Desde el país de
la nieve (II)
Río Havel (Potsdam) congelado. |
En el primer
invierno que pasé en Alemania comenzó a nevar a finales de noviembre y no paró hasta
marzo. Durante meses sólo podía verse una gran sábana blanca que cubría
absolutamente todo: pastos, casas y edificios, las calles y sus transeúntes. El
mundo se había vuelto un desierto en el que los árboles sin hojas se transformaron
en columnas inmemoriales de un templo en ruinas. Apenas podía imaginarse que no
hace mucho estaban vestidos de verde y protegían de un sol abrasador. Todo
parecía muerto. Los ríos dejaron de moverse. El tiempo se había detenido. Todos
estos meses parecían la repetición de un mismo día en que el sol había muerto y
jamás volvería a aparecer. Por fin pude entender a los antiguos europeos. Esos
de antes de las fábricas, de antes de la cruz llena de culpas, esos que
celebraban la muerte y la resurrección del dios de la naturaleza.
Frente al Neuer Garten, Parque Sans Souci (Potsdam) |
Y en este mundo
en que salir a la calle es como entrar a un congelador, me sorprendo de pronto
al ver personas haciendo ejercicio por las mañanas o a padres paseando a sus
hijos en bicicleta o llevándolos en sus coches, como si fuera un día normal. Y
lo era. Mientras yo salía sólo por obligación y hubiera preferido quedarme en
casa sin levantarme en todo el día, los alemanes hacían su vida cotidiana en
medio del frío.
Padre llevando a su hijo, frente a los Communes, Parque Sans Souci, Potsdam |
Recordé, los
inviernos en Santiago, en el que las madres nos tapaban con capas interminables
de ropa hasta casi no poder mover los brazos o respirar y en el que si se es
demasiado pequeño, te guardan en la cuna hasta que el sol se afirme lo
suficiente en la siguiente temporada. Que nada pudiera dañarnos. Enfermarnos de
encierro para que el frío no lo hiciera. Y acá, por el contrario, los padres sacan
todos los días a sus hijos al clima invernal de Alemania. Incluso algunos no
llevan ni guantes. Con Nidia hemos llegado a pensar que más que
despreocupación, lo que buscan los alemanes es preparar a sus hijos para la III
Guerra Mundial. Que el invierno no los agarre desprevenidos como en
Stalingrado. Vestidos de estrellas ahí van ellos por las órbitas del juego
sobre el paisaje blanco.
Mujer patinando sobre el río Havel (Potsdam) |
Más allá de las
manos rojas de frío y las narices con mocos, me pregunto ¿cómo será la infancia
en este país? ¿Cómo será vivir estos meses en que el agua puede tomar formas
como la greda? Días de bolas de nieve, del “Schneemann” en los jardines, de
trineos empujados por los padres, de patinar sobre los lagos imaginando la vida
de los peces bajo nuestros pies. No sé si será una mejor infancia que la de
Chile, pero, por lo menos, la pasan mucho mejor en los inviernos.
Fotografías: (c) René Olivares Jara
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