versión de Pamela Uribe Valdés
En un texto que he leído del
académico Celso Lara, se señala que en las sociedades que conocen la escritura,
la tradición oral pasa a ser una vía de expresión de las culturas subalternas;
literatura menor o menospreciada. En cambio, en los pueblos ágrafos se concibe
como patrimonio colectivo. Es por ello que en sociedades en que la clase
predominante se apropia de la escritura, las prácticas correspondientes a la
oralidad se transforman en una especie de resistencia cultural o trinchera,
dado que se constituyen en el reservorio cultural de los marginados.
Entre esas historias casi
extintas por la cultura oficial, encontré un nombre que me pareció
particularmente interesante: Lydia Umkasetemba. Nada se sabe acerca de ella,
excepto que su nombre aparece junto a diez de los relatos de Henry Callaway
publicados en el año 68 bajo el título de Nursery
Tales, Traditions, and Histories of the Zulus: In Their Own Words. Su
presencia fue pasada por alto por los grandes historiadores de la literatura de
su propia etnia como Benedict Vilakazi y Herbert Dhlomo. Probablemente porque como
se señaló en varias historias de la literatura sudafricana “las lenguas bantúes
no tienen literatura”; una afirmación tantas veces repetida que terminó por
convertirse en una “realidad”.
La historia original se titula
“Unanana and the Elephant” y trata sobre una madre que nunca se rinde en la
búsqueda de sus hijos. Es necesario mencionar que las historias zulúes se derivan
a menudo de proverbios y éstos eran, generalmente, piezas de consejos formados
por experiencias históricas, eventos y observaciones del comportamiento de la
naturaleza. La historia “Unanana and the Elephant” se origina en un proverbio llamado Unanana-bosele, que significa una persona obstinada, tan obstinada
como una rana y se aplica a aquellos que jamás renuncianante las adversidades, por más difíciles que éstas puedan
ser.
Otra
observación interesante sobre este cuento corresponde al vínculo entre los
animales y las características humanas. Es así como las ranas, en diversos
cuentos zulúes, simbolizan la obstinación, mientras los elefantes, a diferencia
de la tradición procedente de India que los representa como gigantes piadosos, en
las culturas africanas se les muestra
como los villanos de la historia.
Además de todo lo anteriormente
señalado, quisiera destacar la presencia de la mujer solitaria enfrentando
retos inmensos se representa en la figura de Unanana buscando a sus hijos por
la sabana. Lo que probablemente demuestre que una mujer, puede enfrentarse y
triunfar sobre un obstáculo grande y difícil. Una representación feminista en
un contexto absolutamente machista.
La historia de “Unanana y el
elefante” dice más o menos así:
Hace muchos, muchos años,
vivía en una cabaña una mujer llamada Unanana junto a sus dos hermosos hijos.
Una mañana, Unanana fue al bosque a recoger leña y dejó a sus hijos jugando con
su prima, una muchacha que vivía cerca de ellos. Los dos niños y la muchacha
jugaron felices afuera de la cabaña.
De pronto escucharon un
crujido en las hierbas cercanas y vieron que sentado en una roca los miraba un
babuino con semblante curioso.
-¿De quién son esos niños? - le
preguntó el babuino a la muchacha.
-Son los hijos de Unanana - respondió
la muchacha.
-¡Bien, bien, bien! - Exclamó
el babuino con su profunda voz y continuó diciendo - ¡Nunca antes había visto
niños tan hermosos!
Después de decir esto, el
babuino desapareció sorpresivamente y los niños junto a la muchacha retomaron
su juego.
Al poco tiempo oyeron el leve
crujido de una ramita y, al levantar la vista, vieron los grandes ojos marrones
de una gacela que los miraba desde un arbusto. La tímida gacela desde los
arbustos preguntó a la muchacha:
-Dime muchachita, ¿de quién
son esos pequeños?
-Pertenecen a Unanana -
respondió la muchacha.
-¡Bien, bien, bien! - Exclamó la gacela y con su suave voz continuó:
¡Nunca antes había visto niños tan hermosos! - y con un elegante salto
desapareció tras los arbustos.
A esa hora y con los implacables
rayos del sol de mediodía sobre sus cabezas, los niños ya cansados de jugar se
dieron una pausa. Tomaron, entonces, una pequeña calabaza, la sumergieron en una
gran olla llena de agua que estaba junto a la puerta de su choza y bebieron
hasta saciarse.
Inesperadamente, un rugido
agudo que les hizo erizar la piel los tomó por sorpresa, fue tanto el temor que
la joven muchacha aterrorizada dejó caer su calabaza derramando todo el
preciado líquido sobre la agrietada tierra. Cuando los muchachitos alzaron la
vista pudieron ver ya casi sobre ellos el cuerpo manchado y los ojos
traicioneros de un joven leopardo que se había deslizado sigilosamente hacia
ellos.
