y tal vez y tal vez.

El misterio de la muerte se presenta aquí como una duda que quizás acaba con aquel logro obtenido con el “rescate” real de Eurídice: «¿Y si el misterio nos corta las manos? ¿Quién / Nos uniría de nuevo?» Este regreso, aunque se trata de un mismo movimiento para Orfeo/Rosamel y Eurídice/Thérèse hacia Chile / muerte significan cosas distintas para cada uno. Sólo para el primero este viaje es propiamente un regreso. Para la segunda, es un alejamiento de su lugar de origen. Además, el viaje es hecho por el aire, por lo que la llegada a destino es expresado como un descenso:

Y yo desciendo,
Desciendo a lo largo de tu sombra
Con el sonoro anticipo de las lluvias que me esperan.
Tú, lejos de tu origen, de tu vida y de tu muerte,
Yo, cerca de mi origen, de mi vida y de mi muerte:
Prisioneros en el canto del viento degollado y majestuoso.

La tensión entre un proyecto poético-vital basado en una concepción mítico-mística y un contexto moderno en el que prima el desencantamiento del mundo que corroe la validez del primero, se resuelve en este texto en la consciencia de la obtención de lo poético, de aquella Eurídice tan esquiva en una época anterior, pero también en la fragilidad de ella en el mundo. En este punto de su producción, Rosamel del Valle propone un conocimiento de vida (Lebenswissen) que resuelve la tensión que persistía desde temprano en su producción, mediante la aceptación de la fragilidad del fenómeno poético en el contexto moderno. En este recuento, lo aprendido es poco (recordemos ese «y apenas si algo aprendí en la flagelante academia de las llamas»), pero considerando las circunstancias en las que ese conocimiento se obtiene es, al mismo tiempo, mucho. El proyecto de revivir el mundo mítico de la poesía en el mundo real de la modernidad se revela como algo imposible a nivel general. El tiempo mítico queda confinado a un pasado idealizado. Pero si antes, en el poema Orfeo, este fracaso sembraba la duda sobre la validez de la poesía como discurso privilegiado y como una forma de vida posible, en “Desfavorable encantamiento del regreso”, texto que cierra el periplo poético-vital, el criterio de evaluación no está en lo general, sino en lo personal, en lo que al menos se tiene. Lo “desfavorable” de este regreso pasa por la preocupación por la poesía, encarnada en la amada que se despide de su tierra y llega a Chile como extranjera, metamorfoseada poéticamente en la Eurídice tanto tiempo anhelada, ya viva en el mundo, pero frágil ante la hostilidad de éste.

La poesía, pese a esta situación, se mantiene hasta el final como una forma de habitar en el mundo. La aceptación de la muerte que lo espera no es una renuncia a la poesía, sino una reafirmación de ella. Este deseo se vuelve una imprecación ante la imposibilidad de asegurar a la poesía, de sostenerla después de muerto. De ahí la invocación de lo divino para que la amenaza no se cumpla:

Así no sea
Y no amén

Pocos meses después de terminar Adiós Enigma Tornasol, Rosamel del Valle muere el 22 de septiembre de 1965 durante el sueño, su último viaje.



Imágenes:
Rosamel del Valle: www.memoriachilena.cl
Curacaví: Imágenes de Chile del 1900; http://www.curacavi.com
Santiago: Archivo Fotográfico Chilectra - Luces de Modernidad; Fotos Antiguas de Chile.
Nueva York: (casi todas) (c) Andreas Feininger
Obras de arte: Wikipedia.
 


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