Edgardo Anzieta
El arte advierte, con
su propia plasticidad, de las insuficiencias en que se debate el
fenómeno humano; parece ofrecer en todas sus ductilidades la realización de la posibilidad. Pero igualmente, con sus
sujeciones a la naturaleza, con su raigambre (in)conciente y hasta en su
desespero, está diciendo, clamando a la especie que el material humano no es
moldeable a pedido, en el voluntarismo de la producción, en la tiranía
del consumo.
Con su finalismo casi no
finalista intenta colocar (ubicar) a la especie por el camino del equilibrio:
no todo lo posible es deseable y parte de lo que se sueña puede y debe ser
acto.
Y así como su (pseuda) ley del placer parece gratuita,
su realización en obras comprueba raigambre laboral, su cumplimiento –muchas
veces secreto– de las leyes naturales que se relacionan con el dolor, por
cierto, pero además el placer; la necesidad está inscrita en el
escenario donde el arte se despliega, con gracia y con esfuerzo,
con libertad y disciplina: su(s) síntesis...
Por eso yerran
los poderosos cuando actúan como si el gran “escenario” mundo admitiese –soportase– el puro capricho de la voluntad; como si (todo) se tratase de
trasladar tal energía, triturar cual material con tal intensidad, suprimir ese
contorno –que era contraste, que era diversidad, que era ser–, obligar a la
especie más allá de las relaciones y redes que establece –constituye– la
naturaleza, la necesidad: hasta la gratuidad posee un “propósito” fundamentado
y expositivo y, solo entonces, funcional justamente por liberado o en
liberación en su dimensión tanto proyectiva como determinadamente plausible.
La naturaleza es permeable
y constante en cuanto redes infinitas, duras, no obstante generosas, que se
abren en ella: la acción, resulta evidente, función e interacción de y con
la vida.
El arte juega el papel, ahí,
de demostrar que la supuesta medida olímpica de los poderosos sólo es
control y administración de la posibilidad, que cierto racionalismo no más que
máscara del sinsentido, que intenta (en)cubrir la violación de la interacción
de la vida. Por eso se le ve huyendo con sus espiritualizaciones o afincando
castigadamente con su sentido de lo “real”; en cada ocasión, ataca a un enemigo
concreto de lo humano: el racionalismo reductor y en definitiva cruel lecho de
Procusto que cercena, el irracionalismo descarnado y al mismo tiempo
desmesurado y gélido en su vesania negadora y exterminadora. En cada ocasión
aporta el sueño que está faltando en medio de la pesadilla que se ha
vuelto existir, o la imagen ya cruda, ya precisa, que se escamotea a
la conciencia y la acción; usurpaciones que culminan en silencio y muerte.
Su arcaica intuición, que no se le niega, es parte de un proceso natural de profundo significado -resultado- temporal y valórico: tiempo en dirección a la historia, espesor que desemboca y revela la conciencia de lo humano.
Su arcaica intuición, que no se le niega, es parte de un proceso natural de profundo significado -resultado- temporal y valórico: tiempo en dirección a la historia, espesor que desemboca y revela la conciencia de lo humano.
Este texto es la continuación del ensayo En torno al arte del poeta Edgardo Anzieta. Los primeros capítulos pueden leerse aquí: En torno al arte I y En torno al arte II.
Créditos de las imágenes:
"Germinación": https://naturalezagrow.com/blog/fases-fertilizacion-una-planta-marihuana/
"Cama de Procusto": https://diastixo.gr/epikaira/apopseis/2538-prokroustis-ladia
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