-¿De quién son esos niños? -
Exigió con mirada amenazante el leopardo.
-Pertenecen a Unanana - respondió
con voz temblorosa la muchacha, mientras retrocedía lentamente hacia la puerta
de la cabaña en caso de que el leopardo se lanzara hacia ellos. Pero, para
suerte de los niños, en ese momento el joven y manchado cazador no estaba
interesado en atrapar comida. Es por esto que exclamó:
- ¡Nunca antes había visto
niños tan hermosos! - y con un movimiento de cola se desvaneció tras los
arbustos del monte.
Los niños sintieron miedo de
todos estos animales que se acercaban a ellos y les hacían tantas preguntas.
Probablemente producto de ese miedo comenzaron a llamar fuertemente a Unanana
para que regresara, pero en lugar de su madre, un enorme elefante con un solo
colmillo salió detrás de un gran arbusto y se quedó mirando a los tres muchachitos
que, en ese momento, estaban demasiado asustados como para moverse.
-¿De quién son esos niños? -
Le gritó el elefante a la prima pequeña, agitando su trompa en dirección a los
dos hermosos niños que trataban de esconderse detrás de una enorme roca.
-Ellos... pertenecen a Una...
Unanana - titubeó la niña.
El elefante dio un paso
adelante.
-¡Nunca antes había visto
niños tan hermosos! - tronó - ¡Me los llevaré conmigo! - y abriendo de par en
par la boca se tragó a los dos niños de un solo bocado.
La joven muchacha gritó
aterrorizada y entró corriendo a la cabaña. Desde la oscuridad y la seguridad de
la choza, escuchó cómo los pesados pasos del elefante se volvían cada vez más
débiles mientras el sonido era devorado por la inmensidad de la sabana.
No fue hasta mucho después
que Unanana regresó trayendo un gran manojo de madera sobre la cabeza. La niña
salió corriendo de la casa en un estado terrible y pasó un tiempo antes de que
Unanana pudiera entender toda la historia que ella trataba de contarle.
-¡Ay! ¡Ay! - Dijo la madre. -
¿Los tragó enteros? ¿Crees que todavía podrían estar vivos dentro del estómago
del elefante?
-No lo podría decir - , dijo
la niña, y comenzó a llorar aún más fuerte que antes.
-¡Bueno! - dijo calmadamente
la madre. - Solo hay una cosa que hacer. Debo ir al monte y preguntar a todos
los animales si han visto un elefante con un solo colmillo, pero primero debo
hacer los preparativos.
Entonces Unanana tomó una
olla y cocinó muchos frijoles hasta que estuvieron suaves y listos para comer.
Luego, agarrando su cuchillo más grande y colocándose la olla con la comida en
la cabeza, le dijo a su sobrina que cuidara de la cabaña hasta que ella y sus
pequeños regresaran y partió hacia la inmensidad en busca del elefante de un
solo colmillo.
Unanana pronto encontró las
huellas del enorme animal y las siguió a cierta distancia, pero el elefante no
estaba por ningún lado. En ese momento, cuando cruzó algunos árboles altos y
sombreados se encontró con el babuino.
-¡Oh, babuino! ¡Ayúdame! – Suplicó
la madre - ¿Has visto un elefante con un solo colmillo? Comió a mis dos hijos y
debo encontrarlo.
-Siga recto por este camino hasta
llegar a un lugar donde hay árboles altos y piedras blancas. Allí encontrarás
el elefante - dijo el babuino.
Entonces la mujer, agradecida
de su ayuda, siguió por la pista polvorienta durante mucho tiempo, pero no vio
señal alguna del elefante.
Repentinamente, notó una
gentil gacela saltando junto al camino.
-¡Oh, gacela! ¡Ayúdame! ¿Has
visto un elefante con un solo colmillo? – Preguntó nuevamente la mujer - Él ha
comido a mis dos hijos y debo encontrarlo.
-Siga recto por este camino
hasta llegar a un lugar donde hay árboles altos y piedras blancas. Allí
encontrarás el elefante -dijo la gacela mientras se alejaba saltando ágilmente.
-¡Dios mío! - Suspiró Unanana
- Parece un camino muy largo y estoy tan cansada y hambrienta – se decía, mientras
tomaba un pequeño descanso antes de continuar.
Pese al hambre y al cansancio
la mujer no comió la comida que llevaba, ya que eso era para poder dárselo a
sus hijos cuando los encontrara. Mucho caminó Unanana, cruzó arbustos y pasó
por entre las rocas. Una y otra vez miraba la inmensidad si es que podía
divisar al elefante de un solo colmillo. Finalmente, un poco perdida y
desesperada dobló en una curva del camino y vio a un leopardo sentado afuera de
su cueva, lavándose con la lengua.
