Jon Vendon
Marisa descolgó el teléfono y marcó el número del móvil de Sonia. Tuvo que esperar varios tonos, pero al final escuchó la voz de su amiga.
—Si me llama para que me cambie de compañía telefónica o para venderme cualquier cosa, no me interesa. —Ya iba a colgar cuando Marisa le habló.
—Hola, Sonia. Soy Marisa.
—¿Ha pasado algo?
—Han pasado muchas cosas, en mi vida y en la tuya. ¿Qué te parece si quedamos para tomar algo como en los viejos tiempos y hablamos? —propuso Marisa.
—Pues claro —afirmó Sonia—. ¿Cuándo te va bien que quedemos? ¿Aviso a las demás?
—Lo antes posible, y no avises de momento a Carla y a Paloma.
—Como prefieras. Salgo a las seis de trabajar y no tengo que recoger a Miguelín de las actividades extraescolares hasta las ocho. ¿Te va bien si quedamos a las seis y cinco en la cervecería José Luis? Está junto a mi oficina, en el número ochenta y nueve de la calle Serrano. No es la típica cervecería, tienen bastantes mesas.
—Me parece bien. Quedamos esta tarde. No te entretengo más, debes estar muy atareada.
—Marisa… me alegro de que me hayas llamado.
—Y yo de haberte llamado. Hasta esta tarde.
Durante el trayecto hasta la base aérea de Torrejón de Ardoz, el móvil de Miguel comenzó a emitir el timbreo típico de una llamada entrante. La pantalla indicaba que la llamada provenía de la sede central del CNI en Pozuelo de Alarcón. Miguel activó el «manos libres» y redujo la velocidad a la que circulaba.
—¿Miguel? Soy Fernando Sainz de Rozas.
—Dígame, señor. ¿Ha ocurrido algo?
«Algo debe haber pasado. No es normal que el director del CNI se ponga en contacto con los agentes momentos antes de partir a una misión», pensó Miguel.
—Un pequeño contratiempo. ¿Está con usted Carlos Hernández?
—Sí, lo acabo de recoger de su domicilio.
—Parece que hay varios casos de viruela en la base Miguel de Cervantes. El general Ramírez, al mando de la base, me lo acaba de confirmar. Tenemos que retrasar el despegue del vuelo. Estamos esperando la llegada de trajes de bioseguridad de nivel 3 y 4, así como de varias carpas de aislamiento, medicación y material para la desinfección. De todo esto se encargan una docena de sanitarios de la UME, que deberían llegar en unas horas y que también viajarán en el mismo vuelo que ustedes. Ya he informado a los otros dos agentes integrantes del operativo de esta circunstancia. ¿Me escucha, Hernández?
—Sí, alto y claro.
—Soy el director del CNI.
—Fernando Sainz de Rozas, ¿verdad?
—Así es. Le agradezco que haya aceptado colaborar de nuevo con el CNI.
«Colaborar. ¡Qué cinismo! Voy a trabajar para el CNI, me voy a jugar el cuello», pensó Carlos.
—He leído su historial y es impresionante. También me han hablado muy bien de usted sus antiguos compañeros.
—Gracias. He aceptado… trabajar de nuevo para el CNI por sentido de responsabilidad. Espero no arrepentirme. Únicamente exijo que no se me oculte nada durante la operación, absolutamente nada. Es preciso que tenga toda la información de la que se disponga en tiempo real. Puede que además precise de más ayuda material y de efectivos sobre el terreno, en el Líbano, pero también en otros países, así como libertad de movimientos. Si no es así, me retiraré. ¿Me escucha?
Al otro lado de la línea, y durante unos segundos, solo hubo silencio. El director del CNI no estaba habituado al tono exigente de Carlos, pero no le quedaba más remedio que claudicar. Carlos era imprescindible en la operación.
—Está bien, Hernández, cuente con ello. Ahora debo colgar, tengo una reunión con el ministro de defensa. Manténganme permanentemente informado sobre los avances en la investigación.
El general colgó y Miguel soltó una sonora carcajada.
—Debe haberle sentado como un tiro que un exagente le hable de esa manera.
—Son mis condiciones. No sabemos nada. Puede que el caso de la base Miguel de Cervantes tenga ramificaciones inesperadas.
Cuando llegaron a la base aérea de Torrejón de Ardoz, Miguel le mostró su documentación al soldado de la entrada, quien de soslayo miró a Carlos.
—¿Y él? —preguntó mientras observaba las condecoraciones que lucía la guerrera blanca de Carlos.
