lunes, 3 de marzo de 2008

Las torres nos miran desde el sur II: Los hombres que se fueron






I



"El hombre es el lobo del hombre." Eso es lo que dijo Hobbes, el autor del Leviatán. Tal vez es una opinión un tanto exagerada, ya que es producto de ver cómo su país, Inglaterra, se desangraba en una guerra civil en la que a él le tocó ser parte del bando perdedor. Pese a ello, no deja de ser ilustrativa de cómo en muchas ocasiones el hombre ha sido el peor enemigo de sí mismo.


En la provincia de Última Esperanza, de donde es capital Puerto Natales, la huella del hombre es frágil, pero antigua. Por sus tierras y ensenadas se desplazaron pueblos antiquísimos cuando allí habitaban milodones y dientes de sable (aunque hay una polémica respecto a esto último). Casi en silencio pasaron por el escenario de la Historia. Aunque no dejaron grandes monumentos y no sabemos sus nombres, se hacen notar en pequeños detalles que conviven con el paisaje gigantesco de la zona. No hablo de los hombres que conocieron los colonizadores, sino los más antiguos.

El sinónimo de prehistoria en la zona para el turista es la Cueva del Milodón. Sin embargo, escondidos de casi todos, se encuentran lugares en los que el pasado vive de una manera precaria, pero auténtica. Sin aspavientos, nos conectan con la vida que existió hace mucho tiempo en ese mismo lugar.


Un poco más al norte de la Cueva del Milodón se encuentra el Lago Sofía. Es lo que queda de un lago mucho más extenso que fue erosionando las rocas y formando cuevas como la anterior, pero un poco más pequeñas, en donde, al bajar el nivel de las aguas, se refugiaron animales salvajes y también el hombre. Por eso no es extraño hallar vestigios en estas cuevas: huesos, dientes, excrementos fosilizados. Por lo mismo se han encontrado en ellas, huesos de animales como el milodón, aves y murciélagos, incluso dientes del famoso "dientes de sable" (smilodon), así como huesos de hombres de la época.




Lo que ven sobre una manga es un hueso dérmico de un milodón. Se supone que los hombres prehistóricos convivieron con estos animales. Incluso se habla de que podrían haberlos utilizado como mascotas. Cierto o no, estos animales parientes de los perezosos nos dejaron sus huesos y piel como huellas de su paso por este mundo. Y el vestigio de los hombres de esa época no es más contundente.

Olvidados por algunas laderas de cerros, en lugares donde los turistas escasamente llegan, se encuentran pinturas rupestres al aire libre. A diferencia de Lascaux o Altamira, las pinturas de esta zona están completamente expuestas por las laderas de algunos cerros y es casi un milagro que todavía se conserven.



Es difícil reconocer qué representan. Tal vez un animal, una mano, quizás la abstracción de un concepto. Su sentido se pierde con la Historia. Porque tal vez podamos ver un guanaco, pero ¿qué significaban para aquellos humanos? La opinión más general es la de una motivación religiosa. ¿Pero qué más podemos decir aparte de eso? Existe en Argentina una cueva llamada Cueva de las manos. Cientos, tal vez miles de manos pintadas en las paredes. ¿Para qué? ¿Con qué motivo? Cualquier respuesta que queramos dar será insuficiente. Tal vez estos dibujos pertenezcan a una misma cosmovisión, respondan al llamado de los mismos dioses o quizás no. Sólo tinta roja a un lado de un cerro remoto. Aunque algo nos queda de aquellos habitantes, todo su mundo, sus creencias, se nos pierde en esas líneas que son el vestigio de un mundo sumergido y tal vez hundido para siempre.






















II



Cuando los colonizadores de la Patagonia llegaron a esa tierra, ya estaba poblada por personas que para ellos apenas lo eran. No se sabe a ciencia cierta si es que son descendientes directos de quienes pintaron en las laderas de los cerros y convivieron con los milodones. Sin embargo, aunque no lo fueran, compartieron la vida en medio del viento, del hielo, de las aguas cercanas al cielo y de una soledad casi absoluta.


Algunos pasaban la mayor parte de su vida en canoas; otros, pasaban las noches en tiendas hechas de piel de animales. La escasa ropa y los rasgos duros de aquellos antiguos habitantes eran prueba suficiente para aquellos colonizadores del atraso físico y moral de esos pueblos. Ya se sabe, la "inferioridad" de los otros da pie a algunos para pensar en que tienen derechos sobre éstos. Sobre su cosas, sus tierras, su cultura, su destino y su vida.


Muchos perecieron simplemente por enfermedades a las que sus cuerpos no estaban acostumbrados. Pero una gran parte fueron diezmados a fuego y en el mejor de los casos, absorbidos por una cultura que sólo los aceptaba como una casta inferior, ya sin el mundo en el que solían moverse.

Hoy ya no queda nada de las ceremonias en las que los hombres se pintaban, ni de las frágiles tiendas hechas con la piel de guanaco. No ha sido el viento quien se los ha llevado. Ha sido el propio hombre quien borró del mundo un mundo.


Todavía puede verse por estos lados los rasgos de aquellos primitivos habitantes. Caminando por alguna vereda, en los juegos de la plaza, con las manos dirigiendo los botes. La sangre aún perdura. Pero los bailes que recreaban la sociedad y el universo, las palabras que abrían el paso a los espíritus, no volverán.

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