lunes, 4 de marzo de 2013

Chronicae Germaniae 8





Desde el país de la nieve (II)



Río Havel (Potsdam) congelado.


En el primer invierno que pasé en Alemania comenzó a nevar a finales de noviembre y no paró hasta marzo. Durante meses sólo podía verse una gran sábana blanca que cubría absolutamente todo: pastos, casas y edificios, las calles y sus transeúntes. El mundo se había vuelto un desierto en el que los árboles sin hojas se transformaron en columnas inmemoriales de un templo en ruinas. Apenas podía imaginarse que no hace mucho estaban vestidos de verde y protegían de un sol abrasador. Todo parecía muerto. Los ríos dejaron de moverse. El tiempo se había detenido. Todos estos meses parecían la repetición de un mismo día en que el sol había muerto y jamás volvería a aparecer. Por fin pude entender a los antiguos europeos. Esos de antes de las fábricas, de antes de la cruz llena de culpas, esos que celebraban la muerte y la resurrección del dios de la naturaleza.


Frente al Neuer Garten, Parque Sans Souci (Potsdam)



Y en este mundo en que salir a la calle es como entrar a un congelador, me sorprendo de pronto al ver personas haciendo ejercicio por las mañanas o a padres paseando a sus hijos en bicicleta o llevándolos en sus coches, como si fuera un día normal. Y lo era. Mientras yo salía sólo por obligación y hubiera preferido quedarme en casa sin levantarme en todo el día, los alemanes hacían su vida cotidiana en medio del frío.



Padre llevando a su hijo, frente a los Communes, Parque Sans Souci, Potsdam


Recordé, los inviernos en Santiago, en el que las madres nos tapaban con capas interminables de ropa hasta casi no poder mover los brazos o respirar y en el que si se es demasiado pequeño, te guardan en la cuna hasta que el sol se afirme lo suficiente en la siguiente temporada. Que nada pudiera dañarnos. Enfermarnos de encierro para que el frío no lo hiciera. Y acá, por el contrario, los padres sacan todos los días a sus hijos al clima invernal de Alemania. Incluso algunos no llevan ni guantes. Con Nidia hemos llegado a pensar que más que despreocupación, lo que buscan los alemanes es preparar a sus hijos para la III Guerra Mundial. Que el invierno no los agarre desprevenidos como en Stalingrado. Vestidos de estrellas ahí van ellos por las órbitas del juego sobre el paisaje blanco.

Mujer patinando sobre el río Havel (Potsdam)

Más allá de las manos rojas de frío y las narices con mocos, me pregunto ¿cómo será la infancia en este país? ¿Cómo será vivir estos meses en que el agua puede tomar formas como la greda? Días de bolas de nieve, del “Schneemann” en los jardines, de trineos empujados por los padres, de patinar sobre los lagos imaginando la vida de los peces bajo nuestros pies. No sé si será una mejor infancia que la de Chile, pero, por lo menos, la pasan mucho mejor en los inviernos.


Fotografías: (c) René Olivares Jara

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