—Viene conmigo. ¿Algún problema… Herranz? —le interpeló Miguel tras comprobar su apellido en el parche cosido sobre el bolsillo izquierdo de la guerrera.
—Ninguno, señor —contestó, y se dirigió hacia la garita para alzar la barrera.
Miguel estacionó el Tiguan en uno de los aparcamientos de la base aérea y los dos agentes salieron del vehículo. Caminaron dejando atrás varios cuarteles, hasta que por fin alcanzaron su objetivo: el hangar donde estaba el Airbus A400M, el avión que los llevaría hasta el Líbano y, bajo una de sus alas, dos soldados. Carlos supuso que eran los compañeros que le mencionó Miguel.
Cuando se estaban acercando, Carlos se fijó en que uno de los dos agentes tenía rasgos magrebíes.
—No me gusta el de la derecha —dijo Carlos.
—¿No te habrás vuelto xenófobo de repente?
—No es eso.
—Ahmed es ceutí, y su familia es española —dijo Miguel—. Se alistó en la Legión antes de que lo reclutásemos. Es un excelente tirador, capaz de acertar a un objetivo en movimiento a cien metros con una pistola. Créeme, si hubiese un tiroteo te gustaría tenerlo a tu lado.
—Da igual, Miguel. Hay algo en él que no me gusta —comentó justo antes de llegar a la posición de los dos agentes.
—Carlos, te presento a los agentes Ahmed Abdeselam y Marcos Moreno. Ahmed, Marcos, os presento a Carlos Hernández, historia viva del CNI y uno de los mejores agentes de la agencia desde que se fundó.
Carlos extendió el brazo y le dio un apretón de manos a los nuevos compañeros.
—Puesto que vamos a tener que esperar un buen rato a los de la UME, ¿qué te parece si nos quitamos los trajes de gala y los sustituimos por los de campaña? —propuso Miguel. Ahmed y Marcos ya lo habían hecho.
Miguel abrió un baúl metálico y extrajo dos bolsas que contenían uniformes militares de camuflaje en árido pixelado, compuestos cada uno por una chaqueta con cremallera, unos pantalones, un par de botas altas, un par de calcetines, también altos; una camiseta de manga corta beige, un jersey caqui, un casco táctico y una chapa colgante identificativa con un número, el grupo sanguíneo y un falso apellido: Fernández para Carlos y Gómez en el caso de Miguel. Encima del bolsillo de lado izquierdo de la chaqueta había un parche cosido con los falsos apellidos.
Después de cambiarse de ropa, Miguel extrajo de otro contenedor un par de pistolas de fabricación alemana Heckler & Koch USP Standard del calibre 9 mm Parabellum, con sus respectivos cargadores y las fundas para la pierna. Los dos enfundaron las armas y las ajustaron con correas elásticas en su pierna derecha.
—¿Imagino que llevamos todas las armas y la munición necesaria? —preguntó Carlos.
—Llevamos lo habitual para este tipo de operaciones —intervino Miguel—. Hay cuatro fusiles HK G36, un fusil para francotirador M24A3, granadas, equipos de visión nocturna, micrófonos, rastreadores por satélite… No te preocupes, no echarás nada de menos.
Los agentes introdujeron los contenedores en la bodega del avión y los aseguraron mediante correas y dispositivos de amarre.
A las doce y diez, dos horas más tarde de la prevista para el despegue, entraron en el hangar dos camiones de la UME. De ellos descendieron los doce militares que había comentado el director del CNI. Uno de ellos se aproximó hasta los cuatro agentes.
—Buenas tardes. Soy el teniente Miquel Irausti de la UME, en concreto, de la Unidad de Armas Biológicas, y estoy al mando de este equipo sanitario hasta que lleguemos al Líbano.
El teniente estrechó la mano de los cuatro agentes, que se presentaron con sus verdaderos nombres y sus falsos apellidos, mientras el resto de los integrantes de la UME cargaban el material en la bodega del avión. Dos pilotos del ejército del aire entraron en el hangar charlando amistosamente. Uno de ellos le preguntó al teniente de la UME por el tiempo que tardarían en cargar y asegurar los contenedores y saludó con la mano al resto de los componentes del vuelo antes de acceder a la cabina con su compañero y encender los motores. El avión despegó de la base aérea a las 12:35 h.
Jon Vendon: madrileño afincado en Barcelona, publica su primera novela: El Visitante en 2020. Tras el éxito de ventas y de críticas literarias de El Visitante, publica El Hijo de Caín en abril de 2022, convirtiéndose en una de las novedades literarias más vendidas en Amazon en el día del libro. El texto que aquí publicamos pertenece al cuarto capítulo de esta última novela.
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