-¡Oh, leopardo! – Exclamó la
mujer dejando un vacío de cansancio - ¡Ayúdame! ¿Has visto un elefante con un
solo colmillo? Comió a mis dos hijos y debo encontrarlo.
-Siga recto por este camino
hasta llegar a un lugar donde hay árboles altos y piedras blancas. Allí
encontrarás al elefante - respondió el leopardo, mientras inclinaba su cabeza y
continuaba su baño.
-¡Ay! - Se quedó sin aliento
Unanana. - ¡Si no encuentro ese lugar pronto, mis piernas no me llevarán más!
Caminó un poco más
tambaleándose de cansancio hasta que, de pronto, delante de ella vio algunos
árboles altos con grandes piedras blancas extendidas por el suelo.
-¡Por fin! – Exclamó la mujer
mientras corría hacia el lugar. Allí encontró a un enorme elefante que yacía
satisfecho a la sombra de los árboles. Una mirada fue suficiente para darse
cuenta que solo tenía un colmillo, así que acercándose lo más que pudo, ella
gritó con furia:
-¡Elefante!, ¡Elefante! ¿Eres
tú el que ha comido a mis hijos?
-¡Oh no!, - Respondió
perezosamente. - Siga recto por este camino hasta llegar a un lugar donde hay
árboles altos y piedras blancas. Allí encontrarás el elefante que buscas – le
respondió el gran animal sin moverse de su lugar.
Pero la mujer estaba segura
de que éste era el elefante que buscaba y pateó su pie. Entonces le gritó de
nuevo:
-¡Elefante!, ¡Elefante! ¿Eres
tú el que ha comido a mis hijos?
-¡Oh, no! Siga recto por este
camino... - comenzó a repetir nuevamente el elefante, pero fue interrumpido por
Unanana que corrió hacia él agitando su cuchillo y gritando:
-¿Dónde están mis hijos?
¿Dónde están?
El elefante abrió la boca y,
sin siquiera levantarse, tragó a Unanana con la olla y el cuchillo de un solo
bocado. Sin embargo, eso era justo lo que Unanana había esperado. Entonces la
mujer bajó, bajó y bajó en la oscuridad, hasta que llegó al estómago del elefante.
¡Qué espectáculo encontraron sus ojos! Las paredes del estómago del elefante
eran como una cadena de colinas y acampando entre estas colinas había pequeños
grupos de personas, muchos perros y cabras y vacas y sus dos hermosos hijos.
-¡Madre! ¡Madre! - Gritaron
cuando la vieron. - ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡Oh, estamos tan felices,
pero también hambrientos!
Unanana bajó la olla de su
cabeza y comenzó a alimentar a sus hijos con los frijoles que había preparado.
Los muchachos comieron con voracidad mientras todas las personas y animales que
allí se encontraban se agolparon junto a la familia pidiendo solo una pequeña
porción de la comida, por lo que Unanana les dijo maliciosamente:
-¿Por qué no asan carne por
sí mismos, viendo que están rodeados de ella?
Acto seguido, Unanana tomó su
cuchillo y cortó grandes trozos de carne del elefante y los asó sobre el fuego
que había encendido. Pronto todos quienes se encontraban allí, incluidos los
perros, las cabras y el ganado, se deleitaron con la carne de elefante.
Por otra parte, en la sabana
resonaban poderosamente los gemidos del pobre elefante. Todos los animales de
los alrededores se apresuraron para descubrir la causa de aquellos ruidos tan
aterradores. Ante las curiosas preguntas de los visitantes, el elefante sólo
pudo responder:
-No sé qué es, pero desde que
me tragué a esa mujer llamada Unanana me he sentido muy incómodo y perturbado
por dentro.
El dolor empeoró cada vez
más, hasta que, con un gruñido final, el elefante cayó muerto. Entonces Unanana
volvió a tomar su cuchillo y abrió una salida entre los desgarrones del
elefante a través de los cuales pronto corrían perros, cabras, vacas, hombres,
mujeres y niños, todos parpadeando bajo la fuerte luz del sol y gritando de
alegría por ser libres una vez más.
Los animales ladraban, balbuceaban
o gritaban su agradecimiento, mientras los seres humanos le entregaban a
Unanana todo tipo de regalos en agradecimiento a ella por haberlos liberado, de modo que cuando Unanana y sus dos hijos llegaron a
casa, ya no eran pobres.
La pequeña prima estaba feliz
de ver a su familia de regreso y ver a muchas otras personas y animales
caminando tras de ellos. Esa noche, para celebrar tuvieron un banquete. ¿Puedes
adivinar lo que comieron? Sí, carne asada de elefante.
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