lunes, 3 de marzo de 2008

Las torres nos miran desde el sur I: Puerto Natales



La mejor época del año son las vacaciones. Digan lo que digan los predicadores del trabajo como hacedor de dignidades, la verdad es que la mayoría de las veces pasamos más tiempo trabajando que viviendo. Recuerden que la Biblia dice que el trabajo fue una maldición de Dios enviada a los hombres como castigo por haberlo desobedecido (Génesis 3:19).

Después de haberle hipotecado mi vida a ciertas instituciones educacionales, me fui lo más al sur que pude. Unos amigos me invitaron a pasar un tiempo en su casa en Puerto Natales. Arriba del avión, pasando Chiloé, cada segundo de vuelo era lo más al sur que había estado jamás.
Tierra de un cielo azul profundo, de un viento que te estremece y de un mar que más parece un lago, Puerto Natales es una de las pocas ciudades chilenas transandinas. Sí, Puerto Natales es una ciudad que se encuentra al otro lado de la cordillera. A ésta puede vérsela a simple vista "un poco más allá" como una procesión de penachos aislados cubiertos de nieve. Digo "un poco más allá", porque aquí en la Patagonia las distancias se distorsionan. Todo lo que parece estar "ahí no más" se encuentra a kilómetros de distancia, y cuando los habitantes de estas tierras te dicen cerca, puede que se trate de un viaje más largo de lo acostumbrado.



Puerto Natales es la capital turística de este lado del mundo. Es la entrada de un monumento natural que ojalá todos pudieran apreciar en su enormidad: Las torres del Paine. Se encuentra a unos 250 kms. aproximadamente de la ciudad. Así de cerca queda.


Ciudad nueva, apenas tiene historia. Aunque por milenios ha vivido el hombre ahí, su huella es apenas un suspiro al lado de las montañas que se alzaron del agua y los fiordos hechos por los glaciares. Fue fundada recién en el año 1911. Hay quienes podrían pensar que esto es una desventaja respecto a otras urbes con más historia, llenas de monumentos y donde cada piedra es digna de apreciarse. Pero en realidad, eso es lo que le da mucho de su encanto a esta ciudad. Casi abandonada del mapa, convive tranquilamente con la naturaleza. Lejos ya del tiempo del apogeo del carbón de Río Turbio y de las grandes industrias ovejeras, su contacto cercano con los elementos la llena en abundancia.

Esta lejanía del propio hombre es la gracia y el cuchillo de sí misma. Europeos hastiados de su propia cultura son los mayores visitantes de estas tierras que invitan, pero que exigen también respeto. Porque todo es frágil aquí. Los fósiles, las pinturas rupestres, los árboles que a veces un desprevenido o inconciente incinera.

A diferencia de otros lugares, la muerte está lejos de aquí. Pareciera que todo está por hacerse.






Fotos: (c) Nidia Lizama y René Olivares Jara

1 comentario:

Gato dijo...

Inolvidables paisajes.